Siete años después de ser declarado persona non grata en el certamen galo, el cineasta danés Lars von Trier confiesa que ese veto fue algo extremadamente doloroso
CANNES.
La mano que antes presumía desafiante la palabra en inglés FUCK tatuada en los nudillos como un homenaje rebelde a La noche del cazador, de Charles Laughton (1955), hoy no deja de temblar.
Lars von Trier la estira con amabilidad, pero también con un nerviosismo que delata lo sorpresivo que aún le resulta estar perdiendo el control de su propio cuerpo.
Sin embargo, su ánimo y su sentido del humor siguen intactos.
“Supongo que en México tienen mejor clima que aquí, ¿verdad?”, comenta divertido mientras “presume” la camisa hawaianna que decidió combinar con unas bermudas beige de múltiples bolsas y unas sandalias de plástico de las que desbordan sus gruesos calcetines grises de algodón.
¿Conoce México?, ¿o sigue sin viajar en avión?, se le pregunta al realizador que hace siete años fue expulsado del Festival de Cannes con la etiqueta de persona non grata por unos desafortunados comentarios en torno a Adolfo Hitler durante la conferencia de prensa en la que presentó su largometraje Melancolía (2011).
“No conozco. Ni México ni Estados Unidos. Y creo que no los conoceré. Sigo sin poder subirme a un avión.
“En esta ocasión llegamos en auto a Cannes (desde Dinamarca). No sé cuántas horas hicimos, pero fueron muchas”, explica el realizador, quien regresa a Cannes con La casa que Jack construyó (The House that Jack Built), protagonizada por Matt Dillon.
La cinta se convirtió de inmediato en una de las más polémicas del festival galo por su violencia explícita, que muestra sin pudor la cacería de niños, la mutilación de animales y la descomposición física de cuerpos que son arrastrados por el piso, jalados por una camioneta.
Como era de esperarse, el filme provocó sorpresa, estupor e indignación —por decir lo menos— entre los espectadores que tuvieron el valor de mirar a la pantalla durante sus 155 minutos de duración.
Otros simplemente desertaron y abandonaron el Teatro Lumière: Una centena la noche de su gala fuera de competencia por la Palma de Oro, y otros tantos durante la función de prensa programada a las 8:30 horas del martes pasado.
“Se siente bonito estar de regreso en casa. Fue mejor de lo que imaginé. La audiencia fue muy cariñosa.
“No fue sino hasta hace dos meses que descubrimos que teníamos la posibilidad de regresar”, señala todavía con sorpresa detrás de una barba gris y un cabello a la “príncipe valiente” que esconden a aquel enfant terrible que ha escandalizado y cautivado a millones de cinéfilos con películas como Bailando en la oscuridad(Dancer in the Dark), Dogville o Melancolía.
Lars von Trier relató a Excélsior en exclusiva cómo le afectó el veto por parte del Festival de Cannes, cuya Palma de Oro ha recibido en dos ocasiones: En 1996 por Rompiendo las olas y en el año 2000 por Bailando en la oscuridad.
“No sé cómo me afectó como realizador, pero como persona fue algo muy doloroso.
“Me sentía amenazado ante la posibilidad de que la policía llegara y tocara mi puerta. Y preocupado también ante la posibilidad de pasar cinco años de prisión en Marsella. Y nadie quiere eso”, comenta con una sonrisa traviesa que después esconde para responder, ahora con seriedad, al cuestionamiento.
“La verdad es que tenía mucho miedo. Para mí fue algo extremadamente doloroso. Sobre todo cuando una nación entera de repente se vuelca en contra tuya.
“Pero aún hoy, sigo pensando que fue un mal entendido.”
Para este relato sería perfecto que un silencio sepulcral se hubiera apoderado de la terraza donde se realizó el encuentro con el cineasta danés, fundador del revolucionario movimiento Dogma 95, pero aquí no es una película, tenemos que hablar de las gaviotas juguetonas que lanzaron unos tímidos graznidos ahogando el dramatismo del momento.
Muchas cosas han cambiado desde entonces en la vida y los procesos creativos de Lars von Trier desde entonces, aunque hay uno que parece preocuparle en particular.
“Desde mis dos últimas películas (Ninfomanía Vol. 1 y 2 y La casa que Jack construyó) sigo sintiendo que será la última para mí.”
Esta respuesta sí causa un silencio incómodo, que se acentúa cuando sus publirrelacionistas anuncian que solamente hay tiempo para una última pregunta.
—Pero usted quiere seguir filmando, ¿cierto? , se le pregunta casi a manera de súplica. “¿Qué más podría hacer en la vida?”
¿Cree en Dios?
“Nop. Pero lo intenté.”
Y ya no hay tiempo para más.