• Carteles propagandísticos, casi desconocidos fuera de Cuba, qson expuestos por primera vez en Londres gracias al tesón de un coleccionista
Londres. Mezclando técnicas publicitarias, arte contemporáneo y
cultura pop, diseñadores reclutados por Fidel Castro crearon durante la guerra fría cientos
de carteles propagandísticos, casi desconocidos fuera de Cuba, que por primera
vez se exponen en Londres gracias al tesón de un coleccionista.
En
1966 Castro fundó en La Habana la Organización de Solidaridad de los Pueblos de
África, Asia y América Latina (OSPAAAL). Y para propagar su mensaje
revolucionario, la revista ilustrada Tricontinental, publicada cada dos meses en
español, inglés, francés y árabe, y distribuida a través de grupos políticos en
todo el mundo.
Contenía
artículos de personajes como el Ernesto Che Guevara o el líder afroestadunidense Malcolm
X; pero también del filósofo francés Jean-Paul Sartre o la actriz estadunidense
Jane Fonda.
Y
plegados en su interior, sus números encerraban grandes carteles en honor a las
luchas armadas en Palestina o Laos, de solidaridad con movimientos como
los Black
Panthers o de condena de la guerra de Vietnam y el bombardeo
atómico de Hiroshima.
De
un Che Guevara
con un toque sicodélico a un dios maya con un fusil kalashnikov, desde ayer se
exhibe un centenar en la londinense Casa de la Ilustración con el título Diseñado en
Cuba: gráficos de la guerra fría.
Estos
carteles, acompañados por 70 números de Tricontinental, son una pequeña parte del tesoro
recopilado por el británico Mike Stanfield durante 25 años de viajes a Cuba
para reunir casi la totalidad de las 850 obras creadas por estos diseñadores
gráficos entre 1966 y 1992. ‘‘Esta exposición es una revelación, la mayoría de
las personas que vengan no conocerá este material’’, asegura su director,
ColinMcKenzie. Para organizarla su equipo fue a La Habana el pasado febrero y
entrevistó a algunos de los artistas aún vivos, sin saber que la OSPAAAL, cuya
actividad era ya escasa, dejaría de existir cuatro meses más tarde.
Imágenes irreverentes
Lejos de la estereotipada estéticade la propaganda
soviética, estas imágenes irreverentes y provocadoras utilizan y subvierten las
técnicas publicitarias del capitalismo.
Antes
de la revolución cubana (1953-1959) ‘‘muchos de estos artistas trabajaban en
publicidad, así que sabían lo que funcionaba en la publicidad estadunidense de
los años 50, época de auge en que las agencias de Madison Avenue creaban
ese sueño
americano, esa ilusión de la vida fantástica en los suburbios,
y ellos habían trabajado en cosas así’’, sostiene McKenzie.
Colores
sicodélicos de la cultura pop, fotomontajes, tipografía vanguardista, todo
vale.
Jesucristo
carga al hombro un fusil de asalto, un faraón egipcio aparece rodeado de
jeroglíficos de granadas y el propio Fidel Castro salta de un tanque para
impedir la invasión de la Bahía de Cochinos.
Pero
el blanco predilecto es Estados Unidos y sus símbolos.
En
una imagen un astronauta de la NASA pisotea a un grupo de afroestadunidenses
para alzarse hasta la Luna. En otra, un revolucionario puertorriqueño asesinado
sangra las barras y estrellas de la bandera. Una tercera representa a un hombre
crucificado sobre un símbolo de dólar.
En
una época de escasez, los colores de impresión disponibles en Cuba eran
limitados y el papel utilizado, de baja calidad, tenía una mala absorción que
da a las obras su particular aspecto. La libertad creativa era ‘‘total, a veces
demasiado’’, se documenta en un video de las entrevistas de uno de los
artistas, Olivio Martínez Viera, para quien estos ‘‘carteles eran armas de
guerra’’.
Todo
se hacía a mano y con urgencia, en respuesta a los acontecimientos: ‘‘Decían:
necesitamos en diez días un cartel porque en Vietnam la cosa está fea’’, relata
otro diseñador, Pepe Menéndez.
Estos
creadores no podían salir de la isla, apunta Rachel Stoplar, responsable de la
así que hacían prueba de imaginación. ‘‘Uno no tenía ningún conocimiento
siquiera y tenía que empezar a buscar información’’, recuerda otro veterano
artista cubano, Rafael Morante Boyerizo.
Aunque
se produjeron unos 9 millones de carteles, la mayoría no sobrevivió. Son
‘‘raros, extraordinarios y merecen ser mucho mejor conocidos’’, considera
Stoplar.