Madrid.- El artista polaco-francés Balthus, quien creía que las niñas eran ángeles de inocente pudor, buscó con algunas de sus piezas más subversivas sacudir la moral burguesa de la época y, sobre todo, desplegar la infinitud de la imaginación mediante obras en esencia realistas, pero que eran capaces de contar una y mil cosas a la vez.
En la época de la postverdad y
la postcensura, Balthus es el centro de una campaña para impedir que se
expongan sus creaciones, que algunos tildan de pedófilas, que fomentan la
cosificación de los niños y hasta el voyerismo, sobre todo en Estados Unidos,
algo que consideran insólito y ridículo en el viejo continente, donde su arte
se sigue analizando y celebrando como una de las miradas más singulares,
melancólicas y serenas de la segunda mitad del siglo XX.
En la Fundación Mapfre de
Madrid, en coproducción con el Museo de Arte Moderno de París, ayer se inauguró
ayer la exposición Derain: Balthus/Giacometti: una amistad entre artistas, que
reúne obras de tres grandes creadores que rompieron moldes y provocaron con su
visión irreverente e iconoclasta a la moral establecida, a la estrechez de la
censura silenciosa de la burguesía de la época: Balthus, Giacometti y Derain.
Unas 200 obras documentan con
profundidad estética y filosófica la relación de amistad entre André Derain
(1880-1954), Balthus (Balthasar Klossowski) (1908-2001) y Alberto Giacometti
(1901-1966).
Campaña de censura en Estados
Unidos
En la apertura de la muestra
se aludió a Balthus, respecto de la campaña en su contra iniciada en Estados
Unidos, sobre todo por la exhibición en el Museo Metropolitano de Arte (MET,
por sus siglas en inglés) de una sus obras más admiradas y bellas: Teresa
soñando (1938), donde aparece una niña-adolescente recostada en una silla, con
las piernas semiabiertas que dejan entrever su calzón y con los ojos cerrados
en postura somnolienta y acompañada por un gato blanco que lame su comida en un
plato colocado a un costado de la butaca donde está recostada Teresa. En esa
obra unos ven la placidez más pura del sueño de una adolescente, quizá con esa
vocación mística del artista que veía en las niñas de esa edad a ángeles de
inocente pudor, las únicas criaturas que todavía pueden pasar por pequeños
seres puros y sin edad.
Sin embargo otros, alentados
por el movimiento contra el acoso a las mujeres surgido a raíz del escándalo
del productor de Hollywood Harvey Weinstein, ven pedofilia, cosificación de los
niños y voyerismo que no se debe exponer en las salas de un museo. El MET
rechazó tajantemente esta petición, pero el debate sigue ahí, así como la
campaña para censurar obras de Balthus.
En Madrid, la historiadora del
arte Jacqueline Munck y Fabrice Hergott, director del Museo de Arte Moderno de
París, dos de los máximos expertos de la obra del artista franco-polaco,
reconocieron su sorpresa ante una petición tan “insólita y absurda, sobre todo
porque dista mucho de la propia ejecución de los cuadros y de las intenciones
estéticas del pintor.
Acotaron que Balthus dejó
escrito en varios documentos personales, tanto de memorias como de reflexiones
ensayísticas, que cuando pintó a las jóvenes con la falda subida o en
posiciones sexuales lo hacía en gran medida para sacudir la moral de la burguesía
y exponer con sentido del humor y crudeza la estrechez de la mirada de una
sociedad acomodada y conservadora.
Munck, la curadora de la
exposición inaugurada ayer en Madrid, explicó: “Cuadros de Balthus, como Los
días felices, en el que aparece una niña durmiente con hombros y piernas al
aire y con un joven avivando una chimenea, toda esa realidad que expone el
artista está escenificada como si fuera una película. La protagonista del
cuadro era una niña de 11 años que fue con su madre al estudio y que sorprendió
a Balthus por su personalidad impúdica, por lo que se convirtió en su modelo
perfecta para provocar a la moral burguesa. Pero en aquella habitación no había
nadie, la escena está inventada y de hecho su madre estaba a un costado de la
sala donde se pintaba el cuadro haciendo punto”.
Mientras, Fabrice Hergott
añadió que todas las modelos de Bal-thus no eran más que autorretratos suyos en
los que dejaba claro que el realismo no es lo que vemos. Así que en todas sus
piezas supuestamente provocativas lo que hay en realidad es un pretexto para
exponer otra de sus convicciones artísticas: el realismo como punto de partida
para explicar la infinitud de la imaginación de la mirada, pero también para
exponer con nitidez los prejuicios y los instintos más básicos.
Tres miradas esenciales
El director de la Fundación
Mapfre, Pablo Jiménez Burillo, añadió al debate que si Balthus resulta
escandaloso, les aconsejo que no vayan al Museo del Prado, porque se pueden
asustar de verdad.
Además de celebrar que la
exposición que se inauguró ayer sirva precisamente para reflexionar sobre estas
tres miradas esenciales de la segunda mitad del siglo, de tres artistas que
coincidieron en numerosos motivos de inspiración, entre ellos el tema clásico
de la mujer acostada con el aspecto del sueño, en una síntesis de tradición y
modernidad.
Las jóvenes pintadas, figuras
dormidas o soñadoras –Derain, Nu au chat (Desnudo con gato); Bal-thus, Jeune
fille endormie (Muchacha dormida)–, lánguidas o incluso extáticas –Balthus, Les
Beaux Jours (Los días felices), se entregan con indolencia a la mirada del
espectador.
En Balthus el tema del sueño
abre la puerta de lo imaginario a la realidad, mientras en Giacometti la
escultura-ideograma condensa la ondulación del cuerpo femenino y la suavidad de
un paisaje apenas descubierto.
La exposición
Derain/Bal-thus/Giacometti, montada en la Fundación Mapfre, en Madrid,
concluirá el 6 de mayo.