La reconocida escritora estadunidense de raíces mexicanas charló con Excélsior acerca del premio PEN/Nabokov, que acaba de obtener; se trata del mismo galardón que han ganado celebridades literarias de talla internacional como Adonis y Edna O’Brien
MÉXICO.
La poeta y narradora Sandra Cisneros (Chicago, 1954) es un alebrije de las letras que descubrió en la literatura una conexión con las causas de la gente y de su tiempo. Hace unos días obtuvo el premio PEN/Nabokov, el mismo que ya recibieron figuras de las letras como Adonis y Edna O’Brien, aunque ella se define como una joven de 64 años que apenas empieza su carrera literaria.
Cisneros es una autora mexicoestadunidense comprometida con el mundo chicano y una ferviente admiradora de la obra de Juan Rulfo y de Jaime Sabines. Es hija de migrantes y autora imprescindible de novelas como Caramelo, La casa en Mango Street y de la antología Woman Hollering Creek and Other Stories, en donde explora temas como la frontera, la migración y el mundo chicano.
Hace un lustro vive en San Miguel de Allende y su obra, considera, aún es desconocida en México. Para ella la literatura tiene una importancia política que no puede olvidar las causas de quienes mantienen la esperanza, como sucede con esas migrantes que limpian casas y se convierten en maestras, con esos dreamersy parejas de indocumentados o en mujeres que trabajan en las huertas de Carolina del Norte.
En entrevista con Excélsior, la también ensayista comentó que ya explora la pronta publicación de sus libros en México. Mientras tanto, adelantó que la Princeton Symphony Orchestra estrenará el próximo 18 de mayo Mango Suite, inspirada en uno de sus libros, bajo la dirección de Derek Bermel, y la escritura de un texto o guion con testimonios de migrantes que recogió a partir de los recursos que obtuvo con la beca Art of Change (Arte de Cambio).
Sobre el premio, dotado con 50 mil dólares y que recibirá el próximo 26 de febrero en Nueva York, la autora se mostró sorprendida y dijo que aún se siente muy joven para reconocimientos de esta altura. “Es un premio por lo que he logrado… pero siento que apenas voy empezando. Me sorprende que me lo hayan dado a los 64 años. Estoy muy honrada”, expresó vía telefónica.
Luego recordó que, un día antes de esta entrevista, una vendedora tocó a su puerta y le ofreció una docena de tortillas por un peso. “Sé que ella las hace con materiales de su huerta y, aunque yo no necesitaba tortillas, ella necesitaba comer. Entonces le pedí una docena y me las quería vender en un peso. ¡Eso no puede ser!
Así que cuando ella se fue, me sentí muy triste y con ganas de llorar. Luego pensé en el premio y en que hay muchos mexicanos que merecen premios por las obras que han hecho en su vida. Pienso en los periodistas, que exponen sus vidas a diario por decir la verdad, y en toda esa gente que trabaja sin alcanzar sus sueños, como los migrantes, quienes viven con esperanza y que son tratados así… Me siento un poco confusa”.
¿Cómo se ha sentido en México? “Sigo en aprendizaje y siento que apenas comencé el camino sagrado como escritora, pero he tenido maestros maravillosos, como Elena Poniatowska, la poeta Wendolyn Brooks en Chicago y el gran Eduardo Galeano.
Ellos han sido mis maestros y me han enseñado que no somos artistas en la página sino en la vida cotidiana, que hay que comportarnos como maravillosos seres humanos. No basta con ser un gran escritor, sino también un gran ser humano. En mi opinión, los mejores seres humanos son los artistas que se concentran en servir a los demás”.
¿Cómo sobrevive la idea del mundo migrante en su literatura? “Me siento como Elenita después de la masacre del 68, cuando dijo que no quería ser cómplice de la impotencia. Tampoco quiero serlo mientras observo la situación que viven los migrantes. ¡Quiero hacer algo!”.
Y añade: “México es un lugar que me inspira. porque cuando hay una crisis, como un terremoto, los mexicanos salen y levantan los escombros con sus manos. Siento que México sobrevive gracias a esa cooperación de espíritu, aunque también sufre. pues los mexicanos tratan muy mal a los mexicanos”.
¿Influyó Vladimir Nabókov en su literatura? “Todos hemos leído a Nabókov. Creo que muchas cosas que he escrito fueron inspiradas por su manera de escribir. Él huyó de su país por culpa de la Revolución rusa y desarrolló su arte en un idioma que no fue su lengua madre. Yo no he tenido esa experiencia, porque mi lengua madre es el inglés y desde ahí me han traducido a todo el mundo”.
Quizás él se sintió inmigrante fuera de Rusia, pero yo me siento migrante en mi país natal. Tampoco quiero decir que me siento tan mexicana como las mexicanas. No soy mexicana ni estadunidense, soy un alebrije que viaja de un país a otro. Quizá todos los artistas se sienten un poco alejados de sus países y nos sentimos un poco incómodos con la sociedad porque tenemos más en común con los árboles y las nubes. Yo me siento más arbusto en un bosque que un escritor en un salón con otros escritores”.
FUEGO Y SILENCIO
Para la autora del poemario My Wicked, Wicked Ways, “el mundo en el que vivimos es una casa en llamas, en donde la gente que amamos se está quemando”. Quizá por eso considera que sus personajes nunca pueden callar. “Mis personajes no son mudos, me siguen platicando. Especialmente ahora con lo que está pasando entre Estados Unidos y México con el tema migrante. Más que nunca me están platicando, y por eso pensamos que sería ideal La casa en Mango Street fuera adaptada a una ópera, para tener a todos esos personajes platicando y cantando”.
¿Por qué una ópera? “Porque es un nuevo camino que puede desarrollar el libro y llegar a mucha más gente; hay mucha gente que nunca va a lograr leerlo y a mí me parece que la música es mucho más universal”.
¿Por qué afirma que la escritura tiene importancia política? “Porque alzar la voz no sirve si no se produce un cambio. Debemos hacer algo más, ayudar a esa señora que vende tortillas; hay que hacer algo para cambiar la vida de esas personas. Soy budista. Para mí el cambio viene en cómo tratamos a todo, no sólo a los seres humanos”.