• Ganadora del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, Bracho hurga en la memoria de esos mundos paralelos que acompañan al Alzheimer, un estado de la mente con archivos vacíos
TIJUANA.-Una mujer alegre, a
quien le fascinaba bailar por horas y ver el vuelo de los pájaros; quien,
debido al Alzheimer que enfrentó los últimos años de su vida, podía olvidar las
cosas, a las personas y sus nombres, pero nunca el significado del amor y la
injusticia. Ese mundo especial que su madre le abrió y la invitó a compartir
inspiró Debe ser un malentendido (Ediciones Era), el nuevo poemario de Coral
Bracho (Ciudad de México, 1951).
Los editores lo definen como
“un libro memorable sobre la desmemoria”; apuntan que la poeta “hace de la
negación de la memoria su materia de trabajo, que explora la memoria y sus
mundos paralelos para dar vida a “un universo dislocado”, lleno de archivos
vacíos y hallazgos.
Bracho los define como “esos
momentos concretos en los que veía cómo ella organizaba su mundo”.
La licenciada en Lengua y
Literatura Hispánica por la UNAM, quien presentó su libro más reciente la noche
del lunes en la 37 Feria del Libro de Tijuana, confesó que “una cosa que
siempre me impresionó es que podía hablar perfectamente bien, aunque no se
diera cuenta de la gente que la rodeaba. La cuestión no era que se le olvidaran
cosas, sino cómo ante sus ojos se desmoronaba el mundo de una manera extraña”.
Por ejemplo, añadió, a ella le
fascinaban los pájaros. “Un día, con toda claridad, me preguntó ‘¿Qué es eso?’.
Y le respondí que un pájaro sacudiendo sus alas. Me dijo que nunca había visto
nada igual; los pájaros ya no eran parte de su universo. Y así muchísimas
cosas”.
Sin embargo, la también traductora
y académica dijo que su madre tenía muy claro conceptos como la injusticia o el
amor.
Me di cuenta que las
abstracciones era lo que realmente le quedaban con mayor firmeza; además del
contacto con los demás seres humanos, estaba muy atenta a su sensibilidad. Y,
sin embargo, no podía relacionar tres imágenes en un juego infantil de
memoria”.
Agregó que “su contacto con el
mundo era como el de un niño. Siempre lo descubría todo. Y al día siguiente lo
volvía a descubrir todo, pero sin continuidad”. La autora de Peces de piel
fugaz (1977) y Se ríe el emperador (2010) entrega en esta ocasión diversos
poemas con acotaciones, con observaciones suyas y algunos apuntes de diarios.
Incluso hay una secuencia de ficción que atraviesa el libro.
¿Cuál es el hilo que nos
narra, que nos da solidez, cuando no hay trayectoria que nos explique?” es una
de las preguntas que se hace. Para rematar con las siguientes palabras: “Las
piezas del rompecabezas se pierden/ no la mirada que lo sabe suyo/ las formas,
los objetos, se funden, se desmoronan/ pero el sentido del conjunto persiste”.
ENFERMEDAD Y MÚSICA
Quien en 1981 obtuvo el Premio
Nacional de Poesía Aguascalientes por El ser que va a morir, y en 2003 el
Xavier Villaurrutia por Ese espacio, ese jardín, los dos galardones de poesía
más importantes del país, añadió que su madre seguía teniendo algo muy intenso
con la música.
Ella cantaba y si de pronto se
equivocaba o daba una nota en falso, eso le producía desesperación”.
La candidata a doctora por la
Universidad de Maryland admitió que su madre tenía muy claro que había cosas
que no sabía.
De hecho, al Alzheimer le
decía la enfermedad de las palabras. Y estaba convencida de que un día yo la
iba a curar de eso, que por eso me compartía su mundo”.
Aclara que no fue un tiempo de
tristeza, como se podría pensar. “Era fascinante, porque así lo vivía ella. Un
día me preguntó qué edad tenía ella. Cuando se la dije, respondió que quién, a
esa edad, era tan feliz, haciendo todo lo que le gustaba, bailando, cantando, sonriendo”.
La también traductora y
académica mexicana, que en 2011 obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime
Sabines-Gatien Lapointe 2011 asegura que debemos tener un cambio de mentalidad
para tratar no sólo a los enfermos de Alzheimer, sino a quienes padecen de
demencia senil o simplemente a los ancianos que empiezan a olvidar.
Ella seguía buscando cuál era
el sentido de las cosas y amaba la espontaneidad”, concluye la también autora
de Jardín del mar.