• La escritora habla de su segunda novela, Llegada la hora, publicada por Dharma Books, cuyo protagonista es el cocinero de una cárcel para condenados a muerte
En Llegada la hora, John Guadalupe Ontuno,
jefe de cocina de la prisión texana de Polunsky, confiesa un crimen. Un
asesinato, para ser precisos. "Acabo de chingarme al alcaide de la
prisión", cuenta impávido y con cierto descaro. Su declaración detona una trama
con vocación de thriller, pero contada desde la sensibilidad de un cocinero
chicano encargado de preparar el último alimento que se llevarán a la boca los
condenados a muerte.
Publicada por Dharma Books, la novela de
Karla Zárate puede leerse como un bildungsroman, una historia de crecimiento
narrada en primera persona por un hombre que encarna la dualidad. Para
comprobarlo basta reparar en la sincrética sonoridad de su nombre —John
Guadalupe—, que concentra “lo guadalupano, lo hispano, lo católico... lo que
identifica al mexicano, seas o no creyente, y un nombre como John, tan común en
Norteamérica”, cuenta en entrevista Zárate, de impecable cabellera rubia y
chamarra de cuero negra.
El protagonista crece en Eden, un pueblo
diminuto en el centro de Texas, donde se codea con las pandillas, se hace de
amigos que lo atan al vandalismo y a las drogas blandas, experimenta sus
primeras fantasías sexuales y logra, quizá estimulado por su anhelo de
superación, sobresalir en la escuela como alumno ejemplar.
La idea del personaje, afirma la autora,
“viene de dos términos del psicoanálisis freudiano: la pulsión de vida y de la
pulsión de muerte”. El recurso no es gratuito, obedece a su formación en esa
praxis de la psicología. También doctora en Literatura Moderna, Zárate
considera que “el gran conflicto del ser humano viene de Edipo”. Por eso le
confirió a su protagonista un padre castigador, con quien mantiene una
rivalidad que sólo se desahoga con la sangre a través de lo que la autora llama
un “desplazamiento de la venganza”.
En el libro subyace una lucha histórica: la
disputa entre el bien y el mal. Zárate evita la incomodidad de responder si
John Guadalupe se decanta por la virtud o la vileza. “No me gusta categorizar.
Yo he hecho cosas malísimas y buenísimas. Quise salirme de este arquetipo que a
veces ocurre mucho en el cine, porque me interesaba hablar de la condición
humana, de la escisión que todos traemos desde el momento en que nacemos”.
Ese impulso dicotómico se materializó en una
experiencia determinante durante el proceso de escritura de Llegada la hora. A
punto de viajar a Texas, un conocido le propuso visitar el Reclusorio Norte.
Gracias a las simpatías del sistema penal mexicano, Karla se encontró sentada a
la mesa dentro de una celda privilegiada, a punto de comer los camarones con
arroz que le había cocinado “un criminal de esos tremendos”.
“Me cayeron perfecto; son simpatiquísimos. Yo
no podía creer que eso me estaba pasando, era como estar comiendo en un
restaurante de lujo en la Ciudad de México. Ahí entra esta ética que luego se
nos tambalea a todos”, reflexiona, todavía con cierta incredulidad en la voz.
Sobre la fascinación que nos causan las
historias de asesinos, Karla opta por una explicación que parece dictada por
Freud. “Todos somos muy perversos. A los seres humanos nos encantan estos temas
porque a veces no nos atrevemos a hablarlos o a tomar una postura. Nos encantan
estas cosas que nos mueven las entrañas, pensar en qué pasaría si yo fuera el
verdugo o el condenado. A mí me interesa perturbar al lector, que sienta lo que
yo estoy sintiendo”.
Hacia el final de la novela, el lector
percibe un cambio de velocidad: los capítulos se van acortando y las frases se
encogen. Es una táctica deliberada, pues Zárate quiso “darle agilidad para
llegar al final. Una obsesión mía es el tiempo y eso es lo que busco suscitar:
que a todos nos llega la hora”.