• Con la publicación en 2019 de cuatro libros que recogen todas las facetas de su obra, el fotógrafo mexicano festejará 50 años de trayectoria
CIUDAD DE MÉXICO.- Rogelio
Cuéllar (Ciudad de México, 1950) alista el festejo por sus 50 años como
fotógrafo y retratista. En entrevista con Excélsior adelanta que prepara la
publicación de cuatro libros: uno sobre paisaje urbano y rural, otro con los
rostros de la plástica, uno más con cien historias visuales de escritores y
artistas; y otro en donde músicos, artistas y científicos recrearán, con una
obra plástica, un elemento de la tabla periódica de los elementos químicos.
Todo aparecerá en 2019 y bajo el sello de La Cabra Ediciones.
Te diría que en mi fotografía
sí hay una visión y una apuesta por la memoria gráfica, porque como
fotoperiodistas sabemos que vamos sobre la noticia, pero a partir de mañana eso
comienza a formar parte de una historia y es importante”, expresa el artista mientras
desayuna una banderilla con café.
Recuerdo que desde un
principio agarraba las bolsas de papel bond y ahí metía mis rollitos bien
guardados, con sus nombres, pues veía que en los laboratorios de los periódicos
colgaban el rollo e imprimían una foto, luego ese rollo terminaba en una caja
de cartón… y de ahí a la basura. Así que esa conciencia sobre el valor del
negativo fue intuitiva, conciencia por preservar la historia que con el tiempo
será patrimonio cultural e histórico”.
El primer proyecto sobre el
que habla es 250 retratos de la literatura mexicana, que montó en línea, un
proyecto de investigación, preservación y difusión de las fotos de escritores
que por primera vez se muestran en conjunto. Fue a iniciativa de Juan Carlos
Oliver —diseñador de Ediciones Era— y con apoyo del Fonca, con el que
propusieron como proyecto digitalizar una selección de 250 escritores de la
literatura iberoamericana con al menos 10 mil negativos”.
Sin embargo, el archivo de
Cuéllar es más vasto: resguarda imágenes de 600 escritores y poco más de 70 mil
negativos, pero sólo corresponde a escritores. A eso hay que sumarle el doble de material dedicado a
artistas plásticos y otra parte que ha dedicado al desnudo, los paisajes y movimientos
sociales. El total, ni él mismo lo conoce.
Pero cuando se le pregunta
cómo nació su interés por la foto, Cuéllar se remonta a los 60, cuando empezó a
trabajar freelance en la revista Sucesos para todos, su paso por Siempre!,
Revista de revistas (Excélsior), Proceso de Julio Scherer y Sábado de Fernando
Benítez.
De toda esa experiencia
concluyó que él no quería ‘capturar’ al malo de la semana sino a los personajes
en quienes sí creía. “Me di cuenta de que no quería fotografiar al malo, sino
en quienes sí creo, en los creadores; ésa es la clave”, reconoce.
¿Hay conciencia de la memoria
en su trabajo?, se le cuestiona al fotógrafo que Jorge Luis Borges bautizó como
El duende y que le valió captar aquella famosa instantánea donde el autor de El
Aleph usa el mingitorio. “Eso lo hice intuitivamente, sabiendo que no era
original, porque muchos fotógrafos de otras latitudes han retratado a sus
contemporáneos, sólo es retomar lo que hicieron Bernice Kolko, Mariana
Yampolsky y no digamos Tina Modotti y Edward Weston, es como seguir la misma
tradición; eso y el interés por conocerlos, pues este trabajo es una especie de
antología”.
¿Por qué cree en ellos? “Es un
gusto personal… y aunque nos guste o no su literatura, su pintura, su música,
su coreografía o su dramaturgia… pienso que son personas honestas que apuestan
a su visión de la verdad”.
PAZ Y MONTERROSO
Para Cuéllar, uno de los
elementos más importantes en su trabajo—hoy memoria histórica del México
contemporáneo— es la mirada de su interlocutor. “Quizá busco la premisa más
sencilla: que no sean fotos posadas. Me gusta el uso de luz natural, sus
espacios (de los creadores), mostrar una foto muy natural”.
¿Recuerda cuando tomó esa foto
a Borges en el urinario? “Claro. Me acerqué con mi camarita Pentax, que acababa
de comprar en dos mil 500 pesos en Donceles, y después del primer clic, Borges
dijo ‘¡Ya el duende está aquí!’”.
También rememora las fotos que
le tomó a Paz en el jardín de su casa en Paseo de la Reforma. “Llegué ese día,
porque era candidato al Nobel de Literatura. Entonces Carlos Payán me dijo que
fuera a hacerle unas fotos, pero cuando llegué a su casa Marie-Jo me dijo que
Octavio no estaba de ánimo”.
Así que puse el tripié, monté
la cámara Hasselblad, enfoqué con la conciencia de que a esa velocidad
congelaría el movimiento y pedí saludarlo. Pero cuando venía… disparé. Él se
acercó a mí y se disculpó, y le pedí un recadito para mi director donde él
escribiera que llegué puntual a la cita. Entonces Paz regresó, tomé más fotos y
guardé aquel recadito: era un pretexto para moverlo. Años después Octavio vio
esas fotos y eran las que más me pedía”.
También recuerda a Augusto
Monterroso: “Cuando lo conocí me dijo que le gustaría que le hiciera unas fotos
con elefantes y jirafas en Chapultepec. Pero yo vi a ese señor chaparrito, pensé
que estaba un poco pirado (bromea), entonces se puso una gorra y tomó a su
gato, pero también le tomé una donde aparece con un cartel de circo como
fondo”.
Esa foto es inédita, detalla
Cuéllar: “Y me parece interesante, porque está el cartel de circo con el aro
donde está parado el tigre que le queda como aureola de santo”.
Esto demuestra cómo en cada
foto hay una historia, y también esa búsqueda de Cuéllar que necesita la mirada
cómplice, “pues al momento de mirar se siente una corriente eléctrica en el
cuerpo; como captar el alma de los retratados”.