• Fotos, objetos, cartas y cuadernos del autor de El guardián entre el centeno son expuestos en la Biblioteca de NY
NUEVA YORK.
Fotografías, cuadernos de notas, recuerdos de infancia y
correspondencia con amigos y escritores como Ernest Hemingway son algunos de
los objetos del escritor J.D Salinger (1919-2010), celoso guardián de su
intimidad, que la Biblioteca de Nueva York exhibe por primera vez por su
centenario.
En una pequeña sala de un rincón de la
icónica biblioteca, en la Quinta Avenida, un riguroso grupo de funcionarios
vigila atentamente a los visitantes para que no entren más de 20 a la vez y que
no porten ni bolsos ni usen sus teléfonos móviles mientras disfrutan de una
mirada en el interior de la vida del autor.
El autor de The catcher in the rye (El guardián entre el centeno, 1951), considerada una
de las novelas más influyentes de la literatura estadunidense, vivió recluido
desde 1953 en su casa de Nuevo Hampshire, Nueva York, alejado del éxito y la
popularidad.
La obsesión por la privacidad de Jerome David
Salinger, hijo de un acomodado empresario judío de Polonia, lo llevó a ordenar
la supresión de sus fotografías de las ediciones de sus libros e incluso a que
un tribunal aceptara retirar una página de internet dedicada a su persona.
Soy un autor de cierto renombre que por
motivos personales había decidido abandonar por completo la atención pública”,
dijo ante el juez Pierre N. Leval, en el proceso que inició el autor en 1986
para intentar, sin éxito, prohibir la publicación de una biografía no
autorizada del escritor Ian Hamilton.
Consideró durante el mismo proceso judicial
que toda biografía escrita estando él con vida suponía “una invasión de la
privacidad”.
Ahora, y hasta el próximo 19 de enero, este
rincón protegido de la icónica biblioteca neoyorquina abre una pequeña ventana
a la intimidad que tanto defendió en vida su autor, con objetos personales que
nunca se habían mostrado en público y que parecen rescatados del naufragio de
un submarino que nunca antes había subido a la superficie.
Entre ellos, una fotografía del
escritor de Nine Stories o Franny and Zooey sentado en mitad de un campo ante una
máquina de escribir.
Era en Normandía (Francia), donde el 6 agosto
de 1944 participó en el desembarco de las fuerzas aliadas contra la Alemania
nazi como miembro de infantería del XII regimiento del ejército de Estados
Unidos.
Precisamente, en su época en
Europa como soldado fue cuando conoció a Hemingway, cuyos encuentros durante el
conflicto bélico de la II Guerra Mundial Salinger describió
en 1945 como “los únicos minutos de esperanza en todo eso”.
De hecho, la exposición guarda una carta de
Hemingway en la que alaba tres de sus historias y le dice: “Eres condenadamente
bueno, estoy esperando leer todo lo que escribas”.
La exposición ha sido organizada en
coordinación con su hijo Matt Salinger y su viuda Colleen Salinger, que
compartió con el escritor sus últimos años de confinamiento.
Se puede apreciar una galerada de El guardián entre el centeno, una copia de su primera
edición de 1951 ilustrada por Michael Mitchell, de quien la muestra exhibe
también un retrato del escritor, y el original mecanografiado de la obra tal y
como fue enviado al editor.
Protegido por una vitrina y abierto por la
página 18, se puede apreciar cómo el autor decidió suprimir dos párrafos en los
que el rebelde protagonista Holden
Caulfield se dirigía al lector para advertirle de que se iba a encontrar con
“cosas groseras y eróticas”.
Pero, además, hay un puñado de pipas que
empleó el escritor hasta que dejó de fumar a principios de los 70, pequeños
lapiceros amarillos con los que subrayaba los libros que leía y su máquina de
escribir Royal, de donde posiblemente surgieron mucha de sus obras.
Tanto para su correspondencia como para su
labor más creativa, nunca empleó ninguna máquina eléctrica o una computadora, y
sus dedos sólo pulsaron las teclas de la Royal y otra Underwood Standard que
adquirió posteriormente.
Como atestigua un antiguo proyector de 16 milímetros, Salinger era también
un amante del cine, aunque nunca permitió que se llevara a la gran pantalla
ninguno de sus escritos.
Además, era un apasionado lector de textos
místicos y religiosos de distintas creencias, como muestra su estantería
rotatoria de libros que guardaba en su dormitorio.
Desde historias policiacas como
Sherlock Holmes, hasta poesía de Emily Dickinson, pasando por libros sobre
homeopatía o que abordaban la Alemania nazi como Backing Hitler, de Robert Gellately.
Pero sobre todo hay una colección de libros
místicos y filosóficos, desde el sufismo islámico, hasta la filosofía china,
pasando por taoísmo, judaísmo y cristianismo desde la perspectiva más íntima.
Las citas más destacadas las guardaba
en una colección de notas, fotocopias y cuadernos, de los que la muestra guarda
algunos, y que el autor llamaba Vade mecum, la
frase en latín para decir “va conmigo”.