• Hacia 1966, recibí una llamada de Norberto Aguirre Palancares. Fui al teléfono y le dije: Creo que usted busca a Elena Garro y yo soy otra Elena. Respondió: No, a quien busco es a usted. En esa época, Elena Garro defendía a los campesinos de Ahuatepec, Morelos, e iba continuamente a la Secretaría de Reforma Agraria que dirigía Aguirre Palancares.
Ciudad de México.- A raíz de
esa llamada, acompañé a Aguirre Palancares a un viaje a Juchitán y a San Mateo
del Mar en Oaxaca, y me conmovieron no sólo los lugares sino el buen trato que
daba a los campesinos y el respeto con el que abordaba a ancianos, mujeres y a
niños. Al caminar a su lado, sentía que lo hacía al lado de Robert Oppenheimer,
el de la bomba atómica. Tenía el mismo pelo blanco cortado a rape, el mismo
rostro delgado y sensible a la vez, la misma levedad en su figura. A sus ojos
inteligentes nada se les escapaba. Ya tenía casi 70 años, porque había nacido
en septiembre de 1905, en Santiago, Pinotepa Nacional, Oaxaca. Sabía oír a los
campesinos y caminar a su lado. Hablar con él era abrirse paso entre los
maizales; por eso le puse a la Jesusa de Hasta no verte Jesús mío el apellido
Palancares. No sé si él se daría cuenta.
Después de este viaje,
recuerdo que me visitó en la clínica Londres a raíz de una operación y, como no
funcionaba el elevador, subió seis pisos al área de cuartos para enfermos.
También gracias a Elena Garro conocí a Javier Rojo Gómez, en el estado de
Morelos, en una repartición de tierras. Elena nos llamaba a Elvira Vargas y a
mí para que atestiguáramos el reparto de parcelas a los campesinos. Enemiga
declarada de quienes compraban fraccionamientos enteros para casas de fin de
semana en Morelos, decía que los funcionarios del gobierno elogiaban a Juárez,
pero actuaban como Santa Anna. Elena echaba pestes contra los latifundistas y
así defendió a Enedino Montiel.
Después de 1968, no volví a
ver a Norberto Aguirre Palancares pero supe de su preocupación y su trato con
jóvenes estudiantes. Había sido rector de la Universidad de Sonora y, quizá por
ello, Díaz Ordaz le encargó que se reuniera con politécnicos y universitarios
del Consejo Nacional de Huelga. Incluso se entrevistó con Marcelino Perelló,
uno de los líderes más visibles del 68. Alegaba que en el movimiento en la
Universidad Nacional Autónoma de México habían intervenido factores que eran
todo menos académicos y que el clima estaba muy revuelto porque algunos
políticos presentaban su candidatura a la rectoría como Emilio Martínez
Manautou, secretario de la Presidencia.
Para Aguirre Palancares el 2
de octubre fue el acabose, ya que su lealtad absoluta con el presidente Gustavo
Díaz Ordaz lo hizo intervenir frente a muchachos indignados a quienes citaba en
su casa de Cuernavaca sin llegar a acuerdo alguno. A él le afectó una
barbaridad la matanza del 2 de octubre y lo que podría suceder antes de los
Juegos Olímpicos del 12 de del mismo mes. Trató con los dos representantes del
gobierno, Andrés Caso, hijo de María Lombardo y Alfonso Caso, y Jorge de la
Vega Domínguez, intermediarios entre Díaz Ordaz y los líderes estudiantiles. Se
murmuraba que había más de mil 400 estudiantes presos en el Campo Militar, pero
nadie sabía a ciencia cierta y a qué torturas se sometía a los detenidos. Lo
que sí tengo presente es que después del 2 de octubre todos los días Álvarez
Garín y Manuela preguntaban por medio de un pequeño desplegado en el periódico
por su hijo Raúl Álvarez Garín, uno de los líderes del movimiento estudiantil
al lado de Gilberto Guevara Niebla.
Recuerdo también la
persecución contra el ingeniero Heberto Castillo, quien tuvo que escapar por el
pedregal de lava desde su casa, en la colonia Romero de Terreros, en el cual
cayó varias veces hasta que lo apresaron herido, sin aliento y totalmente
ensangrentado. Entonces, lo protegió también Norberto Aguirre Palancares,
ingeniero como él, quien se benefició de la indignación social que causó su
captura y, sobre todo, de la defensa del general Cárdenas.
De la Vega Domínguez y Caso
eran los responsables de llegar a un acuerdo con los estudiantes, pero nunca
cuajó nada, y Aguirre Palancares siguió muy agobiado por la situación del
gobierno de Díaz Ordaz. Percibí que no tenía simpatía por el entonces
secretario de Gobernación, Luis Echeverría. Pocos funcionarios del gabinete de
Díaz Ordaz tuvieron más relación con los estudiantes que Norberto Aguirre
Palancares, cuyos ojos preocupados se me quedaron grabados, así como su
fidelidad casi incondicional a su jefe Gustavo Díaz Ordaz.