• De forma repentina, a los 61 años falleció uno de los editores literarios más respetados de la industria del libro
CIUDAD DE MÉXICO.
Veterano de las Guerras Psíquicas, conocedor
de las inmensas marañas de la literatura, el mejor editor literario, lector
minucioso y agudo, cálido cómplice y amigo, el capitán. Así evocaron ayer
diversos escritores al editor y escritor Ramón Córdoba Alcaraz, tras su muerte
repentina a los 61 años de edad, ocurrida la noche del miércoles, debido a un
infarto, confirmó su hija Eréndira Córdoba.
Pero los narradores cuya obra editó Córdoba,
sobre todo en el sello Alfaguara, coincidieron en una palabra para definir su
trabajo, contramaestre: el individuo que no sólo tiene la responsabilidad de
dirigir la marinería, sino que debe desarrollar múltiples funciones en la nave,
el responsable de la conservación y el control, pero también de garantizar la
disciplina y el orden de la tripulación.
"Tratar con él fue
un privilegio, un placer. Lo voy a extrañar como ser humano, amigo y editor.
Bromeábamos por chat. Nos decíamos capitán o contramaestre. Siempre estaba de
buen humor y era muy eficiente, no insistía en puntos que no podía ganar. Me
quedo desolado”, comenta vía telefónica el narrador Federico Reyes Heroles,
quien trabajó con él los últimos 20 años.
"Como escritor te ayudaba mucho. Siempre
fue muy cuidadoso del impulso del escritor. Trataba de enmendar constantemente.
Nunca tomó una decisión en la que se sintiera amenazado lo que el escritor
quería decir. Era un gran conocedor del idioma y alguien muy sugerente”, narra.
"Por ejemplo, en mi novela Sensé, el último libro que vi
con él, me preguntó dos detalles: la altura de los tacones de la protagonista y
un gerundio que unía dos acciones simultáneas. Pero al preguntar te hacía
reflexionar y dejaba que tú razonaras y respetaba la decisión que tomaras. No
imponía nada. En lo de los tacones sí modifiqué la idea y en lo del gerundio me
dio la razón. Nos reíamos mucho de los laberintos del lenguaje”, recuerda.
Los restos del editor y también autor de las
novelas Ardores que matan (de ganas)y Cada perro tiene su día fueron
velados ayer en la Funeraria Uribe Vargas, de la colonia Roma, donde
permanecerán hasta las diez de la mañana de hoy. Le sobreviven sus hijas Erandi
y Eréndira.
El Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA)
y el grupo editorial Penguin Random House, al que pertenece el sello Alfaguara,
lamentaron el fallecimiento del licenciado en Humanidades por la UAM
Iztapalapa, quien comenzó en 1981 su camino por la edición, y un año después
por la docencia.
Con casi 40 años en la industria, editó más
de mil libros de diversos autores. Su editorial destacó que fue respetado por
dos generaciones de narradores mexicanos, de Carlos Fuentes a Alma Delia
Murillo, pasando por Alberto Ruy Sánchez, Rosa Beltrán, Carmen Boullosa,
Beatriz Rivas, Maruan Soto, David Toscana y Ana Clavel.
Por su extensa labor como editor ganó los
premios Arnaldo Orfila a la Edición Universitaria y, en tres ocasiones, el
premio de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana al arte
editorial.
Diversos escritores manifestaron su sorpresa
y tristeza en las redes sociales. Jordi Soler escribió “Buen viaje, entrañable
veterano de las Guerras Psíquicas”. Guillermo Arriaga lo definió como “Gran
tipo, conocedor de las inmensas marañas de la literatura, culto, generoso”. Y
Jorge Volpi lo llamó “minucioso y agudo editor y cálido cómplice y amigo.
¡Adiós, contramaestre!”.
Por su parte, el historiador Héctor Aguilar
Camín apuntó: “De luto por la muerte de Ramón Córdoba. Fue un privilegio
siempre trabajar con él. Su profesionalismo y su ojo de editor alcanzaba por
momentos la calidad de coautoría”.
Y la editora Marisol Schulz señaló:
“Ramoncito, no quiero creer que ya no te veré en esta vida. Cuántas anécdotas,
cuántas aventuras literarias tuvimos. Cuántos años fuimos un gran equipo. El
mejor editor literario que he conocido”.
Por último, dos despedidas singulares. Maruan
Soto Antaki escribió: “La pinche tristeza de perder anoche al amigo, al
cómplice, al lector, al editor, al capitán. A quien tengo demasiado qué
agradecerle”.
Y Jaime Mesa concluyó: “La generosidad y el
cariño de Ramón Córdoba eran una epidemia de buena onda. Nos queda el mundo que
creó y al que nos invitó. Adiós, contramaestre”.