· Apolo y Dafne (detalle), mármol de Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), destaca en la exposición del mismo nombre que alberga una galería en la capital italiana. La muestra, con curaduría de Andrea Bacchi y Ana Coliva, concluirá el domingo 4Foto © Ministerio dei Beni e delle Attività Culturali e del Turismo-Galleria Borghese
Ciudad de México.- La Galería
Borghese celebra a Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), con una exposición que
reúne 80 obras, 30 de las cuales son mármoles de su autoría, además de una
selección de su menos conocida producción pictórica.
Andrea Bacchi y Anna Coliva,
directora del recinto, son las responsables de la curaduría de la muestra
Bernini.
Forjar un estilo artístico, un
siglo y una ciudad con nombre propio, como hizo ese personaje, es muy difícil.
Quien es padre y sinónimo de barroco trabajó al servicio de ocho papas.
La exhibición complementa el
historial del maestro –bastante restringido en cuanto a exposiciones
monográficas– sobre todo desde el nuevo milenio, la complejidad del artista en
diversos ámbitos: arquitectura, escenografía, pintura, escultura en terracota,
retrato, etcétera. Hacía falta reunir el mayor número de mármoles de Bernini.
Un bis complementario de la muestra que se le dedicó en esta misma sede hace 20
años.
Minimalismo
Bernini es una exposición
minimalista en el mejor sentido de la palabra. Sin rellenos ni museografía
espectacular. Ostenta una seguridad esnob de quien sabe su valía. No está
aislada en un área del recinto, sino distribuida entre las salas,
contaminándose y dialogando con las obras maestras que las rodean con la
finalidad de crear en el visitante un vigoroso embelesamiento.
No podía haber un espacio más
apropiado para mostrar a Bernini, comenzando porque aquí se resguarda la mayor
colección del maestro en el mundo (13 obras). Fue aquí donde Gian Lorenzo creó
debajo de la sombra del Pincio, cuando era veinteañero, los cuatro grupos
estatuarios célebres e inamovibles, entre 1618 y 1625: Eneas, Anquises y
Ascanio; El rapto de Proserpina; David –autorretrato celebrativo del mismo
Bernini–, así como Apolo y Dafne.
Son obras creadas para su
primer mecenas, el cardenal Scipione Borghese, sobrino preferido del papa Paolo
V. Un desafío en el que debía medirse con una colección asombrosa, de los
máximos artistas de la antigua Roma y del Renacimiento. Un llamado al que
respondió con la fuerza de un volcán, removiendo el formalismo del arte del
Renacimiento y abriendo la ventana al naturalismo del Barroco y la expresión de
las emociones.
Gracias a su virtuosismo
técnico Bernini trabajó el mármol como pasta de hojaldre, transformando
estatuas frías en carnes suaves y palpitantes. En sus venas corre la vida, la
belleza juvenil del cuerpo y la ternura humana, incluso la vejez. Las estatuas
de Bernini son una tentación para el tacto y la fantasía. Cuerpos de
sensualidad incontenible: terrenal y divina al mismo tiempo.
Los dedos de Plutón, por
ejemplo, en El rapto de Proserpina, al querer hacerla suya, no rozan simplemente
sus muslos y su cintura, sino que se sumen en la carne transmitiendo su deseo
carnal. ¡Se olvida que están hechos de mármol! Tal detalle, expresado en unos
cuantos centímetros, muestra la innovación de Bernini, su capacidad de
convertirnos en receptores de emociones que notamos cuando se nos eriza la
piel. En la misma escena se ve cómo vuelan los cabellos, las barbas, que
parecen suaves y ligeros, exaltando un dinamismo, congelado en su momento más
dramático, como en un fotograma.
Bernini extremó las cualidades
del mármol. Explotó sus sutilezas, extrayendo un catálogo infinito de brillos y
texturas, lo cual fue una novedad absoluta.
