· AMLO: la Impunidad y la corrupción
Sin duda que
nos lleva a conciliar el sueño creer y más aún tener la certeza de que en
la agenda Presidencial se torna prioridad la búsqueda de la
transparencia, el combate a la corrupción, la rendición de cuentas, la
intención de preservar los derechos humanos, y que fundamentalmente persiste la
intención de atacar ese mal, --casi congénito--, que como estigma
maldito, llevan cargando a sus espaldas 50 millones de compatriotas: la
pobreza.
Y por supuesto
que a todos los mexicanos nos da aliciente pensar que muchos oros espectros
como son la conspiración, la inmoralidad, el soborno, el cohecho,
la complicidad, el encubrimiento, la confabulación, lo mismo que el
abuso del poder tampoco –parece ser-- están integrados a la
administración de Andrés Manuel López Obrador.
Acuerdos y
determinaciones muy plausibles en los tiempos actuales cuando la perversidad y
el pillaje se habían acostumbrado a construir indestructibles y amurallados
nidos desde las administraciones públicas mientras las leyes y la
justicia se pasaban de frente haciendo honor y reverencia a la impunidad.
Porque no hay
que olvidar que la cuestionada práctica de la corrupción, que de paso conlleva
desde incertidumbre y angustia, hasta inseguridad y violencia, son los nocivos
efectos de la impunidad, no sus causas.
Y con el perdón
hacia mis inteligentes lectores seré reiterativo al escribir que la
impunidad hiere, duele, lastima, y obliga a quien la sufre, a sentir un
amargo y vomitable sabor a coraje y a desesperanza; y de paso, le deja
imborrables cicatrices de impotencia y en síntesis toda esa insana y turbia
mezcla de sinsabores, coloca al pueblo contra la pared, y finalmente lo conduce
a su más cruel estado de indefensión.
Por tanto, ya
no es posible seguir viviendo sumidos siempre en el desasosiego, en la
inquietud, en la incertidumbre y lesionados por el robo, el abuso y el
saqueo de aquellos malditos depredadores que incrustados en el cinismo y
la desvergüenza se paseen por allí, amparados precisamente por la sombra
del frondoso árbol de la impunidad y haciendo gala de sus fechorías como
vulgares integrantes de la delincuencia.
Es pues,
lamentable saber que la cobija de la corrupción y la impunidad ha sido lo
suficiente extensa para alcanzar a tapar tanto desmán, tanto exceso, y darnos
cuenta del desorden y atropello ocasionado por todos aquellos que,
amparados en su efímero poder, han incumplido los principios consagrados
en nuestra carta magna y han quebrantado acuerdos pactados con el pueblo de
México, infringiendo leyes, y ya enfermos de tanto poder, han
ofendido a todos aquellos que un día confiaron el ellos.
Y aquí hay que
recalcarlo: no puede ni debe haber borrón y cuenta nueva.
Es decir,
no es permisible que los actos de virtud, de probidad, de
moralidad y de honestidad a que ha convocado Andrés Manuel López Obrador y que
serán puestos en práctica por todos sus funcionarios, den apenas inicio en su
administración y no se imponga el castigo ejemplar y que merecen todos aquellos
que de antemano cometieron faltas. Y que sabemos no bastan nuestros dedos para
contarlos.
De ninguna
manera.
Porque no
tenemos la menor duda de que el pútrido olor de la descomposición y la
putrefacción, por tanta depravación y perversión que fueron cometidos,
sin duda que todavía impregna varias oficinas del sector público y eso lo sabe
el presidente.
No vamos a ir
muy lejos. Simplemente haremos alusión a la reiterada pregunta que se ha hecho
un amplio sector de la sociedad sudcaliforniana: ¿qué ha pasado con los
exalcaldes…? ¿En qué rincón del Congreso del Estado o en cual congeladora han
sido guardados los documentos que hablan de los estados financieros de las más
recientes administraciones municipales? ¿Más aun cuando en un secreto a
voces, sobre los recursos económicos que tuvieron a su cargo se habla de
desviaciones y gastos indebidos?
Y de todo ello
también está enterado el hoy Delegado General en Baja California Sur profesor
Víctor Castro Cosío, quien seguramente insistirá en la necesaria y prioritaria
investigación, a sabiendas, –incluso— de que él ocupó en su momento
la silla de presidente municipal de La Paz. Aun cuando, conociendo su
forma honesta de actuar y su condición sencilla de vivir, tenemos la certeza de
que Víctor Castro, dirigió y manejó su administración de acuerdo a como debe
hacerlo una persona íntegra y equitativa.
Por tanto, en
relación a aquellos exalcaldes: ¿Hubo o no, inmoralidad? ¿Hubo o no,
perversidad? ¿Hubo o no, impunidad? ¿Hubo o no, corrupción…?
Díganlo de una vez. Porque de no ser así, con el derecho del beneficio de
la duda que al pueblo le asiste dirá que: aun hay tapaderas en cloacas
malolientes.
En efecto,
porque, contrariamente habríamos de cuestionar: ¿qué diablos ha pasado con
tanta desviación de recursos, con tanto robo, con tanto abuso de poder y con
tanto tráfico de influencias…?.
Es pues
necesario pasar de las palabras a los hechos.
Porque los
criminales constituyen un gran peligro para la sociedad y no deben andar por
las calles. Y porque todos sabemos que la indeseable pasarela al Centro
de Readaptación Social ya ha sentido los pasos de otros tantos delincuentes de
cuello blanco.
Cuestión de
tiempo.