• La idea surgió hace año y medio. El motociclista mexicano de enduro, Didier Goirand, aceptó el reto de enfrentar al tren que atraviesa las Barrancas del Cobre. Un trayecto de 45 kilómetros entre rocas, terracería, túneles y ríos, de Creel hasta El Divisadero. Sucedió en junio
Una carrera de montaña
agotadora. El reto para Didier
Goirand, motociclista mexicano de enduro, era treparse en su
KTM 300 y vencer al Chepe, el tren que viaja desde Chihuahua hasta las Barrancas del Cobre. Sería desde la estación de
Creel hasta El Divisadero, el Chepe en línea recta y a una velocidad promedio
de 70 kilómetros por hora. Para Didier, de 24 años, rodear las vías en terrenos
solitarios, con barro, rocas gigantes y asfalto.
La idea surgió hace año y medio”, comenta el piloto que a los
cinco años comenzó su aventura en el motociclismo al estrellar su pequeña moto
contra un árbol de aguacates. Lejos de amedrentarse, Didier se especializó en
extenuantes competencias de enduro, al grado de sumar 15 años como piloto.
Red Bull me pidió un proyecto distinto. Regresaba de un viaje por
las Barrancas del Cobre y les propuse probar algo en territorio tarahumara.
Alguien sugirió: ¿Por qué no una carrera contra el Chepe?”. Didier aceptó el
reto.
Ocurrió la primera semana de junio. Didier y el equipo
de Red Bull viajaron a Chihuahua, donde conoció al maquinista en turno, un
hombre cuarentón de chaleco y corbata de moño que realizaría el viaje con las
paradas acostumbradas. La carrera comenzaría una estación adelante, en Creel,
donde el piloto dejó que pasara el ferrocarril para encender la KTM 300 y
perderse entre rocas gigantes, en un recorrido que se alargaría por más de ocho
horas continuas.
La moto y el ferrocarril tomaron caminos diferentes.
“El tren se fue por la ruta acostumbrada, mientras que yo tuve que alejarme de
las vías y tomar la montaña. En el camino encontré víboras, venados y conejos.
En ocasiones salieron de la nada rarámuris que corrían a un lado, extrañados
como yo de mirar a un desconocido”.
Moto y tren partieron de Creel a las 10 de la mañana,
aunque la preparación comenzó en la madrugada. “No sabía en qué iba a terminar
todo esto, ni siquiera si volvería a encontrar al tren en el camino. En la
logística había puntos trazados para encontrarnos, aunque mi equipo me
informaba que la máquina había pasado antes de lo previsto”.
Didier tiene la experiencia de competencias como la de
Rumania (Romaniacs) con duración de cinco días en la montaña, sin comida y
durmiendo donde te agarre la noche. En esta ocasión era una prueba contra una
máquina, sin tiempo para detenerse a comer.
La única parada que tuve fue cuando la llanta trasera de la moto
se atoró en una roca y terminé mordiendo el polvo. La rueda me pegó en el casco
y el hombro, rasgó parte del jersey, pero pude levantarme y seguir el camino.
No había tiempo que perder, si es que quería vencer al Chepe”, comenta el
piloto, quien en 2018, en Baja California, se cayó en la moto a 130 kilómetros
por hora y vivió para contarlo.
Barrancas, ríos, túneles, puentes, rocas, asfalto,
montaña y terracería durante varias horas fue lo que recorrió Didier Goirand en
su moto. “Por momentos me crucé con el tren y entendí que la carrera no estaba
perdida. Era cosa de tiempo”.
Explica que la carrera se pactó hasta El Divisadero,
debido a que más adelante hay retenes y gente armada. Le habían aconsejado al
grupo que no fuera más allá de dicha zona y que en Chihuahua era muy peligroso
andar en la carretera después del atardecer.
El Divisadero, más que una estación propiamente dicha,
es un paradero “al que llegas y te encuentras unos 50 puestos ambulantes con
todo tipo de vendimia. Desde comida típica de los tarahumaras hasta las bolas
de madera con las que hacen sus carreras a pie”.
El piloto mexicano llegó a los puestos junto a la vía
del tren y supo que había ganado la apuesta debido a que no había rastros de la
bestia construida por el hombre. Ni ruido, ni humo y tampoco el silbido.
El murmullo del Chepe sobre las vías llegó unos 20
minutos después y el maquinista bajó del tren con cara de asombro. “Más tarde,
cuando estrechamos las manos, me comentó que no esperaba llegar a El Divisadero
y encontrarme en la moto”, dice orgulloso el otrora niño que un día se estrelló
con un árbol de aguacates y se levantó para seguir sus aventuras.