• El escritor sinaloense reinventa el clásico de la literatura infantil en 'No todos los besos son iguales', su nuevo título
CIUDAD DE MÉXICO.- Conocido
sobre todo por sus novelas negras, padre del detective corrupto Édgar El Zurdo
Mendieta y destacado representante de la llamada narcoliteratura, el sinaloense
Élmer Mendoza (1949) confiesa que cree en las hadas. “Tengo que creer en ellas
para poder escribir una historia como ésta”.
En entrevista, el narrador
detalla que desea sorprender a nuevos lectores, por lo que decidió incursionar
en el terreno de la fantasía, reinventar a la Bella Durmiente como una chica
moderna e intransigente, reinterpretar de manera hilarante las versiones de los
hermanos Grimm, Basile y Perrault y dar vida a reinos como Mocorio, Navolatura
y el País del Agua.
Así nació su novela más
reciente, No todos los besos son iguales (Alfaguara), en la que el hilo
conductor es la irreverencia, el cuestionamiento del estado de las cosas, que
los personajes tomen el control de sus vidas y la fuerza de la voz femenina.
Se supone —propone Mendoza—
que transcurriría una eternidad antes de que el reino de Mey se librara de la
mala obra que le impuso Espolonela con su varita maldita, pero apenas van
cuatro años de soporífera existencia y, dicen, la princesa ya medio despertó y
anda por ahí refunfuñando en busca de alguien que la bese para espabilarse del
todo, y con ella, la comarca entera.
La Bella Durmiente de los
cuentos era una chica muy dulce y obediente. No podía trabajar ese perfil.
Quería que fuera una mujer contemporánea y ésta debe enfrentarse a muchas
cosas. Tiene que plantarse. Y quiere que todos la besen”, comenta.
¿Es muy norteña, echada para
adelante?, se le pregunta al también cuentista. “Algo hay de eso”, responde.
“Imagínate que debe pasar de una circunstancia en la que está completamente
inmóvil, luego de dormir muchos años, a una en la que tiene que tomar el
control de sí misma, debe ser determinante, por eso se ve insolente. Debe
despertar”.
Explica que para la nueva
historia partió del personaje. “Al releer los cuentos me encontré con una
literatura infantil sin nombre. La Bella Durmiente, la Caperucita Roja, Cenicienta
o el Flautista de Hamelín. Los autores no buscaban una identidad, preferían
sólo describir una actitud, una acción o destacar cómo se visten los
protagonistas, cómo es su cabello. Creo que esto tiene que ver con el universo
de los apodos”, agrega.
Decidí que tampoco le pondría
nombre a mi protagonista, pero quise dejarlo de manifiesto, que quedara claro.
Lo que nace de ahí es un juego abierto: busqué que la novela fuera un
instrumento de provocación, donde los lectores
sacaran las conclusiones, es decir, que no hubiera ningún condicionamiento”,
añade.
Así, el autor de Un asesino
solitario (1999) y Balas de plata (2008) hace que en su historia cohabiten
hadas en aprietos, espadachines trotamundos, bribones de diversas cataduras,
aves fénix y reyes. “Todos a expensas de los caprichos de un poder furibundo
que achicharra hasta a las moscas”, dice.
Señala que al releer estos
relatos ya no le parecieron tan dulces. “Son lindos, pero crueles. Ya no me
impresionaron como cuando era niño, que me quedé muy preocupado por el hechizo
y la maldición que durarían cien años. Era un castigo muy fuerte. De adulto
concibes el tiempo de otra forma, pero de niño se me hacía una eternidad”.
El académico de la lengua
admite que uno de los episodios que más le costó trabajo confeccionar fue
cuando su Bella Durmiente sueña un dado rodando. “Me pregunté qué quise decir.
Si mi instinto narrativo lo puso ahí era por algo. Pero eso nunca me quedó lo
suficientemente claro. Así que dejé que las hadas le dieran una interpretación
en su mundo mágico”.
Y lo que más le gustó,
prosigue, fue dar vida al País del Agua. “Es un lugar lleno de agua limpia. Hay
unas fuentes con jardines florecientes, y ríos donde la gente puede convivir en
su margen. El agua es parte de la riqueza del país, no está contaminada y
contribuye a mantener la agricultura y la belleza. Es todo muy fresco”, evoca.
Aunque en El misterio de la
orquídea Calavera (2014) también propone un juego, “sólo que éste tiene mucha
conexión con la realidad”, Mendoza acepta que esta es su primera incursión en
el mundo de la fantasía. “Me divertí mucho. Espero que los lectores también. Si
logro sorprenderlos seré el más feliz”.
El autor de La prueba del
ácido adelanta que tiene dos libros en puerta: uno saldrá este año y el otro en
2020. El primero es la continuación de la saga del Capi Garay, “en la que hay
aventuras y cosas raras”; la segunda es otra novela del famoso Zurdo Mendieta.