• Estudio indica que la autenticidad y la identidad se han transformado en una industria que produce mercancías
CIUDAD DE MÉXICO.
El conocimiento de la curandera mazateca María Sabina
sobre el uso ceremonial y curativo de los hongos alucinógenos, en Huautla de
Jiménez (Oaxaca), se transformó de ritual en mercancía; el Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan
(Veracruz), que buscaba en sus inicios la
promoción musical, es ahora un foro de ventas y exhibición; y las haciendas
henequeneras de Yucatán han dejado de ser sitios históricos para convertirse en
hoteles de lujo, que invitan al visitante a sentirse como un hacendado.
Además, está la construcción de “identidades
falsas”, como los Pueblos Mágicos, que exigen a sus habitantes producir un tipo
de artesanía, de gastronomía y fachadas homogéneas en sus casas, en aras del
turismo; y la creación, a partir de los discursos nacionalistas, de
representantes populares que se parecen entre sí, como el gaucho argentino, el
guaso chileno, el criollo peruano, el chagra en Ecuador, el llanero en Colombia
y Venezuela o el charro en México.
Estos estereotipos, fenómenos o actividades
son un ejemplo, afirma el historiador Ricardo Pérez Montfort, de que “la cultura”,
“la autenticidad” y “la identidad” se han transformado en una industria que
produce mercancías “originales”.
Tras siete años de analizar estas
representaciones, a partir de estudios de campo y trabajo académico, un equipo
internacional conformado por ocho investigadores de distintas universidades y
diez estudiantes de posgrado publicará a principios de agosto el libro Cultura a la venta (Penguin Random House).
“La idea es evidenciar cómo la dinámica
cultural ha cambiado y se ha adaptado a los procesos neoliberales, no sólo
redefiniendo a la cultura, sino colocándola en el ámbito de la mercadotecnia y
convirtiendo a estas producciones en mercancías”, explica.
En entrevista con Excélsior, el egresado de la UNAM advierte que el
neoliberalismo, “al poner todo a la venta y mercantilizar la actividad humana,
desde luego que desvirtúa y desarticula los propósitos, algunos valores se
pierden y otros se prostituyen”.
Incluso, admite que los discursos
contemporáneos sobre la autenticidad de las tradiciones y los saberes en las
regiones indígenas se han convertido en un instrumento político y de acceso a
recursos. “La razón cultural es ahora uno de los principales argumentos que
permiten acceder a financiamientos públicos y privados”.
Por esta razón, agrega, “hemos querido
contribuir a la formación de una crítica que invite a ver la cultura como un
complejo social que va más allá del mercado, y a los acontecimientos humanos
como multiplicidades imposibles de someterse a escrutinios exclusivamente económicos”.
Este estudio interdisciplinario, del que el
título mencionado adelanta sólo la primera parte, con ocho capítulos, se
concentró en tres regiones de México: Oaxaca, Veracruz y Yucatán; aunque
también se trabajó en Michoacán y Chiapas y se integrarán casos
latinoamericanos.
Al también investigador del CIESAS desde 1980
no sólo le preocupa la producción y la manipulación de estereotipos culturales,
“sino también su uso en los discursos socioeconómicos, que sirve para ocultar
procesos de explotación, robo y autentificación.
“Es decir, trae consigo una dinámica de
interferencia en las políticas públicas. Por ejemplo, para apoyar a determinado
grupo étnico se establecen dinámicas culturales y se evita partir de lo
socioeconómico; se dice que no se les apoya porque son pobres o marginales,
sino porque son huicholes; se disfraza la realidad, se suplanta el análisis
socioeconómico”.
Pérez Montfort señala que el neoliberalismo
tiene ya 20 años de transformar y manipular la dinámica cultural en México. “En
los años 20 y 30 del siglo pasado, hubo una especie de reivindicación de la
cultura regional. El Estado y las autoridades locales propiciaron una
identificación, un estudio, de los músicos, pintores y folcloristas, a lo que
se llamó nacionalismo.
En los 50 y 60 aparecieron empresas que se
beneficiaban, pero sobre todo en cuestiones turísticas. En los 70 y 80, el
Estado se fue haciendo a un lado y, poco a poco, la promoción cultural se quedó
en manos de la iniciativa privada, hubo una transición. Y, desde finales de los
80 y todos los 90, entró de lleno el neoliberalismo; el Estado siguió con
ciertas directrices, pero fue abandonando los fenómenos culturales a la
mercadotecnia”, agrega.
El especialista considera que actualmente se
vive el retiro del Estado de sus funciones más importantes, como dotación de
becas, la organización de grandes exposiciones y la reducción de presupuestos.
“Sigue ahí, pero la tendencia es más que
nunca hacia lo privado. Se habla ya de la dimensión ‘sustentable’ de la
cultura; es decir, que la comunidad o las empresas produzcan las expresiones
culturales y las vendan”, añade.
Ante la reestructuración de la función del
Estado que plantea el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, apunta, se está
reorientando la inversión cultural: se está dejando de apoyar a unos grupos y
se valida a otros, como a los metodistas o evangélicos.
“Pero en esto hay un problema mayúsculo, pues
el Estado entra a esta dinámica de la cultura a la venta, pero se sigue
valiendo de la esencialización. El presidente López Obrador recibe el bastón de
mando y participa en rituales esotéricos; y la senadora Jesusa Rodríguez se
viste de yalalteca. Es una contradicción”, expresa.
El historiador destaca que, en el
neoliberalismo, ya no existe pureza en las etnias o en las comunidades
alejadas, como se quiere pensar. “La cultura va y viene, evoluciona. La idea de
una pureza cultural es igual de aberrante que la de la pureza racial. Nosotros
no decimos si está bien o mal, no nos corresponde juzgar, sólo identificamos
estos fenómenos”. Por último, señaló que el equipo ya trabaja en el segundo
tomo de Cultura a la venta.