• En entrevista, Juan José Millás explica cómo surgió su nueva obra, 'La vida a ratos'
Ciudad de México. - Un
día el escritor Juan José Millás (Valencia, 1946), cuando estaba a punto de cumplir
67 años, decidió iniciar una suerte de diario para registrar el proceso de
hacerse mayor. La bitácora se transformó en su reciente novela La vida a
ratos, publicada por Alfaguara.
El
autor descubrió que observar la vejez ‘‘es como intentar ver crecer la hierba,
que siempre lo hace a traición: si la miras, no lo hace, pero te vas y vuelves
y ha crecido. Con la madurez pasa lo mismo, no te enteras, te vas adaptando, es
un proceso artero que te toma por la espalda”, sostiene en entrevista.
El
resultado de su intención de registrar el día a día de su madurez es un ameno y
aleccionador relato protagonizado por un hombre que se parece mucho a él,
llamado precisamente Juan José Millás, escritor, rutinario, obsesivo, insomne,
maestro de literatura, un viejo que se sorprende como un chico ante los
cotidianos misterios de la vida.
El humor, efecto colateral
De visita en México para presentar esta
novela, Millás admite que no entiende la realidad hasta que la escribe, y
recuerda que llegó a la literatura después de leer mucho, convencido de que
‘‘no se puede escribir si no se es un lector enfermizo, porque la lectura es el
combustible de la escritura. Se empieza a escribir por las mismas razones por
las que se empieza a leer: porque hay un desajuste entre el mundo y tú; ese
desajuste se calma cuando uno lee o escribe. Por eso digo que se escribe desde
el conflicto; si no lo hay, es imposible que exista escritura creativa. Las
personas que se llevan muy bien con la realidad hacen otras cosas, pero no
novelas”.
En La
vida a ratos, continúa, ‘‘al lector lo he colocado en una
situación un poco de mirón, como si estuviera observando a través del ojo de
una cerradura, puesto que el protagonista se llama como yo y cuenta su vida más
íntima. El mirón, cuando se asoma para ver al otro, lo que hace es buscar qué
hace él mismo, porque las personas no somos muy distintas. Lo que nos fascina
de ver a otro que no nos ve es contemplarnos a nosotros mismos, sin la
conciencia de que lo somos.
‘‘Por eso fascinan las ciudades centroeuropeas que no tienen cortinas en
las ventanas para que en sus días con poca luz absorban toda la que pueden. Me
fascina pasear de noche en Viena y mirar cómo detrás de las ventanas, que son
como escaparates, la gente se mueve haciendo las cosas cotidianas que hago en
mi casa también. Por eso insisto en que cuando uno se asoma a la vida de los
otros es para asomarse y entender la propia. Quien se asoma a este libro y
observa mi vida, está observando la suya.”
Trenzar sufrimiento y gozo
Juan José Millás se define como un escritor
que goza y sufre la escritura de manera simultánea; ‘‘no se puede escribir sin
hacerlo, pues si solamente se tratara de gozar saldría una escritura trivial, y
si solamente se sufriera tendríamos una escritura excesivamente triste. Es una
combinación de las dos cosas, lo normal es que el sufrimiento y el gozo estén
trenzados”.
Respecto al humor, que siempre aparece en su obra como hilo conductor,
dice que no es algo que busque: ‘‘el humor es un efecto colateral en mi
escritura. Cuando era más joven y me decían que se habían reído mucho con tal o
cual libro, me sorprendía y me molestaba un poco, pensaba: ‘¡caramba!, si esto
que he escrito es muy serio’, pero me he ido acostumbrando porque he
comprendido que el humor es un efecto secundario que tiene que ver con el modo
con el que me acerco a la realidad al utilizar la ironía y el pensamiento
paradójico, para poner al descubierto las contradicciones de la realidad, las
cuales hacen gracia.
‘‘El ser humano es atroz y maravilloso a la vez, y cuando vemos esas
dimensiones al mismo tiempo, nos induce a la risa.”
Millás considera que llegó tarde al periodismo en los años 90 del siglo
XX, tras publicar cuatro o cinco novelas; ‘‘y digo que llegué tarde porque el
periodismo me gusta demasiado, pero me produce respeto, incluso un poco de
miedo. Finalmente comencé con columnas de opinión y de ahí pasé al reportaje
que para mí es el género estrella porque se parece mucho a la literatura. Por
eso la primera obligación de un buen reportaje es ser un buen cuento, y la
única diferencia entre un buen reportaje y un cuento es que los materiales te
vienen de fuera, y en el cuento llegan de dentro, o como tú quieras”.
La literatura, en cambio, es una metáfora de la realidad, define Juan
José Millás; ‘‘y el mundo de la realidad está dominado por el azar, todo es
aleatorio, puede pasar o no, y no sabemos de qué depende, mientras en el
territorio de la literatura todo lo que ocurre debe estar al servicio de algo.
No se puede escribir un cuento en el que haya un material prescindible. La
realidad es el territorio de la contingencia, mientras la literatura es el
territorio de la necesidad, por eso la realidad no nos plantea problemas de
verosimilitud, mientras la literatura sí.
‘‘Muchas veces abandonamos una novela o nos salimos del cine a la mitad
de una película porque no nos lo creemos; sin embargo, a la realidad no le
exigimos verosimilitud, uno lee en el periódico cosas atroces pero no decimos
‘estono puede ser’, porque la realidad tiene a su favor el hecho de haber
sucedido.”
En este sentido, el gran personaje de la novela La
vida a ratos es la cotidianidad, donde anida el misterio. ‘‘No
hay nada más raro que lo normal, es una de las cosas que tiene de atractivo
este relato, que cuenta unavida normal que al mismo tiempo es extraordinaria”,
concluye.