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Hoy es lunes, 25 de noviembre de 2024

Salvador Elizondo; sueño, deseo y tiempo

Nuria Meléndez ilustra Elsinore. Un cuaderno, que recrea los años del escritor mexicano en la Escuela Naval y Militar californiana

Salvador Elizondo; sueño, deseo y tiempo

CIUDAD DE MÉXICO.

Como “un aventurero que va ligero, ya sea en una balsa, en la fotografía, el cine o la pintura”. Así es el Salvador Elizondo (1932-2006) que descubre la ilustradora Nuria Meléndez Gámez a través de la narración de Elsinore. Un cuaderno, que recrea los años del escritor en la Escuela Naval y Militar de Elsinore, California.

Tras “explorar, cortar y reconstruir el universo de Elizondo a partir de su archivo personal”, la diseñadora crea imágenes cuya narrativa gira en torno a tres conceptos: el sueño, el deseo y el tiempo, para ilustrar la edición conmemorativa de los 30 años de esta novela.

Publicada por primera vez en 1988, en Elsinore, el ensayista y poeta mexicano relata su paso de la adolescencia a la edad adulta, su despertar erótico y las aventuras que vive junto a su amigo Fred en esta escuela militar, ubicada a ocho horas de Los Ángeles por carretera, a donde llegó en 1944 y estudió durante cuatro años.

Elsinore hace de alguna forma justicia a la adolescencia. Lejos de ser un texto aleccionador, las cosas fluyen y terminan justo dónde deben terminar, con la naturalidad con que se cuenta el recuerdo de un escape exitoso”, comenta Meléndez en entrevista con Excélsior.

Para el poeta y novelista Daniel Saldaña París, autor del prólogo de la edición conmemorativa, Elsinore es el más actual de los títulos de Elizondo. “Transitando del español al inglés, del sueño a la memoria, de la aventura juvenil al ambiente cinematográfico de la posguerra”.

También en entrevista, el editor afirma que Elizondo es inagotable. “Aunque Farabeuf es su obra clásica, a mí me interesa más Elsinore o sus Noctuarios. Creo que hay una frescura, una autenticidad distinta en esos libros. Es muy actual su forma de mezclar los géneros y, en el caso de Elsinore, su forma de moverse en eso que ahora llaman ‘auto-ficción’”.

El Colegio Nacional acaba de lanzar esta versión ilustrada, con un texto de la fotógrafa Paulina Lavista, viuda de Elizondo, a la que se adjunta un cuadernillo con fotografías y documentos de la infancia y la temprana juventud del autor de El grafógrafo y Camera lucida.

En esta libreta iconográfica destaca la carta enviada, el 30 de marzo de 1988, por el hoy Nobel de Literatura Octavio Paz, en la que le da las gracias por Elsinore. “Qué alivio leer este libro, breve y perfecto… Al fin una literatura en la que se alían la ligereza y la inteligencia, la gracia y la melancolía”.

UNIVERSO VISUAL

 

Meléndez detalla el proceso de construcción de las imágenes. “Me pareció innecesario reinterpretar a los personajes, por lo que me concentré en generar atmósferas a partir de la esencia histórica del relato. El reto era generar un nuevo universo, desde mi visión como ilustradora y con el material visual que Paulina nos compartió”.

La artista poblana explica los tres conceptos que le fascinaron en Elsinore. “El sueño, como collage, representado por imágenes dentro de otras imágenes; imágenes que, como escribe Elizondo, se componen y descomponen como en un caleidoscopio mental, como neblina de un recuerdo que se va dibujando cual mancha de tinta”.

El deseo, prosigue, “plasmado como la obsesión juvenil por interpretar pasiones propias de una escena de cine. Dentro de las ilustraciones se pueden hallar algunos guiños relacionados con el cine de la época. Y finalmente el tiempo, la melancolía como lo fantasmagórico de un recuerdo, una foto, un mapa, una evidencia”, apunta.

Y afirma que, cuando vio las fotos de Elizondo en Elsinore comprendió que “no era un joven, sino un niño intrépido que, a pesar de enfrentar la lejanía de su familia y una cultura diferente, era capaz de avanzar con inquietante inocencia”.

Agrega que plantea un ejercicio narrativo de foto-collage a partir del archivo de Elizondo, Elsinore y su forma de trabajar deconstruyendo y construyendo. “A pesar de que el relato se ubica en un contexto histórico específico, el lector actual fácilmente se identificará con las obsesiones y curiosidades de los personajes, el contexto multicultural en el que se desarrolla la historia o la ingeniosa manera de barajar los idiomas”.

Meléndez dice que su propuesta es más escenográfica. “La intención es que el lector pueda hacer lo mismo que yo, reconstruir Elsinore desde su propia nostalgia”.

EL DESEO PERMEA

 

Daniel Saldaña destaca que el deseo permea Elsinore de una manera general y profunda. “No sólo es deseo sexual, sino también el deseo de ebriedad, de emancipación, de trascendencia y de muerte”.

El escritor está convencido de que la concepción del deseo no ha cambiado tanto. “Elizondo describe una experiencia universal: el despertar del deseo sexual, las fantasías que detona, la prisa por crecer que proyecta sobre la pubertad. Desde luego, cambian las formas de lidiar con ese deseo, las formas de articularlo. El afán de emancipación adolescente que se respira en Elsinore (y que los diarios de Elizondo de la misma época confirman) también existe en nuestros días”, señala.

Saldaña asegura que Elsinore es un libro breve, pero que aun así se quedó con muchas cosas. “Su forma de narrar la pubertad, por ejemplo, incorporando la ‘aventura’ de las novelas de formación, pero mezclando el sueño y la memoria. Elizondo le imprime un tono mítico a su propia historia”.

Otro aspecto que le gustó, confiesa, es “la manera en que retrata la California de esos años, en pocas líneas, eficazmente. Otra cosa genial del libro es el final, pero prefiero no arruinarlo para quienes no lo han leído”.

Saldaña acepta que le encantaría poder visitar la antigua escuela militar y escribir una crónica, pues ahora es un enorme edificio abandonado, refugio de vagabundos y drogadictos, así como destino de turistas de lo paranormal.

“Corren rumores de que es un lugar embrujado. Me gusta pensar que ese improbable destino del internado que marcó su pubertad hubiera divertido a Elizondo”, indica.

“Además, hay muchas historias periféricas que Elizondo menciona, como la historia de Aimee Semple McPherson, quien tenía un castillo al borde del lago Elsinore. O la historia de ese Béla Lugosi arruinado y adicto a la morfina”, concluye.