• La periodista británica Joanna Moorhead aborda en entrevista su más reciente libro Leonora Carrington. Una vida surrealista (Turner, 2018)
CIUDAD DE MÉXICO.- La primera
vez que Joanna Moorhead visitó a su prima Leonora Carrington en su casa de la
colonia Roma, en 2006, la artista le advirtió: “No soy Prim, soy Leonora”.
Prim, explica la periodista británica, era el apodo familiar para la niña
Carrington, la única mujer de tres hijos. Y cuando la pintora huyó de su hogar,
a los 20 años de edad, rompió toda relación con sus orígenes y afectos de
infancia. “Si quieres venir, acepta a la Leonora que soy ahora”, le dijo la
creadora surrealista en la puerta de entrada.
La advertencia, afirma
Moorhead en entrevista, tiene mucho sentido si se hurga en el pasado de quien
nació en Lancashire, Inglaterra, en abril de 1917.
En el momento en que Leonora
Carrington salió de su casa en 1937 trazó el primer pincelado de una vida ajena
a la aristocracia inglesa, distante a los deberes de la “buena esposa” y “mujer
abnegada”, para insertarse en un mundo saturado de fantasía; el del arte.
“Entendí que entraba a su casa no como periodista sino como familiar, como su
prima, y que no encontraba a la Leonora que se fue de casa hace muchos años,
sino a la artista”, señala.
Moorhead recuerda la anécdota
a propósito del libro Leonora Carrington. Una vida surrealista (Turner), una
biografía narrada desde la intimidad de la cocina de la pintora que llegó a
México en 1942. Un relato construido a partir de las charlas entre la autora y
la artista de 2006 a 2011, y que busca desmitificar la figura de la también
dibujante, cuentista y dramaturga. El retrato de quien rechazó, tanto como le
fue posible, entrevistas con la prensa y prefirió el claroscuro de su estudio
como refugio.
“Sólo quiero pintar un retrato
de ella como yo la conocí. Hacer este retrato porque ella fue muy importante en
mi vida y hay cosas sobre Leonora que se deben decir bien. Tiene que decirse
cosas más precisas acerca de su pasado, su familia, de dónde viene, qué buscaba
en realidad”, precisa quien escribe, principalmente, en The Guardian. Entonces
lo que la publicación ofrece es la trayectoria de una mujer, no la de una
artista mitificada.
De las primeras ideas que la
autora aclara es que Carrington no nació en una familia aristocrática. Es
cierto, señala, que su padre empresario hizo mucho dinero en poco tiempo, lo
que convirtió a los Carrington en los nuevos ricos de Inglaterra. Una familia
que se esforzaba por entrar a un círculo social al que no pertenecía. Cenas,
bailes y charlas con “la alta sociedad” dejaron en la pintora un sentimiento de
no pertenencia.
En una de esas cenas, que
Carrington recordaba con frecuencia en sus pinturas y cuentos, fue para
presentarla ante el rey Jorge V.
Al respecto, Moorhead recuerda
que era costumbre hacer bailes con las señoritas menores de 18 años para
buscarles un buen esposo. Cuando fue la ocasión para Leonora, ésta se convirtió
en una suerte de pesadilla coronada por una tiara que adornaba su vestido
entallado. Era, para su madre que la acompañó, la oportunidad de forjar el
futuro de su única hija. Pero para ella, el momento en que decidió escapar de
las ataduras familiares.
“Es importante para su
personalidad como artista la posición de su familia, de estar fuera de un
círculo social, la insistencia de su madre por pertenecer a un grupo le dejó
una gran impresión y le significó mucho
para crear la personalidad que tenía. También es importante aclarar lo que se
dice de la relación complicada con sus padres, en realidad fue con su madre. A
su padre nunca más lo vio desde que dejó su casa, pero con su madre fue
diferente, porque ella trató de no abandonarla, a pesar de su situación”.
También es cierto que la
pintora salió de Londres para seguir a Max Ernst, a quien conoció en 1947,
cuando él tenía 47 años de edad. Pero la periodista aclara que el artista
alemán surrealista significó para Carrington una oportunidad para entrar al
arte, y no la única razón para huir de casa. Fue, dice, el vehículo para
escapar.
