En el libro El volumen habitado, publicado en 2012, la crítica de arte Lily Kassner —que falleció el martes pasado— opinaba que la del escultor zacatecano era una estética 'de movimiento infinito'
CIUDAD DE MÉXICO.
Mirar las esculturas de José Kuri Breña (Zacatecas, 1912- Ciudad de México, 2004) es repasar la figura femenina en múltiples perspectivas. Es evocar las formas curvas del cuerpo humano hecho bronce, mármol o cristal. Es llenar el espacio con el volumen de “remolinos insólitos”. Es recorrer, pues, más de tres décadas de escultura, y encontrar la sensualidad plena en las redondeces y curvaturas de la mujer.
Lo constatan casi dos centenares de obras que el artista hizo como una manera de manifestar sus múltiples miradas del mundo. De encontrar salida a la cotidianidad de la abogacía, que ejerció a la par del arte. Así, para Kuri Breña sus esculturas fueron una suerte de remanso: “Al ver lo que he realizado, me siento feliz cuando descubro que hay caracoles que tuvieron naturaleza humana; o que las hojas no sólo sintieron el calor del sol, sino que tuvieron una mirada con la que apreciaron su ropaje de otoño. O que el hombre puede ser muchos hombres a la vez y que puede incursionar en un personaje diferente, las máscaras y otros rostros”.
Son las palabras del escultor, fotógrafo, músico, crítico y empresario que construyó su propio lenguaje plástico en pleno siglo XX, tiempos en que el arte mexicano respondía a un precepto nacionalista. La de Kuri Breña, señala la historiadora Lily Kassner en el libro El volumen habitado, es una estética “de movimiento infinito” como un reflejo de nuestro propio espacio, de su propio universo.
“Escultor que en bronces y otros materiales de magnificado o pequeño formato, acaso por un profundo afán de compartir algo que él mismo hubiese descubierto respecto al misterio del eterno femenino, entidad a la vez carnal e ideal, dilema irresoluble o ilusión insuperable, son la fuente de la profunda convicción que nuestro artista expuso durante su profesional vida creativa, fértil, y generosa”, escribió la especialista recién fallecida, a propósito de la exhibición que celebró el centenario del escultor en el Museo de Arte Moderno.
Además de la mujer, los modelados de quien expuso en San Francisco, California, Texas y Francia se apropiaron de los trazos amorfos de los caracoles en una metáfora del vientre femenino. Entonces el catálogo razonado de su obra conjuga imágenes clásicas como Canasta de sueños (1988) en la que se identifica fácilmente a una vendedora de mercado, al tiempo que está Caracol con mujer(1983) donde el cuerpo humano yace como feto dentro de la concha.
Hay un diálogo también entre piezas como Mujer hincada y el dibujo Tres mujeresque reflejan la cotidianidad femenina en perspectivas distintas. Universo casi onírico que el artista también plasmó en piezas de joyería, lo mismo en plata que oro y cristal de roca. “Otra constante en estas creaciones es una actitud siempre en trance de introspección, pues aunque en algunas escudriñe el celeste exterior con el rostro hacia lo alto, y los ojos abiertos, parecerían abismarse en sus adentros, absortas en sí mismas, como una intensa presencia plena de ausencias nostálgicas”, escribió Kassner.
Esa figura “obsesiva” femenina en la obra de Kuri Breña a veces se acompaña de elementos de la cultura popular, por ejemplo la hamaca como el lugar donde se descansa, se duerme, se hace el amor. Y al tiempo, rasgos de la escultura prehispánica que tomó de la riqueza de objetos originarios del país. Su gusto por las piezas antiguas originó una colección personal que luego donó al Museo Amparo de Puebla.
De descendencia libanesa por parte de su padre y abuelo materno de José Antonio Meade (actual secretario de Hacienda de México), el escultor fue muchos hombres a la vez. Por deseos de su madre ingresó al monasterio de la orden de Los Misioneros del Espíritu Santo, donde vivió ocho años para prepararse para el servicio religioso. Allí aprendió latín y griego, pero en la juventud decidió que no era el camino a seguir. Asentado en la Ciudad de México se inscribió en la Escuela Libre de Derecho que lo llevó en 1941 al Banco de Comercio donde trabajó tres décadas.
Aun con una profesión, Kuri Breña no se sentía feliz: “Yo no estaba del todo satisfecho, había algo que me inquietaba por dentro, una necesidad de crear”, confesó en unas memorias reunidas en el catálogo. Entonces, a la par de estudiar leyes, se inscribió en el Conservatorio Nacional cuando estaba en la calle de Moneda, y también empezó a tomar cursos en la Academia de San Carlos, donde trabajó con maestría el bronce, la piedra Xaltocan y piedras semipreciosas de la cantera mexicana como ónix, alabastro, mármol, cristal de roca, y joyería en plata y oro.
Sus guías fueron los escultores Ignacio Asúnsolo y Francisco Zúñiga, este último incluso se convirtió en su amigo; compartieron por un tiempo el mismo estudio. Y años después conoció a Luis Nishizawa en Cuernavaca, donde ambos vivían y compartían su trabajo. “Al poco tiempo la escultura llenó ese vacío creador que estaba inquietándome; y debido a que mis composiciones musicales no me satisfacían del todo, decidí dejar a la mitad la carrera musical”, recordó el propio artista con obras en colecciones como la del Banco de México, El Museo Universitario de Ciencias y Arte, y la de Pago en Especie de la Secretaría de Hacienda.
Kuri Breña completó sus estudios de abogacía hasta el doctorado en la Facultad de Derecho de la UNAM, sin dejar sus clases con Zúñiga y sus encuentros de cofradía con Nishizawa. Tal vez de ambos aprendió la maestría del dibujo a mano. Así lo resaltó Kassner. “Kuri Breña llegó a poseer una línea de privilegiado trazo, dando a sus producciones en esta materia una importancia propia, cual disciplina autónoma, no sólo como bocetos o antecedentes bidimensionales previos a la realización correspondiente de la pieza escultórica”.
Sus dibujos en grafito sobre papel son, al final, un espejo de los objetos en piedra o bronce; son además reflejos del mundo creativo del artista.