Coliva subraya en el catálogo
cómo el modelo de Bernini no fue la gran escultura del Renacimiento, ni
siquiera Miguel Ángel (salvo alguna estatua juvenil), sino la pintura. Rafael,
Tiziano y Correggio, pero sobre todo el arte contemporáneo que tenía a la mano:
el de los grandes artistas boloñeses al servicio de Scipione. Ellos, sostiene
Coliva, habían renovado por completo el lenguaje del arte en la misma dirección
lingüística monumental y melodramática con Annibale Carracci, Guido Reni,
Domenichino y Rubens.
La muestra ofrece un viaje por
la larga carrera escultórica de Bernini, desde las primeras obras creadas junto
con el padre Pietro siendo un joven, que Bernini negó, para alimentar su propio
mito de enfant prodige. En sus primeras biografías en vida dijo haber realizado
su primera escultura a la edad de ocho años.
La colaboración con su padre
produjo los famosos putti incluidos en la exposición. Angelitos que Bernini en
menos de cinco años convirtió en género artístico de moda, imitado por otros
creadores que saturaron iglesias y palacios en Roma.
Entre las obras exhibidas
descuella Santa Bibiana, removida por primera vez de la iglesia del mismo
nombre, cuna del barroco. Fue restaurada en el museo, a la vista del público y
luego de la inauguración incorporada a la muestra con su máximo esplendor.
Si el arte multidisciplinario
de Bernini creó en su tiempo el neologismo bel composto (Filippo Baldinucci),
su producción escultórica es variada. Explora temas profanos, religiosos,
restauros de piezas antiguas tan de moda en la época, encontradas incompletas
en numerosas excavaciones, que eran acabadas por artistas. Fue así que nació la
disciplina de la restauración.
Destaca Hermafrodito, del
Louvre, para el cual Bernini creó un colchón moderno en mármol sobre el que
descansa la estatua de mujer desnuda con miembro masculino.
Toda una sala está dedicada a
los bustos-retratos realizados casi siempre para monumentos funerarios,
volviéndolo el mayor retratista del siglo, comparable en pintura tan sólo a
Velázquez, a través de los cuales se nota su evolución estilística.
Desde el realismo inicial
hasta la expresión de las emociones, y en la madurez, la búsqueda de una
dimensión extratemporal (Francesco Petrucci), como el pequeño Busto del papa
Paolo V, de la colección de la Borghese, obra temprana de finura extraordinaria
y reciente atribución.
La muestra culmina con los
crucifijos en bronce de la madurez del escultor, que contiene obra de reciente
atribución, como el Crucifijo de Toronto, y la última obra que hizo a los 81
años, Busto del Salvator Mundi, descubierto en 2001 en la Basílica de San Pablo
Extramuros, donde se conserva.
Fortuna crítica
Si en los años 50 del siglo
pasado los textos sobre Bernini se contaban con una mano, hoy la lista suma más
de medio millar, acota Irving Lavin (1927), uno de los pioneros y máximos
estudiosos del maestro, a quien está dedicada la muestra.
La fama del artista es tal,
que existe toda una escuela de pensamiento que propone redimensionar su
quehacer, así como el de sus contemporáneos que contribuyeron a mitificar.
La muestra permite tener bajo
control, en un único espacio, parte de la inmensa producción de Bernini,
omnipresente en Roma. La invitación es hacer un tour berniniano incluso
virtual, buscando pistas por los principales monumentos, iglesias, plazas,
museos y fuentes de Roma, como los libros para niños con ventanitas que se
abren para descubrir el interior.
Desde la plaza y los adornos
de la Basílica de San Pedro en el Vaticano hasta el Palazzo Barberini y su
plaza, el puente Sant’Angelo, la fuente de los Cuatro Ríos, en Plaza Navona, la
Barcaccia, en la Plaza de España, o la Éxtasis de Santa Teresa d’Avila en la
iglesia de Santa Maria de la Vitoria, por citar sólo los más conocidos.