• En esta novela la autora evoca las olas migratorias de comienzos del siglo XX, atraídas por el espejismo de una América próspera, y retrata los afectos resquebrajados de una familia que se sostiene con trozos de memoria
BARCELONA.-Lo supo desde el
principio. Reconstruir el relato de su pasado familiar no sería fácil. Cuando
la escritora Alejandra Costamagna (Santiago de Chile, 1970) se propuso indagar
en la difusa historia de sus antepasados paternos se encontró con demasiadas
zonas vacías, “como si la historia se
resistiera a ser contada”, explica en entrevista con Excélsior.
Pero Costamagna transformó la
resistencia en recurso: recolectó fragmentos, retazos, imágenes quebradas de
aquella realidad y convirtió todo eso en materia prima para escribir su más
reciente novela El sistema del tacto (Editorial Anagrama, 2018), finalista del
pasado Premio Herralde de Novela.
En el camino, la autora se
volvió cirujana de mariposas rotas, como Ania, la protagonista de su novela,
que de niña rescataba a estos insectos atrapados en las rejillas delanteras de
los coches, les enderezaba las patitas, les reponía las antenas chamuscadas y
los echaba a volar de nuevo. De la misma forma, Constamagna intentó
reconstruir, pedacito a pedacito y con suma paciencia, su biografía familiar,
para liberarla del olvido.
El sistema del tacto es un
viaje permanente entre ficción y realidad, entre pasado y presente, entre
documento y delirio. Una huida del presente y un desplazamiento hacia las
fronteras siempre difusas de la memoria.
La memoria es un inquilino
incómodo”, suelta la autora, que reconoce la imposibilidad de reconstruir el
pasado tal como fue: “Uno puede acercarse a él, pero sin olvidar que lo hacemos
desde el presente”. Por eso, para ella, “la memoria es una forma de la ficción”
que enriquece a la literatura.
En su libro, Costamagna
traspasa los umbrales de lo real para zambullirse en el universo de la ficción.
Utiliza materiales de un archivo familiar (fotografías, cartas, papeles,
cuadernos, libros) para construir la historia de Ania, la protagonista, que
emprende un largo viaje desde Chile hasta Campana, un pueblecito argentino, con
el objetivo de despedirse de su moribundo tío Agustín, primo de su padre, el
último integrante de su familia.
Una vez allí emergerá también
la desaparecida figura de Nélida, su tía abuela, una mujer nacida en el
Piamonte italiano, que a finales de los años 40 fue subida a un barco para que
iniciara una nueva vida al otro lado del Atlántico. Nélida es, en el fondo, el
centro de esta novela, aunque su vida se narre sólo a pedacitos, como un rumor.
Había algo misterioso en su
historia que a mí siempre me intrigó”, cuenta la autora a este diario.
A Costamagna le interesaba abordar
el tema del desarraigo y lo hace a través de la historia de la tía Nélida, una
mujer arrancada de su tierra, que intenta narrar también la historia de los
migrantes italianos que llegaron a Argentina a comienzos del siglo XX para
convertirse en otros.
Pero si la novela aborda el
desarraigo a nivel macro, a través de las migraciones, también está el
desarraigo a nivel micro
–argumenta– como el que tiene
que ver con el lenguaje, con el no adaptarse a un deber ser, a una
productividad, a un forma de ser familia, a los roles sociales y a los
parámetros de normalidad.
Todo eso está en El sistema
del tacto, un relato que se despliega en episodios que van del presente a los
años 70 del siglo XX, con saltos hacia un pasado aún más lejano: el de las olas
migratorias de comienzos del siglo XX, atraídas por la promesa que devino en
espejismo de una América próspera.
Si la novela de Costamagna
está cruzada por los recuerdos y las ausencias, también lo está por las
palabras, esas que el tío Agustín escribe con erratas de por medio, en sus
clases de mecanografía, donde se lee: ‘hijos hijoss hijos hijos hijod hijos
hijox’. “Teclear por teclear como si las teclas de la máquina fueran balas que
pudieran perforar su pecho”, escribe la autora.
La materialidad del lenguaje,
eso es lo que le interesaba a la escritora chilena y el título de este libro
tiene que ver con eso: “Donde los afectos están rotos y donde todo ha sido
resquebrajado, hay algo que a través del sentido, de lo más primitivo, permite
establecer una zona de arraigo propio; el tacto está vinculado indudablemente
con la escritura, a máquina y a mano”, que permite equivocarse en forma de
errata.
Para Costamagna el lenguaje es
ideológico. Por eso, con cada uno de sus libros se propone buscar nuevas formas
y no repetir discursos aprendidos. “La ruptura con una estética tradicional
–apunta– es una forma de
pensar políticamente la escritura, y en ese sentido me interesa lo que no
mantenga al lector en un lugar pasivo y que permita una participación”.
En su más reciente novela, la
autora chilena regresa a un tema recurrente en toda su obra: la complejidad de
las relaciones familiares.
Para ella, la familia es “una
gran metáfora de los sistemas sociales” y es por eso que utiliza siempre este
espacio de intimidad para “poner en cuestión esas estructuras establecidas y
rígidas que determinan cuáles deben ser los roles, el deber ser, el papel de la
mujer, el mandato de la maternidad”. En el fondo, añade, la familia es el lugar
perfecto para hacer una radiografía de lo social.
La autora de Imposible salir
de la Tierra y de Animales domésticos fue considerada por Roberto Bolaño como
una de las escritoras chilenas “que promete comérselo todo”. Un comentario que
resultó ser premonitorio. “Fue un bonito elogio”, valora Constamagna, que
considera que Bolaño “marcó un antes y un después para la literatura
latinoamericana contemporánea”.
A Alejandra Costamagna le
gusta el silencio. Cuando escribe busca ese difícil equilibro entre el silencio
y el sonido de la palabra, “ahí es donde se produce el verdadero sentido de lo
que se está transmitiendo”, comenta.
Finalmente, reconoce que acostumbra leer en
voz alta lo que escribe para poder encontrar “ese sonido que está armado de
silencios”.
Las cosas no sólo son la
literalidad de la palabra sino el cómo está dicha esa palabra”, sentencia.
Palabras que suenen, quizá, como el aleteo de una mariposa, de esas que Ania
rescataba y hacía volar, “antes de que olvidaran como hacerlo”.