• Religiosas custodian el recinto y deben lidiar con personas que exigen trato de galería
Ciudad de México.- El mejor
momento para deleitarse con los efectos de la luz de la capilla pertenece sólo
a las clarisasFoto cortesía de la Fundación Barragán
Mónica Mateos-Vega
El gran legado del arquitecto
Luis Barragán Morfín (1902-1988) está en México, y para fortuna de los que
admiran su arte, el recinto que él consideró su obra maestra, el convento que
obsequió a las monjas de la Orden de Clarisas Capuchinas Sacramentarias, abre
de vez en vez sus puertas al público.
Se ubica en el centro de
Tlalpan, en la Ciudad de México. Es propiedad privada, como la mayoría de las
casas que el jalisciense construyó en el país. No es un museo ni recibe
recursos públicos para su mantenimiento. Es un sitio de culto, una capilla que
mediante citas y horarios específicos permite a los visitantes contemplar el
espacio concebido como acto sublime de la imaginación poética.
Tomar fotografías está
prohibido por decisión de las religiosas, no porque nos lo ordene la Fundación
Barragán de Suiza, titular de los derechos de autor del arquitecto, sino porque
esta es la casa del Señor y pedimos respeto, explica sor Carmen en entrevista con
La Jornada.
Don Luis, continúa, “fue una
persona muy religiosa, muy dado a lo contemplativo. Es lamentable que algunas
personas hoy en día no valoren sus creencias. Él quería un lugar para el Señor,
por eso cuidó cada detalle en esta capilla. Por ejemplo, los manteles del altar
los trajo de Asis, Italia, y también se fue a visitar la Alhambra, en España,
para estudiar los detalles de luces y sombras.
Nos apena que lleguen aquí
personas exigiendo lo que no deben, que no cuiden lo que él valoraba mucho: el
silencio, el decoro, pues en la capilla se puede escuchar el ruido del silencio
mientras se contempla su propuesta arquitectónica de la tercera dimensión, algo
que sólo entrando con respeto y recogimiento se puede descubrir. No es una
visita cualquiera a un museo, insiste sor Carmen.
En 1959, luego de casi una
década de trabajos no exentos de contratiempos, se terminó de construir el
inmueble. Las abadesas de aquel entonces, narra la religiosa, se quejaron de
que la edificación de Barragán era algo muy moderno, cuando ellas estaban
acostumbradas a algo más tradicional y sencillo.
Sin embargo, cuando el
arquitecto terminó y entregó a las monjas su nuevo hogar, se maravillaron. La
luz natural que entra por el largo vitral (diseñado por Mathias Goeritz) para
iluminar el altar nunca es la misma, produce efectos de sombras que pocas veces
se repiten.
Ese espectáculo roza lo
sublime a ciertas horas del día, cuando en el fondo, donde se encuentra el
sagrario, los rayos del sol provocan un resplandor que enceguece al observador.
El propio Barragán fue muy
respetuoso de la privacidad de las clarisas, reiteran. Cuando quería dar un
recorrido con invitados, les llamaba días antes para concertar cita. Ahora las
custodias de la capilla deben lidiar con personas que exigen trato de galería
pública, y que se les deje tomar fotografías de cada rincón.
Hemos pensado cerrar, pues qué
necesidad tenemos de que nos molesten, nos insulten o nos vean mal, pero nos
dolería hacerlo porque es una obra que hay que contemplar, para eso fue hecha,
pero con respeto. Hemos sorprendido a personas incluso cortando pedacitos de
madera para llevárselos de recuerdo. Eso no puede ser. Les pedimos que no
olviden que somos una comunidad religiosa de clausura, y que esta es la casa
del Señor, a quien siempre le está rezando en la capilla una de nosotras. Son
muy molestas las distracciones, añade.
Foto
Vista parcial de la obra
maestra creada por Luis Barragán (1902-1988), donde se observa el vitral
diseñado por Mathias Goeritz para iluminar el altar. En cierto instante los
rayos del sol provocan un resplandor que enceguece. La capilla del convento de
Tlalpan, Ciudad de México (1954-1960), concebida por el artista como acto
sublime de imaginación poética, puede visitarse de martes a domingo de 10 a 12
y de 16 a 18 horas, previa cita y mediante un donativo de 200 pesos por
persona; descuento de 50 por ciento a estudiantesFoto cortesía de la Fundación
Barragán
Durante algún tiempo no
cobraban la entrada, porque había muchas hermanas que se mantenían vendiendo
galletas, dulces y bordados. Ahora apenas son poco más de 10 quienes tienen la
responsabilidad, además, de pagar el mantenimiento del enorme inmueble que se
encuentra en el corazón de la delegación Tlalpan, donde el costo anual del
predial asciende a varios miles de pesos, sin contar los otros servicios.
Por eso, para ingresar a la
capilla, donde son atendidos por una clarisa que les ofrece una sencilla
explicación arquitectónica, piden la donación de 200 pesos por persona, excepto
a estudiantes, a quienes se les hace un descuento de 50 por ciento. Las visitas
son previa cita, de martes a domingo, de 10 a 12 y de 16 a 18 horas.
No nos mueve el lucro,
pensamos que el precio es justo, apenas para sacar los gastos. Don Luis, en
vida, acostumbraba traernos algo para la comida de las palomas, porque le
gustaba que hubiera, y para nuestros alimentos. Siempre estuvo al pendiente de
nosotras y de su obra. Aún recordamos el último día que vino a visitarnos, en
1982, con su personalidad enigmática, su mirada muy especial, cálida pero
fuerte, siempre muy cariñoso, rememora la religiosa.
Durante 20 años la capilla del
convento de las Capuchinas Sacramentarias del Purísimo Corazón de María ha
recibido un flujo moderado de interesados en la obra de Barragán, pero hace
unos meses, luego de la polémica desatada en torno a la exposición de la
estadunidense Jill Magid en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (Muac)
de la Universidad Nacional Autónoma de México, llegaron multitudes, la mayoría
con mala actitud, reclamando entrar, por lo que tuvimos que cerrar un par de
semanas, en lo que se les pasaba el furor.
No obstante, el mejor momento
para deleitarse con los efectos de la luz de la capilla pertenece sólo a las
clarisas. Es entre finales de enero y principios de marzo, a eso de las 7:44 de
la mañana, en punto, cuando el retablo resplandece con una belleza tal, que nos
deja ciegas.
Entre los visitantes
distinguidos que han recibido, las capuchinas recuerdan de manera especial al
arquitecto japonés Tadao Ando, quien se sentó durante horas, en silencio, en el
recinto. Nos impresionó su sencillez y que casi no hizo preguntas. Se fue y a
los pocos días regresó e hizo lo mismo.
En el patio hay un espejo de
agua que, desde que las hermanas tienen memoria, siempre se adorna con
gardenias. La fragancia es lo primero que encanta a los visitantes. Es la
prueba de que la majestuosa obra de Barragán está viva, para eso fue creada,
¡es un privilegio vivir aquí!, concluyen.
Al lado de las galletas y
rompope que elaboran las monjas, se venden libros de arte que les donó la
Fundación Barragán, entre ellos el catálogo de la exposición La revolución
callada, que se presentó en el Palacio de Bellas Artes en el centenario del
natalicio del arquitecto, en 2002.
Las citas para visitar la
capilla construida por el Pritzker mexicano, que se ubica en Hidalgo 43, centro
de Tlalpan, se pueden hacer al teléfono 5573-2395.