• Elena Poniatowska recuerda a Josefina, la oaxaqueña que la inspiró a crear a Jesusa Palancares, protagonista de Hasta no verte Jesús mío, novela que cumple medio siglo
CIUDAD DE MÉXICO.
Para mí era como la revelación de lo que es el pueblo
mexicano. Me abrió la puerta a México”, afirma la escritora Elena Poniatowska
al recordar a la oaxaqueña Josefina Bórquez, en cuya vida se inspiró para crear
a la protagonista de Hasta no verte Jesús mío (1969), la inolvidable Jesusa
Palancares.
A 50 años de la publicación de su
primera novela, la narradora mexicana de origen francés admite que Palancares
es el personaje más entrañable que ha confeccionado y que conocer a Jose, como le dice de cariño, en 1964, fue “un momento
clave” en su vida.
“La extraño mucho e incluso la
invoco. Cuando tengo miedo le rezo a dos personas: a mi mamá y a ella, les pido
que me ayuden. La invoco como a un ángel tutelar, como una protectora, una
guía”, comenta en entrevista.
En su casa de Chimalistac, la Premio
Cervantes 2013 destaca que esa mujer que combatió en la Revolución mexicana,
con quien convivió durante 23 años, hasta su muerte en 1987, le enseñó más que
ningún filósofo.
“Sus palabras y su propia vida eran las
muestras de qué camino tomar, por dónde debía ir. Era como una sacerdotisa, una
chamana como María Sabina, pero muy práctica”, agrega.
Bajita, “apenas medía el 1.50”, Bórquez
impresionó a Poniatowska por “su lenguaje y su capacidad de indignación”.
Recuerda que la conoció en un lavadero público. “Todo lo que decía era tan
extraordinario. La manera como construía sus frases era fuera de serie. Usaba
muchos modismos, algunos inventados por ella. Era grosera, pero no importaba.
Hablaba con tal carácter y tal fuerza. Era una gran seductora”, agrega.
La también periodista añade que Jose le
abrió la puerta a la literatura. “Ya había escrito cuentos y crónicas, pero Hasta no verte Jesús mío (Premio Mazatlán de Literatura 1971)
fue mi primera novela, anterior a La noche de Tlatelolco.
“Y además fue mi entrevistada más difícil,
porque no conocía su mundo; así que le preguntaba puras babosadas que la
irritaban, la sacaban de quicio, y me regañaba, me decía que era una pinche
catrina que no sabía trabajar. Pero luego ya nos quisimos”, narra mientras
sonríe.
La ensayista de 87 años dice que
lo primero que Jose le dijo, cuando fue a visitarla a su
casa, ubicada cerca de Morazán y Ferrocarril de Cintura, y del Palacio Negro de
Lecumberri, fue “¿Qué se trae? ¿Qué se trae conmigo?”.
Y que cuando le explicó que quería
entrevistarla se negó. “Mire, yo trabajo. Si no trabajo no como. No tengo campo
de andar platicando”, cuenta. “Y, a regañadientes, accedió a que fuera a verla
el único día a la semana que tenía libre: el miércoles de cuatro a seis”.
Así, poco a poco –“en un cuarto que huele a
humedad y dolor”, tras burlar a ‘Satán’, un perro negro atado a la puerta de la
vecindad–, fue conociendo a la persona que inspiró su futura Jesusa Palancares.
“La Jesusa finalmente es Josefina. No puedes poner todo y al final eliminas,
acentúas cosas que tal vez otros no hubieran acentuado”, confiesa.
“Mire, usted tiene dos años de venir y estar
chingue y chingue y no entiende nada. Así es que mejor aquí le paramos”, la
amenazó doña Josefina en reiteradas ocasiones, detalla la Premio Nacional de
Ciencias y Artes 2002.
Pero ella insistió, no se dejó amedrentar por
esa mujer que escuchaba sus radionovelas a todo volumen, fumaba faros y “sabía
beberse una botella de chínguere de un solo jalón, pelear en batalla, destazar
puercos y comunicarse con los espíritus”.
Poniatowska dice que se dio
cuenta que Jose la quería cuando se fue a Francia por
un año y ella le escribía cartas. “Las suyas eran las primeras que me llegaban,
porque las ponía en Correo Mayor. Iba a los portales de Santo Domingo y se las
dictaba a un evangelista. Eran a máquina. Eran graciosas: comenzaban diciendo
‘Por medio de la presente, la saludo deseándole se encuentre bien de salud y a
continuación paso a decirle lo siguiente…’. Esta correspondencia me halagó y me
gratificó mucho. Por ahí debo tenerla”, explica.
Señala que más adelante, cuando se enfermó y
tuvieron que operarla, tuvo la certeza que ya había un lazo muy profundo entre
ellas.
“Llegó al hospital a visitarme y
no se quería ir. Le dije ‘pero Jose, ¿a dónde va a dormir?, aquí no hay
lugar’. Y me respondió: ‘Me voy a tirar debajo de su cama’. Imagínate, donde
estaban los tubos de sangre y todo lo que te meten. Me dije: ‘Éste sí es amor
del bueno’”.
La autora y la musa llegaron a ser buenas
amigas y hasta confidentes. “Cuando le contaba de alguien que me gustaba
muchísimo y no me hacía caso, me decía ‘ay, pero no sé de qué se preocupa,
tanto cargador que anda por ahí’. Y los señalaba con su mano. Me quitó todas
mis tristezas. Fue una espléndida consolación”.
Elena especifica que detuvo las entrevistas
con Josefina cuando su editor le exigió que entregara la novela. “Yo le hubiera
seguido preguntando. Toda mi vida es una inmensa interrogación, pregunto y
pregunto, porque finalmente no tengo respuestas”.
Cuenta que la siguió visitando hasta el
jueves 28 de mayo de 1987, cuando Bórquez murió a las siete de la mañana, en su
casa de Nuevo Paseo de San Agustín, más allá de Ecatepec, tras correr al cura y
al médico.
“Siempre fue imprevisible. Nunca se le quitó
lo rejega. Cuando terminé la novela, le enseñé el manuscrito; pero me dijo que
le estorbaba: ‘Quíteme esta chingadera, aquí no cabe’. Pero ya impreso, me
pidió diez ejemplares para regalar. Le gustó la portada, porque era la imagen
del Santo Niño de Atocha, que tenía en su cuarto”, afirma.
Destaca que la Jesusa fue la punta de lanza
del rescate posterior que hizo de mujeres como la fotógrafa Tina Modotti, la
pintora Leonora Carrignton y de Lupe Marín, esposa de Diego Rivera, de quienes
escribió una biografía novelada.
Sin embargo, algo lamenta: “Nunca le hice
contestar lo que no quería. No pude adentrarme en su intimidad”, confiesa la
autora.