Va Reflexión
Muchos seres, al sentir
la flaqueza y la debilidad producto de la inanición, no hacen más que aceptar
los designios de Dios. Y ahí se van, escupiendo sangre, tragándose el
dolor y –como los perros-- lamiéndose sus heridas…
Amiga mía, amigo mío:
Le diré, justo como cuando en
mi caso, la vida --en medio de tumbos, tropiezos, triunfos, fracasos,
caídas y levantadas--, me ha llevado ya casi a pisar los umbrales del más
allá, sin duda que me asiste la razón para decir: “bueno, pues qué más me
da, si yo ya estoy más allá del bien y el mal…”, y eso, --amigas, amigos--, a
seres como yo, nos da relativa tranquilidad.
Indudablemente.
Pero cuando derivado de esto,
me pongo a reflexionar sobre el futuro de mis hijos y los hijos de mis
hijos, y los que a éstos les seguirán, me asalta la cruel duda y me
invade el temor sobre lo que vendrá sobre ellos.
Entonces se me aceleran las
arterias; el corazón me da vuelcos, me invade un vacío en el estómago, y la
intensidad de los vértigos aumentan; y por consecuencia no me gustaría ni
siquiera pensar lo que viene para ellos.
Pudiera creer que algo similar
les acontece a ustedes mis inteligentes lectores. Y lo mismo les pasa a
muchos de aquellos, que son tus amigos, amigas, familiares o simplemente
conocidos. Es decir a hombres y mujeres de buena voluntad.
Y ese estado de cosas –seguro
estoy-- se les recrudece al pensar en la inseguridad e injusticia a que estamos
expuestos. Y que por más que voltean a todos lados, solo observan esa terrible
obscuridad que sienten que les absorbe; sin siquiera advertir un punto de luz
que les conceda -al menos- un átomo de esperanza.
Entonces el miedo se apodera
de todo tu ser… el temor te abraza… y sientes aniquilada tu autoestima, en
tanto la impotencia casi te convierte en un muñeco de trapo, con deseos ni de
siquiera salir a la calle.
Tal vez piensas que no son
pocos los compatriotas que han dejado su propia vida en esa denodada lucha de
encontrar la luz de la justicia, en aras de que nosotros podamos vivir en
un mundo mejor.
Y al cerrar tus ojos en esos
momentos de reflexión, seguro estoy también que has visto los dedos
sangrantes de aquellos que han removido montañas de piedras en su afán de
encontrar debajo de una de ellas la prestigiosa lámpara de Diógenes que al
menos le dé un vestigio de que por ahí ha pasado la Señora Justicia.
Pero desgraciadamente, haz
concluido en que los extenuados cuerpos de todos ellos se han quedado
esparcidos al pie de la montaña en su vano intento por abrazarla y sentir su
calor… su protección.
No es para menos, cuando
la Justicia, es aquella señora de clase alta, elegante, encopetada, de
tacón alto y de buen vestir, que se contonea por los pasillos de la
indiferencia y que por consiguiente no conoce los senderos de la
necesidad y la indigencia; ni del dolor y la pobreza.
Una señora que solo se mueve
en las tinieblas, y que darías todo lo que fuera para portar la Lámpara de
Diógenes y con su fulgurante luz encontrarla.
Una señora que a veces actúa
con disimulo, otras con falsedad y en reiteradas ocasiones se le observa
incrustada en el engaño, en la mentira. Más nunca actúa con discreción.
Así es, amigas, amigos… Una
señora que pese a sus yerros, opta por moverse en los círculos elevados; que
fácilmente se esconde y se evade en las cómodas oficinas; por eso es difícil
saludarla.
Es por ello, que la sociedad
marginada, se repliega en ese maldito estado de indefensión… de recluirse en
ese despreciable rincón de la impotencia. Y no le queda otra que derramar
lágrimas de sangre en su más cruel estado de desesperación.
Y muchos, al sentir la
flaqueza y la debilidad producto de la inanición, aceptan los designios de
Dios, escupen sangre, se tragan el dolor y –como los perros—se lamen sus
heridas.
Por eso yo he sido reiterativo
que la impunidad hiere, duele, lastima, y ofrece --a quien la padece-- un
amargo sabor a coraje y a desesperanza; y que por consecuencia, todo eso
nos deja imborrables cicatrices de impotencia.
Por ende, seguro estoy también
que esa turbia mezcla de intereses que tejen sus redes en las medianas y altas
esferas de la política y la administración, es lo que coloca al pueblo contra
la pared, sin otorgarle la más mínima posibilidad de defenderse.
Sin embargo aún nos
queda la esperanza. Y a ella nos abrazamos para seguir caminando, porque tal
vez pudiera ser que la ansiada luz que tantos anhelamos aún está ahí al final
del túnel.
Mas no han sido ni serán
nuestras y nuestros flamantes diputados quienes nos conduzcan a la búsqueda de
esa ansiada luz.
¿Por qué?
Porque las y los
actuales diputados, poco antes de desertar y bajo la sentencia de que aquí no
pasa nada, (como lo hacen los cobardes), la gran mayoría de ellas y ellos se
dedicaron a matar el tiempo a través de Exhortos e Invitaciones;
elaborando Decretos Paupérrimos e Inconsistentes Puntos de Acuerdo,
y realizando Iniciativas triviales.
Tres años inmersos en
discusiones bizantinas, en pláticas carentes de argumentos, de análisis, de
juicio, y en eso dejaron traslucir su escaso conocimiento en el debate de
las ideas, en los acuerdos y, por culpa de ellos, el pueblo sigue viviendo
sumido en la indefensión… en la desconfianza… en la desgracia.
Y por todo eso, ahora nos
quieren cobrar 10 millones de pesos cada uno de ellos.
¿Se los paga usted, o se los
pago yo?.
Cuestión de tiempo.