La gala presidencial del Día de la Armada de México, en medio de la crisis de seguridad en Baja California Sur
La Paz, Baja California Sur.- Asistir a un evento de la Presidencia de la República por primera vez resultó ser una de las experiencias más contrastantes que he tenido que sortear en mi corta carrera de reportero, ya que ese 23 de noviembre resultó un cúmulo de sensaciones entremezcladas; el dolor y la devastación en la ceremonia fúnebre del ombudsman sudcaliforniano, Silvestre de la Toba Camacho, sumadas a la ostentación y el vulgar despliegue de poder para la visita de Enrique Peña Nieto a Baja California Sur.
Después de que personas “no identificadas” acribillaran a balazos al presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) y a su hijo Luis Fernando en compañía de su familia, el gobernador Carlos Mendoza Davis abandonó las sombras y reapareció al tercer día para sumarse a los festejos del Presidente de la República y de la Secretaría de Marina (Semar) por el tradicional Día de la Armada, además de la reinauguración de la Escuela de Aviación Naval.
Desde aquel atentado, el “góber” tomó su distancia con la prensa y de los eventos públicos, incluso algunas fuentes refirieron que tomó un vuelo a la Ciudad de México aquella noche fatal del 20 de noviembre, mientras el cuerpo del amigo Silvestre ya se encontraba en poder del Servicio Médico Forense (Semefo), al igual que el de su hijo, mientras su esposa e hija luchaban por mantenerse con vida tras los disparos.
Y es que Silvestre de la Toba Camacho no era el típico funcionario acartonado, renuente a responder preguntas, pero eso no lo hacía menos celoso de su trabajo en la defensa de los grupos vulnerables, tales como los pueblos indígenas que han migrado a la entidad como jornaleros o constructores y de las personas con discapacidad, que mucho han reclamado falta de atención de las autoridades estatales a través de la CEDH.
El ombudsman atendía con amabilidad cuando le solicitaban una entrevista. Recuerdo que las veces que acudí a sus oficinas triangulares en la colonia Fidepaz, en todas, tuvo a bien ofrecerme un vaso de café caliente para platicar y ablandar un poco el ambiente, mientras mostraba orgulloso en su escritorio algunas fotos de su familia, hoy devastada por la “ola de violencia”.
Muestra de ello fue el bien documentado reclamo que recibió Carlos Mendoza de algunos deudos presentes en aquel velatorio junto al Teatro de la Ciudad, por haber fallado en su estrategia de seguridad y no haber garantizado la vida del primo Silvestre y su familia, hoy agredidos y con heridas que sanarán en algunos días, pero dejarán una cicatriz, un recuerdo fatal y la asfixiante ausencia del ser querido.
Ese día de visita presidencial, el gobernador se apersonó por lapso de 30 minutos a dicho funeral, donde hizo guardia fúnebre a Silvestre y su hijo, en compañía de su esposa Gabriela Velázquez y del alcalde de La Paz, Armando Martínez Vega, sumado a un dispositivo de diversos funcionarios estatales y municipales.
Después del reclamo, concedió una breve entrevista, lamentó lo sucedido y después de contestar algunas preguntas y recalcar que no tiene en mente renunciar, Carlos Mendoza subió a su camioneta y siguió su agenda programada para encontrarse con el presidente Enrique Peña Nieto.
Llegué tarde a la cita, como de costumbre, que hicieron las autoridades del evento presidencial en conmemoración del 23 de noviembre, “Día de la Armada” de México, que recuerda a los valientes marinos que murieron por defender la soberanía nacional hasta la victoria. Ya había tenido oportunidad de asistir en ediciones pasadas, sin visitas presidenciales.
Ese día era diferente.
Al acercarme a la base aeronaval a mi encuentro con Peña Nieto, observé que la pequeña carretera que lleva al Aeropuerto de La Paz se encontraba rodeada por imponentes vehículos con elementos de la Marina cuidando el pavimento celosamente llevando armas de alto poder, garantizando seguridad para esos que ingresaban en sus vehículos de lujo, en su mayoría Suburban grises, blancas y negras bien polarizadas, transporte usual del funcionario público de primer nivel.
Estacioné el carro muy lejos y caminé a la entrada, tomé algunas fotos y me encontré en la entrada con diversos elementos de la Marina que platicaban entre ellos y reían, como si fuera muy normal ir de un lado para otro cargando un arma parecida a un “cuerno de chivo” (para ellos lo es, después pensé), me identifiqué como reportero de Diario El Independiente y me respondieron que no podían dejarme pasar hasta que llegara el “responsable de medios”.
Ya después de aquello, me enteré que dicho fusil no es un “AK47”: Regularmente los elementos usan un fusil semiautomático del mismo calibre, pero de mejor manejabilidad (“patea” menos) llamado “G3”, de tecnología alemana. También desarrollaron con base en ese fusil el “FX05”, un rifle mexicano muy parecido en su forma al “AK47” porque tiene la cacha flexible. Luego está también el “AR15”, que tiene el mismo calibre pero que usan los “polis” regularmente.
