• Hace medio siglo José Revueltas creó el mejor registro de una celda de castigo, inspirado en su paso por el Palacio Negro de Lecumberri
CIUDAD DE MÉXICO.
Apandado, es decir, recluido en las entrañas de la cárcel
de Lecumberri,
José Revueltas (1914-1976) inicia
entre febrero y marzo de 1969 la escritura de la que sería su séptima novela, El apando (Ediciones
Era), febril testimonio de su paso por el Palacio Negro, donde la trinidad que
forman Polonio, Albino y El carajo es la geometría de la miseria carcelaria y
la violencia hasta la raíz de los cabellos de esta obra.
En las inmediaciones del 50
aniversario de su publicación y en el marco de los 105 años de nacimiento de
José Revueltas, la investigadora Edith Negrín, ganadora del Premio Nacional de
Ensayo Literario José Revueltas, 1982, por el texto Revueltas, entre la paradoja y la dialéctica, así como
coordinadora del libro Nocturno en que todo se oye:
José Revueltas ante la crítica, y el escritor Vicente
Alfonso, compilador del libro El vicio de vivir. Ensayos
sobre la literatura de José Revueltas, charlaron sobre El apando y
la figura del autor.
“El apando es una obra de madurez en todos los sentidos.
No sólo porque al momento de darla a la imprenta –en 1969– el escritor
duranguense contaba con cerca de 65 años de edad, sino porque sus intensas
vivencias políticas, aunadas a su tránsito escritural por las seis novelas y
dos colecciones de relatos precedentes, lo habían preparado para alcanzar tanto
una visión del mundo completa y afinada, como la excelencia formal.
Con este texto, cuyo argumento se
ubica en el antiguo reclusorio de Lecumberri de la Ciudad de México,
el autor culmina su ciclo de novelas carcelarias, abierto veintitrés años antes
con su ópera prima, Los muros de agua,
inspirada en sus experiencias como prisionero político durante dos temporadas
en las Islas Marías”, dijo Edith Negrín, maestra en Literatura mexicana.
A medio camino entre una novela
corta y un cuento largo, El apando es de difícil categorización.
“Respecto a varias obras maestras de nuestra literatura existe la misma
discusión: qué son Las batallas en el desierto, Aura y El apando, ¿novelas cortas o cuentos largos? Si
atendemos a la famosa unidad de efecto de Poe, podríamos pensar que son
cuentos, pero no importa la etiqueta en sí como el papel que juegan los tres
textos con respecto al resto de la obra de sus autores: los veo como puertas de
entrada.
Cuando el lector se enfrenta a un
texto como El apando se topa con un bloque parejo,
impenetrable, en el que no hay descansos ni aire. Pareciera que Revueltas trató
de replicar a nivel visual la celda de castigo. Ahora bien, El apando es
la puerta de entrada a qué: Revueltas tenía la idea de que toda su obra
narrativa fuera agrupada bajo el nombre Los días terrenales.
Sin duda, El apando no se aleja ni estilística ni
temáticamente de las inquietudes presentes en El luto humano, Los muros de agua o Los errores”, afirmó el escritor y periodista Vicente
Alfonso.
Largas parrafadas, pocos puntos, adjetivos
muy bien elegidos: escasos, pero contundentes. Atmósfera de un caos interno
dentro de las paredes de una celda. La estilística de José Revueltas es siempre
fiel a sí misma, teológica, ensayística las más de las veces, con muchas
escenas violentas, obras con arco dramático muy bien tejido y argumentado.
“El apando no se aleja de los temas y obsesiones de las
obras anteriores del autor, pero sí muestra un avance, es la obra de mejor
factura entre sus narraciones. Además, de una de las narraciones breves más
perfectas de la literatura mexicana.
Es evidente que tanto las novelas
como los relatos de Revueltas dejan ver su obsesión por todo tipo de espacios
cerrados: hay encierros estrictos, como el que se presenta en Los errores.
“Hay encierros metafóricos, como
el de los campesinos errantes, protagonistas de El luto humano, atrapados en la circularidad de su
propia caminata. La diversidad de clausuras, cerrazones, hermetismos,
diseminados en las distintas historias, alcanza su máxima expresión en el
encierro punitivo, en la cárcel”, afirma Negrín.
Para Vicente Alfonso, también hay
un ánimo claustrofóbico en la obra. “La falta de descansos visuales en El apando parece
obedecer a una intención.
Estructuralmente se trata de un
artefacto narrativo que nos remite a espacios cada vez más cerrados: dentro de
la prisión hay otra prisión –la celda de castigo– y en ese espacio de encierro
hay espacios aún más inalcanzables, como el interior del cuerpo.