“Claro que ella lo amaba, pero
encontró en él una oportunidad que no se le presentaría otra vez, y por
supuesto cambiaron muchas cosas en su vida a partir de conocerlo. Pero ella no
siguió a un hombre, sino su objetivo de vida. Además, fue grandioso que tan
joven pudiera tener a un maestro que le enseñó la técnica para hacer arte, le
enseñó cómo se hacía y pensaba el surrealismo. Cuando llegó a México ella puso
en práctica ese conocimiento”.
Así, Moorhead narra el
tránsito de la pintora, en medio de la Segunda Guerra Mundial, por París,
Lisboa, España, Nueva York hasta llegar a México bajo la tutela de Renato
Leduc, su entonces esposo. Y, aunque Carrington jamás tuvo la intención
explícita de volver con su familia, es cierto que por el contexto político
internacional tampoco era posible. Tras la guerra, señala la periodista, las
fronteras para entrar a Inglaterra estaban cerradas y es posible que eso
alejara más a la artista de su origen.
Larga vida
Si bien la artista conserva un
buen lugar en la historia mundial del arte, y en particular, en el de México,
Moorhead considera que aún hay mucho por investigar y comprender del universo
onírico de su prima. No sólo en un sentido teórico sobre su pintura y
escultura, sino conocer su historia de vida, que dé pistas del significado de
sus cuadros. Hay, asegura, una larga vida a su obra aún después de su muerte.
“Espero que, igual que Frida
Kahlo, su trabajo se reconozca y comprenda mucho más conforme avance el tiempo.
Creo que, como artista mujer, cuando muere no es como las grandes figuras, sino
que necesita tiempo para ocupar su lugar y ahora con los homenajes de su
natalicio veo mucho interés en explorar y conectar con ella”.
DEBUTA MONTAJE ONÍRICO
En un universo sideral, las
hembras están en peligro de extinción por un virus que las acecha. El antídoto
está en la cría de una avestruz, ave que representa la plenitud femenina, al
menos en el mundo onírico de Carrington, autora de este relato que escribió en
la década de los 60 como obra de teatro, pero jamás montó.
Se trata de Opus siniestrus,
puesta en escena que se estrenará mundialmente el próximo sábado en el Museo de
Arte Moderno (MAM) bajo la dirección de Emmanuel Márquez. La obra, explica el director,
refiere al exterminio de la mujer como víctima de una sociedad patriarcal, pero
más allá de dar un discurso feminista, explora las posibilidades de salvación
desde, evidentemente, un pensamiento fantasioso.
Márquez detalla que es una
historia muy adelantada al momento histórico en que fue escrita, y a pesar de
jugar con la fantasía, es muy explícita la idea de la mujer en peligro:
“Carrington se adelantó mucho al tema del feminicidio, esta obra la escribe
antes de que se celebre el primer año Internacional de la Mujer en 1975, y es
sorprendente su visión sobre el tema”, apunta sobre el montaje en el que
participan diez actores recién egresados de la Escuela Nacional de Teatro.
Del guión original, el
director tomó sólo cuatro momentos escénicos que suman 15 minutos de
espectáculo. Su apuesta no es tener al espectador sentado, sino llevarlo
literalmente al mundo onírico de la pintora. Entonces se propone un recorrido
por el jardín del MAM, donde se desarrollan los cuatro actos. Una caminata por
el bosque guiada por pajarracos.
“Es un paseo breve que sirve
como un coqueteo del surrealismo para que el público se interese, lo cierto es
que en el trayecto se descubren cosas que luego se pueden mirar en la
exposición que está en el museo. En la obra de teatro vemos todas sus
obsesiones sobre los pájaros, los médicos, los brujos, los calderos, todas sus
obsesiones están en el paseo surrealista”.
Aunque se sabía de la obra, el
guión original se recuperó después de cuatro décadas, junto con los bocetos de
las máscaras y los vestuarios que insertan al espectador en un ambiente
mitológico, donde hay también referencias a Hitler y a Mussolini.