• “Ni la embajada de España sabe quién soy yo, ni yo sé quién es el embajador”, afirma el célebre documentalista
Ciudad de México.-Considerado
como uno de los grandes documentalistas mexicanos, Demetrio Bilbatúa, quien
emigró desde España cuando era un niño, confiesa que se siente “más mexicano
que el pulque”.
En su trayectoria destacan los
documentales institucionales, ya que el cineasta nacido en Vigo fue contratado
por Adolfo López Mateos para filmar su campaña electoral con la que llegaría a
la presidencia de México (1958-1964).
Desde entonces Bilbatúa, de 85
años, pudo recorrer todos los rincones de México filmando la vida política y
también visitas de personajes históricos como el papa Juan Pablo II, el
presidente estadunidense John F. Kennedy o el astronauta Neil Armstrong.
Para el cineasta gallego, el
documental es “el tratamiento creativo de la realidad”, por lo que poder viajar
por todo el país le dio capacidades para contar lo que veía, aunque fuese
mayoritariamente en forma de “propaganda”.
Quien fue su amigo, el
conocido cineasta Luis Buñuel, solía decirle cuando iba a comer a su casa que
vender su talento al gobierno era una aberración, a lo que Bilbatúa contestaba:
“Para tenerlo a usted en mi casa, a lo mejor ese es el camino que tuve que
seguir”, detalló.
Además, el documentalista está
consciente de que tuvo la oportunidad de “reflejar la realidad social de un
país” y no ve esto incompatible con haber hablado bien de México en el cine de propaganda,
porque era su trabajo.
Me pagaban por hablar bien del
gobierno, pero hice documentales complicados sobre zonas marginales, la
desigualdad, poblaciones indígenas...”, aclaró.
Dos de los documentales que
mencionó al ser cuestionado por los trabajos que más destacaría son Valle
Sagrado de Urubamba y El último país mágico, ambos sobre paisajes y riqueza
cultural de Perú y México, respectivamente.
El primero es de 1979 y fue
uno de los proyectos que catapultaron la carrera del gallego, ya que recibió
muchos premios internacionales, mientras que el segundo, de 2005, lo creó
utilizando su acervo. “Recopilé todas las bellezas naturales del país, fue un
trabajo muy humano, un homenaje que quería hacerle a México. El documental es
todo el país resumido en 20 minutos”, detalló Bilbatúa.
Y también considera que el
cine ha cambiado mucho. Cree que el documental, por su relación con la realidad
y la crónica, jamás desaparecerá, y que los avances tecnológicos hacen que todo
se simplifique y se pueda producir mucho más rápido.
En su caso, Bilbatúa, quien
ahora está digitalizando su obra para donarla a México gracias a la Fundación
Slim, aprendió trabajando, ya que, aunque realizó un curso de ciencias y artes
cinematográficas por fascículos de la academia de Hollywood, con lo que
realmente se formó fue con su propia trayectoria.
En 1945 la familia del
cineasta se vio obligada a irse de España tras el fusilamiento por el régimen
franquista del padre de Demetrio y sus dos hermanos, quienes eran cercanos al
bando republicano.
A Bilbatúa todavía le duele
pensarlo y dejó testimoniado en un libro lo sucedido a su familia mediante
correspondencia de su padre y sus tíos.
A pesar de los miles de
españoles que tuvieron que huir y llegaron a México, un país que los recibió
“con los brazos abiertos”, el documentalista siente que el gobierno de España
ya los olvidó.
Nunca recibí un premio
importante de España. (...) Ni la embajada de España sabe quién soy yo, ni yo
sé quién es el embajador”, protestó.
Sigue amando su país de
nacimiento a pesar de sentirse plenamente mexicano, por lo que le produce
tristeza, explicó, que en algunos casos no se le dé valor al arte creado por
los españoles que tuvieron que exiliarse.
Si bien cree que el arte—y en
concreto la cinematografía— del país europeo es inmenso, piensa lo mismo del
mexicano, que en los últimos años está tomando prestigio internacionalmente por
éxitos de “jóvenes cineastas como Guillermo del Toro, Alejandro González
Iñárritu o el premiado Alfonso Cuarón”, incidió.
Para Bilbatúa la película
Roma, reciente ganadora de varios premios Oscar, “es una obra de arte” que le
recuerda al cine neorrealista de los años cuarenta, corriente en la que
“casualmente” se filmaron las películas, Roma a las 11 y Roma, ciudad abierta,
que como la de Cuarón, “no pretenden grandes alardes; Roma es sencilla pero muy
humana”, concluyó.