• Revelan la compleja relación e influencia que tuvo el autor de 'La región más transparente' con el séptimo arte, su vocación paralela
CIUDAD DE MÉXICO.- El cine
creador de mitos deslumbró siempre al escritor Carlos Fuentes (1928-2012). Para
el novelista, cuentista y ensayista mexicano, el séptimo arte, al igual que la
literatura, fue una de sus pasiones más intensas. Por esta razón se acercó a él
como espectador, crítico y teórico e incluso incursionó como guionista.
Al autor de La región más
transparente, de quien el próximo 11 de noviembre se conmemorará el 90
aniversario de su nacimiento, le gustaba recordar que “por poco nazco en una
sala de cine”. Contaba que el día en que vino al mundo sus padres asistieron a
la película La bohème, una adaptación de la ópera de Puccini, en el Cine
Belisario J. Porras de Panamá, país donde nació debido a la carrera diplomática
de su padre.
Pero, más allá de las
anécdotas, al ensayista Iván Ríos Gascón (1968) le interesó analizar la
relación que existe entre el cine y la narrativa del Premio Cervantes 1987.
Esos mitos que nos seducen en
la pantalla a él le interesaban en sus novelas, quería que sus personajes
respondieran a esos estímulos, a esos puntos referenciales. Como novelista y
como persona, Fuentes aspiró siempre al mito”, afirma en entrevista con
Excélsior.
En El cine de Carlos Fuentes,
que acaba de publicar en Ediciones B, Ríos rastrea hasta qué punto el celuloide
influyó en la “primera gran narrativa” de Fuentes, desde Los días enmascarados
(1954) hasta finales de los 90.
Todo el trabajo de Carlos en
el cine fue durante la década de los 60 y principios de los 70. Después, el
cine se vuelve una presencia permanente en sus novelas y sus cuentos. Y digamos
que su gran despedida del cine como universo paralelo en su narrativa fue con
la novela Diana o la cazadora solitaria, la historia novelada de su romance con
Jean Seberg (1938-1979), la actriz de Sin aliento, de Jean-Luc Godard; una mujer
muy bella, que tuvo un final oscuro”, explica.
En el volumen de 210 páginas,
además del universo Fuentes, el también narrador y traductor indaga en la
relación del cine con los escritores a lo largo de la historia. “Me llamó la
atención cómo muchos, cuando surge el cinematógrafo, tienen dudas sobre las
posibilidades narrativas del nuevo arte; y cómo otros, como Tolstoi, se
convencen completamente de sus alcances. Esta relación es de amor-odio hasta la
fecha”.
El investigador también repasa
la literatura mexicana de los años en los que Fuentes surge como escritor y,
después, “por una coyuntura muy interesante”, el autor de La muerte de Artemio
Cruz pudo hacer cine con esa generación integrada por José de la Colina,
Salvador Elizondo y José Emilio Pacheco.
Iván Ríos señala que el
también diplomático publicó su columna de crítica cinematográfica en la Revista
de la Universidad de México firmada como Fósforo II, en homenaje a Alfonso
Reyes, que fue el primer Fósforo. “Seudónimo que don Alfonso usó para ocultarse,
disimularse, porque en aquel entonces escribir sobre cine no tenía mérito
alguno”.
Dice que las reseñas de
Fuentes sobre las películas que se estrenaban en los años 50 “son efímeras como
documento periodístico, son apreciaciones breves de un cinéfilo. Pero aquí fue
naciendo el teórico. Él fue un gran intelectual que no recurría a las ideas de
otros teóricos. Montó un aparato teórico propio sobre el cine, ese fue su gran
hallazgo”.
Detalla que, en esta teoría,
“revelaba los secretos de la luz, de la imagen, los códigos simbólicos. Era muy
detallista. Una de sus claves estéticas era colocar al cine como punto
referencial de la existencia. Muchos de sus personajes de la novela Cambio de
piel (1967), por ejemplo, refieren su vida a la relación con una película”,
añade.
EL FUENTES GUIONISTA
A mediados de 1965 se publicó
la convocatoria del Primer Concurso Nacional de Argumentos y Guiones
Cinematográficos, en el que participaron 229 autores. En septiembre de 1966, el
jurado otorgó el primer premio al guión de Los Caifanes, escrito por Carlos
Fuentes y Juan Ibáñez.
Para Iván Ríos, este fue el
mejor guión de Fuentes. “Como guionista le interesaba retratar ese México
hablado, ese que se escucha en las calles. El lenguaje caracterizó a sus
guiones. Tenía un oído muy agudo, por eso fue dialoguista”.
El autor de Cristóbal Nonato
escribió guiones para numerosas películas: Las dos Elenas; El gallo de oro
(1964), adaptación hecha con Gabriel García Márquez y el director Roberto
Gavaldón, de la novela homónima de Juan Rulfo; Un alma pura (1965); Tiempo de
morir (1966), junto con García Márquez; Pedro Páramo (1967), sobre la novela de
Rulfo, con el director Carlos Velo y Manuel Barbachano; e Ignacio, también
adaptado de un cuento de Rulfo en 1975, entre otros.
También diversas novelas y
cuentos de Fuentes fueron llevados a la pantalla grande en México y otros
países, como Muñeca reina, Vieja moralidad, La cabeza de la hidra, Aura y
Gringo viejo.
Hay momentos en que las
novelas de Fuentes pueden evocar una película en blanco y negro, con esa
plasticidad. Hasta sus últimos años siguió viendo cine, aunque siempre fue un
nostálgico de las cintas que lo marcaron”, indica.
Ríos Gascón añade que aunque
Fuentes escribió poco sobre la obra de los cineastas mexicanos contemporáneos,
siempre estuvo al pendiente de sus propuestas. E incluso propone que los tres
más destacados podrían hacer un homenaje al escritor filmando algunas de sus
historias.
Aura podría ser la gran película de Guillermo
del Toro, pues con su imaginación e inventiva podría recrear un espacio
claustrofóbico con múltiples posibilidades. A Alfonso Cuarón le quedaría muy
bien, por su sentido del humor, filmar La cabeza de la hidra, esa novela donde
México ya es una colonia gringa, una historia detectivesca con decapitados. Y a
Alejandro González Iñárritu, porqué no decirlo, Zona sagrada; ese universo
fatalista, dramático, de amores malhadados, de narcisismos y edipismos le quedaría como anillo al dedo, concluye.