• La novela, de Eloy Urroz, narrada en primera persona, es el monólogo de “un tipo lúcido e inteligente, pero al mismo tiempo loco; uno de los personajes más complejos a los que he dado vida”, comenta en entrevista el narrador
CIUDAD
DE MÉXICO.
La visión de un asesino. Fernando Alday
confiesa que mató a su amada Irene Dávila, una prostituta de quien se enamoró
cuando era joven y por quien, 25 años después, al reencontrarla, abandonó a su
mujer, hijos y país. “Por qué la asesiné”, se pregunta y se responde y
reflexiona.
La novela Nudo de alacranes, de Eloy Urroz, narrada en primera persona,
es el monólogo de “un tipo lúcido e inteligente, pero al mismo tiempo loco; uno
de los personajes más complejos a los que he dado vida”, comenta en entrevista
el narrador nacido en Nueva York en 1967 y naturalizado mexicano.
El también poeta y ensayista teje
en su nueva obra de ficción la vida del escritor británico D. H. Lawrence (1885-1930),
de quien es especialista, y hace que su protagonista siga los pasos del autor
de El amante de Lady Chatterley por EU, México y Oaxaca, donde intentó crear
una colonia de artistas afines, “amigos que quisieran dejarlo todo”. Fernando
intenta hacer lo mismo cien años después y también fracasa.
“Siempre
he sido un apasionado de la obra de Lawrence. Su vida es profundamente
novelística. Fue un gran viajero, un gran explorador; siempre buscando el lugar
ideal donde poder echar raíces, donde construir un hogar, que no se pareciera a
su odiada Inglaterra.
Quería
crear algo nuevo, una comuna de artistas, y pensó que lo podía hacer en México,
en Oaxaca, en 1924, pero no fue así. También creyó que lo iba a realizar en
Nuevo México, pero tampoco. Su vida fue muy intensa. Vivió en todas partes y
escribió de todo: novelas, cuentos, poemas, obras de teatro, ensayos, libros de
viaje, pinturas, traducciones y crítica literaria. Creo que es muy vigente”,
explica.
El autor del ensayo Las formas de la inteligencia amorosa: D. H.
Lawrence y James Joyce admite que vació en Alday muchas de sus pasiones y sus
dudas, “una especie de guiño para darle más intensidad a la trama”.
Señala
que su personaje “es un loco, apasionado, enamorado de Lawrence, como yo, que
quiere repetir la aventura de construir una comuna en Oaxaca. Conforme va
contando la vida del británico, va contando la suya, y confiesa que asesinó a
su amada, que cometió un uxoricidio (el acto de matar a la novia, a la
cónyuge)”.
Urroz detalla que hay tres novelas
detrás de esta historia, que son tres confesiones de crímenes: La sonata a Kreutzer (1889) del ruso León Tolstói, El túnel (1948) del argentino Ernesto Sabato y Divorcio en Buda (1935) del húngaro Sándor Márai.
“Quise hacer mi propio
uxoricidio. En la novela se destruyen todo tipo de instituciones: el
matrimonio, la familia, el trabajo, la religión. El amor era el tema principal
de Lawrence, también el mío: las relaciones humanas, de dónde surgen, cómo
acaban, el sexo. Sus novelas fueron prohibidas en su época por transgresoras.
Es lo que me gusta de Lawrence, lo transgresor. Nudo de alacranes es profundamente transgresora”, indica.
El autor de Las leyes que el amor elige (1993) y Demencia (2016) destaca que para la elaboración de
esta obra hizo varias visitas a Oaxaca. “Es mi estado favorito. Tiene algo muy
especial, a pesar de que es el más pobre. No sé qué sea: la gente, la comida,
el clima. No me canso de ir allá. Ninguna de mis novelas se desarrolla en
Oaxaca y ahora ésta transcurre entre esta urbe y Estados Unidos”.
El doctor en Letras Hispánicas
por la Universidad de California admite que Nudo de alacranes es una novela políticamente incorrecta, pero
que la pensó así a propósito.
“Un
amigo escritor me dijo que a las mujeres no les iba a gustar la historia, por
los tiempos violentos que se viven en contra de ellas. ¡Y mejor! Eso quiero,
provocar el debate, la discusión. Es profundamente machista y misógina, tal vez
así se leerá. Yo soy feminista, pero la novela no lo es”, acepta.
Sin
embargo, indica, otro amigo hizo la lectura contraria. “Considera que es muy
feminista, porque Irene Dávila hace lo que quiere, decide sobre su vida, sobre
su cuerpo y su libertad. Yo defiendo a Irene, pero al final hay un crimen”,
apunta.
Evoca
que Lawrence fue rechazado en su época por cierto sector de la población, que
lo definía como un pornógrafo que había desperdiciado su talento. “En otras
épocas se puso de moda y luego, en los 60, las feministas volvieron a
criticarlo. Pero cada quien ve lo que quiere ver. Al igual que él, deseo
escribir novelas contestatarias que provoquen al lector, que cuestionen su
moralidad y valores”.
El
profesor de literatura latinoamericana en The Citadel College, en South
Carolina, dice que el reto que exige al receptor es que entienda las
motivaciones y los problemas sicológicos que empujan al protagonista a cometer
el crimen. “No fue fácil crear a un asesino confeso. Existe hoy una
sensibilidad especial en la gente y uno se pregunta cómo contar este tipo de sucesos
para realmente sorprender y ser digno de atención. Creo que lo solucioné de la
manera más sencilla”, piensa.
El autor de los poemarios Ver de viento (1988) y Yo soy ella (Las impurezas del blanco) (1998) añade que esta es la primera de sus
novelas en la que se comete un crimen. “Mis historias son sobre las relaciones
humanas, la familia, el amor. Pero ahora quise hacer que todo esto estallara y
buscar algo nuevo”.
Destaca
que, tras seguir a Lawrence en “su peregrinaje y locura”, no le quedó ninguna
historia en el tintero y que apenas busca el siguiente objetivo literario