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Hoy es sábado, 23 de noviembre de 2024

En privado

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Así tal como si fuera el pan nuestro de cada día, la desvergüenza y la deshonestidad siguen permeando al interior del Congreso del Estado, con lo cual, esos mal llamados representantes populares que hoy están allí siguen sangrando al pueblo. Tal y como lo han hecho otros antes. Digamos, como hambrientas sanguijuelas.


Precisamente. Lo dice subliminal, (¿o podríamos entenderla como literal?), la nota principal de Diario El Independiente del jueves de la semana anterior: “Diputados locales le cuestan casi 100 MDP anuales a los sudcalifornianos”. Y añade la misma nota que pudieran ser cerca de 282 millones de pesos durante los tres años.


Y es que, lamentablemente, desde lo que debiera ser la sede esperanzadora de la autoridad, del poder, de la libertad, de la soberanía, un nocivo grupúsculo de aprovechados están  jugando con los sentimientos de un pueblo. Un pueblo al que, estos representes populares desde sus escondrijos camaleónicos le da la categoría de ignorante,  y que le otorga validez solamente los domingos electorales para usarlos de acarreados y de carnada.


Desde allá, posesionados en sus mullidas curules, y arrinconados en sus pulcros y acondicionados despachos,  los propios legisladores y legisladoras se han encargado de  tejer pendejada tras pendejada hasta lograr construir ese nido de perversidades desde donde ahora se mofan del pueblo.


En efecto, él toma y daca,  el chacoteo y la vacilada, han ocupado el valioso tiempo que los diputados  y diputadas debieran dedicar para satisfacer las demandas más urgentes de los ciudadanos a través de las reformas o la promulgación de leyes;  o ya también sea mediante la realización de acciones de gestoría. Que para eso están.


Pero lamentablemente todas y todos han hecho lo contrario. Y todas y todos han perdido el tiempo en nimiedades, en estupideces; disputándose la dirigencia de la Junta de Gobierno y Coordinación Política; preocupados  por quienes serán los dirigentes de sus partidos, y haciendo desesperados esfuerzos por tapar pillerías, sinvergüenzadas, y raterías, como lo fue el robo de aquellos trescientos y tantos mil pesos. Que hasta la fecha, tapándose con la misma cobija de la corrupción, los han hecho perdidizos.


Efectivamente, pareciera que el pudor, la ética y la  moralidad, es lo que menos les ha importado, como tampoco les ha importado el dolor, el hambre, y las lágrimas del pueblo. Pues lo importante para ellos y ellas ha sido acumular poder y disfrutar de las canonjías, las  prebendas, y los privilegios que ocasiona una excelente remuneración.  


Son pues, igual o peor que las nocivas alimañas,  las sanguijuelas, o las ratas. Porque solo han provocado escozor, picazón, resquemor y hasta repulsión. Y porque les ha faltado seriedad y también responsabilidad en su quehacer.


Pero allí siguen. Inamovibles. De frente a un pueblo angustiado por la falta de oportunidades, de frente a un pueblo que siente el rechazo, y que ya no soporta sus poses de perdona vidas, sus desplantes, sus desprecios. 


De frente a un pueblo que sufre su desprecio. Su soberbia, su arrogancia, su humillación. De un pueblo lleno de miedo por la violencia que se ha venido desatando por las corruptelas, por  la escasez de oportunidades, por la falta de estrategias gubernamentales, y por la agobiante crisis provocada por aquellos sin escrúpulos que al igual que estos, --insensibles al fin--, no les importa el sufrimiento de una madre que no sabe qué dará de comer mañana a sus hijos. 


Y es que allí, al interior del Congreso, ha habido desvergüenza y desfachatez, lo mismo que vedetismo. Sin descartar el desaseo, el descaro y  la desvergüenza. Todo lo cual, como si fuera un ente monstruoso ha recorrido los pasillos  superiores del Congreso, y tras bajar las escalinatas ha ocupado la tribuna para aventar ese estiércol maloliente que ha provocado coraje y rechazo de aquellos ciudadanos que un día confiaron en un cambio.  


Luego entonces, más bien despreocupados por dejar pasar el descaro, la desfachatez, y el cinismo, las y los diputados  han orquestado distractores para tapar deshonestidades y seguir haciendo nada donde hay mucho que hacer. Y con todo ello, solamente abrir camino a la desconfianza ciudadana. Lo mismo que al descrédito.


Pero eso sí, son intocables. Y a eso se debe  la férrea defensa que hacen de su  fuero, que de paso les permite sus triquiñuelas y burlarse del indefenso e inocente pueblo. ¡Maldita sea…!


Es por todo lo anterior que reitero lo que escribí aquí mismo hace algunas semanas: que entre todos los legisladores y las legisladoras han hecho del Congreso del Estado el mejor de los circos. Sí, un circo  donde no faltan los magazos. Aquellos  prestidigitadores que disponen de la facilidad para desaparecer los objetos. Más aun cuando se trata de dinero, como aquellos trescientos y tantos mil pesos.


Y por supuesto, donde no pueden faltar los payasos.  Aquellos de grandes zapatos que van dando tropiezo tras tropiezo. Que se autocalifican de Ingenuos y tontos. Que causan risa por su cara pintada, su gran nariz roja y sus pendejadas que hacen y dicen. Y que por supuesto, no dejan de causar pena.


Pero lo más lamentable de todo es que la obra circense que nos están ofreciendo esos magos y payasos, apenas va en su primer acto. 


Es decir, aún falta  tragarnos muchas mentiras, muchas mañosadas, muchas triquiñuelas y seguramente algunos robos más, que, -astutos al fin-, nos preparan los magos y los  payasos desde allí, desde ese nuevo circo. 


Y es que,  -repito-, no podemos, ni debemos olvidar que la obra circense es de tres actos y apenas va el primero.  


Así es que todavía hay mucho por ver y escuchar. Y seguramente esos magazos nos tienen muchas sorpresas bajo la manga. Y sin duda esos payasos nos tienen muchas, muchas más pendejadas.

Cuestión de tiempo.