• El autor español explora conceptos como la libertad, la frontera, la fraternidad y apuesta por el amor al otro; su narrativa se interna en el terreno de la fragmentación y se inspira en el vértigo de la información digital
CIUDAD DE MÉXICO.- Una novela
que habla de la libertad. El escritor español Eduardo Iglesias (1952) explora
en El vuelo de los charcos este concepto, que evoca la facultad de todo ser
humano de ejercer su voluntad, todavía difícil de lograr en pleno siglo XXI.
El narrador nacido en el País
Vasco está convencido de que el mundo occidental aún se guía por los tres
conceptos que le heredó la Revolución Francesa: libertad, igualdad y
fraternidad.
Se ha avanzado en la libertad
y la igualdad, pero lo que más falta es la fraternidad. Ésta tiene un
componente básico, que es la hospitalidad. Antes la gente era más hospitalaria,
pero hoy tiene miedo de abrir la puerta”, afirma en entrevista con Excélsior.
Si fuésemos más fraternos”,
agrega quien comenzó su carrera literaria en Estados Unidos a finales de los
años 80, “seríamos más tolerantes con los que emigran, con los que dejan sus
territorios y buscan mejores lugares y horizontes”.
El autor de Fábulas morales
(1989) y Los elegidos (2014) aclara que no cree en las fronteras. “No le puedes
poner límites al campo ni al mar. Y ahora con el mundo globalizado menos. No
eres de donde naces, sino de donde pases. Y puedes ir a donde tu libertad te
lleve”.
Y, como una especie de
invitación a cultivar la fraternidad perdida, el autor hace que en las cuevas
de El vuelo de los charcos se admitan a todos los rebeldes y los habitantes son
hospitalarios.
Los territorios ocupan un
papel fundamental en mi obra. Hablo mucho de la naturaleza, porque creo que es
un territorio al que hay que volver. La historia que acabo de publicar es algo
especial. Empiezo siempre con una imagen, una idea, y así se van creando los
personajes y la estructura”, explica.
El autor de Por las rutas los
viajeros (1996) y Cuando se vacían las playas (2012) intenta que cada una de
sus novelas sea diferente a la anterior. “A pesar de mi edad, creo que todavía
me queda recorrido. Mi historia reciente ofrece un amplio arsenal de
narraciones e impresiones superpuestas, que no desconectadas. Es una trama del
siglo XXI, porque empieza con un tema madre que va serpenteando relatos y
percepciones mías que hablan de la libertad”.
Aclara que en sus propuestas
literarias tiene que haber búsqueda, innovación y entretenimiento; y, además,
busca descolocar al lector “para hacerlo partícipe de la novela y que le
parezca que él la está escribiendo”.
Quien confiesa que toda su
vida ha intentado ser un rebelde destaca que en su novela ahora apostó más que
nunca por la fragmentación, inspirada en la manera como los medios de
información y las plataformas digitales proporcionan la información.
Creo en la fraternidad, en el
amor al otro, la libertad va por ahí. Es necesario que el ser humano luche por
cambiar. El gran reto que tenemos es cambiar, creer en las utopías y en
nosotros mismos”, concluye.
ENGAÑO Y CONTROL
Para Iglesias, existen
territorios que gobiernan a sus habitantes y otros que los liberan. Pensando en
su natal País Vasco, dice que ya pasaron los tiempos difíciles, de violencia
política y militar, y que ahora disfrutan de un estado de bienestar.
Yo viví la época de ETA (la
organización nacionalista vasca). Hacia 1969 yo tenía 17 años y mataban a la
gente, muchos amigos lucharon. Había una ETA política y otra militar. Ahora, el
País Vasco está bien, es muy turístico y se vive tranquilamente”, añade.
El autor de Aventuras de Manga
Ranglan (1992) destaca que para ETA, que anunció el cese definitivo de su
actividad armada en 2011, y su disolución el 3 de mayo de 2018, fue diferente
luchar bajo la dictadura de Francisco Franco, que ya en la democracia.
No creo en las democracias,
porque también nos engañan, en el fondo nos están controlando. No somos libres
realmente. Nos gobiernan políticos ladrones. Es un mundo a la deriva. La Tierra
no es ningún paraíso, nos lo ha demostrado la Historia. El hombre es un
salvaje, más que los animales, es capaz de matar por ideología. Por eso mis
personajes son rebeldes”, señala.
La soledad como un estado a
recuperar es otro tema que le interesa abordar al narrador. “Me gusta la
soledad. Vivo en una cabaña a las afueras de Madrid y lo disfruto. Salgo poco.
Soy solitario. Me agrada correr en el bosque. Haciendo ejercicio se me ocurren
muchas cosas. Busco esa espiritualidad que te lleva a la creación”.
Y lamenta que la intimidad se
haya perdido debido a las redes sociales. “Los jóvenes están todo el día con el
móvil y diciendo tonterías. Deben dejar tiempo al tiempo. No es necesario
contar inmediatamente lo que hacen o lo que comen o con quién están. Es absurdo.
Debemos enseñarlos a recuperar la soledad”.
El autor de El tercer nombre
(2004) y Al final de la línea (2011) adelanta que, a sus 67 años, ha decidido
incursionar en la poesía. “Pensé que si algún día escribía poesía sería después
de los 60 años. Es el género más sublime, más difícil. Siento que de joven no
estaba capacitado. La poesía es más de la experiencia. Ahora puedo dar más de
mí mismo”, indica quien ya confecciona Poemas caídos del cielo.
Y trabaja además en una nueva
novela, El australiano, en la que recrea al País Vasco desde el punto de vista
de un extranjero.