En eso llegó la camioneta de Erasmo Palemón Alamilla Villeda, titular de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), persona que alguna vez me ha tratado con cordialidad, por lo que me acerqué y le solicité “abogar” por nuestra entrada como medios debido a la tardanza que parecía causar placer a los encargados de la entrada, tal vez porque no habían comunicado a nadie que estábamos ahí y pretendían dejarnos fuera del evento.
-Lo siento joven, esas labores de Comunicación Social no me corresponden- dijo Palemón Alamilla con tono amable, pidió una disculpa e hizo una seña a su chofer para que ingresara a la base aeronaval, rumbo a las viandas del presidente.
Nos hicieron esperar un rato más, mientras esperaba con compañeros de prensa que también estaban en la entrada, éramos 3.
Preguntaba cada 10 o 15 minutos a una persona con radiocomunicación sobre alguna respuesta sobre nuestra posible entrada, que ya parecía estar en riesgo, después de que pasara casi una hora de nuestra llegada sin permitirnos entrar, “pues ¿qué estarán haciendo?”, pensé.
Gracias a la gestión de un compañero reportero de TV Azteca, finalmente llegó una persona uniformada y sin armas, que con una sonrisa y trato amable dijo ser el responsable de comunicación, quien nos condujo a una revisión de nuestras mochilas y posteriormente a un arco detector de metales, con la finalidad de que no lleváramos algún objeto no autorizado al interior de la base.
Fue cuando nos “dejaron pasar” a un edificio con simuladores de vuelo, donde había por lo menos 100 periodistas entre corresponsales nacionales, estatales y locales; cientos de cámaras de video, fotográficas y grabadoras detenidas desde las 10 de la mañana, hora de la cita pactada que no fue respetada, dejando “salir” del escondite a los reporteros hasta pasada la 1:30 de la tarde.
Tras observar la majestuosidad del avión presidencial (“no lo tiene ni Obama”, sonó en mi cabeza el comercial), entramos a un hangar de la Marina que en ese momento se encontraba repleto de mesas, adornado con una tómbola de la lotería nacional y con presencia de algunos elementos de la institución festejada por el “Día de la Armada”. Lo que sí había eran políticos, empresarios nacionales y extranjeros, “marines” estadounidenses y autoridades locales del gobierno federal.
Todos ellos como en otros eventos de alcurnia política o de partido: se abrazaban, sonreían, y si detectaban a algún miembro de la prensa entre sus mesas, pedían asistencia discretamente para que se acercara uno de los guaruras del Estado Mayor Presidencial o de la propia Marina, para llevarnos al que apodamos el “corral”, un templete acordonado de tres niveles para los fotógrafos y prensa. Ahí estaban amontonados ahora los reporteros, sin poder acercarse a los que gustosamente recibían champaña y vino en sus copas.
Me llamó mucho la atención la “amigable” presencia militar de los Estados Unidos (EEUU), cuyo gobierno bajo el mando del presidente Donald Trump, literalmente ha desdeñado a los mexicanos desde el día uno, cuando presentó órdenes ejecutivas para iniciar deportaciones masivas de inmigrantes y un muro fronterizo impenetrable que sostiene, los ciudadanos mexicanos vamos a “pagar”.
Dejé de observar los detalles negativos, como siempre hago y recordé que es un evento de orgullo nacional, que pertenece a nuestra Armada de México. Tradicional. Un espectáculo cívico para quienes gozamos de ser mexicanos y lo llevamos en la piel.
Después me acordé que el 23 de noviembre de 1914, es el día que se conmemora la expulsión de las fuerzas navales estadounidenses (US NAVY) que tomaron el puerto de Veracruz, después de que el presidente gringo Woodrow Wilson decretó un embargo de armas a México y desconoció al gobierno golpista de Victoriano Huerta para apoyar la lucha de Venustiano Carranza, interviniendo en la vida política del país con un conflicto armado, con lujo de invasión a los mares del Golfo.
Escuché extraoficialmente que los “marines” estaban presentes porque habían vendido inteligencia militar para la nueva Escuela de Aviación Naval, pero no supe más.
Sonó un estruendo fuerte en el hangar, mientras se servía la comida; una grabación de un discurso de Enrique Peña Nieto, resaltando la necesidad de contar con marinos cada día mejor preparados con la mejor tecnología, acompañado de aplausos grabados también (muy apasionados).
Posteriormente un fuerte mensaje:
-¡Gracias, Presidente! ¡Gracias, Presidente! ¡Gracias, Presidente!- gritaban unos marinos también grabados.
Inmediatamente después se abrió la puerta del hangar y cual estrella de cine, apareció el presidente saludado a todos, tomándose la “selfie” con quien se prestaba y que obviamente, contrastaba con la compañía del gobernador Carlos Mendoza Davis, que todavía lucía bastante demacrado por el evento que había tenido lugar más temprano.
Comenzaron los discursos y los respetos entre políticos.
El gobernador le agradeció al presidente su apoyo a Baja California Sur y anunció nuevamente que los “violentos” serían vencidos con el apoyo del gobierno federal para garantizar a sus gobernados el “mejor futuro” prometido.
Pero Enrique Peña Nieto parecía estar de vacaciones, sonriente y feliz con el secretario de Marina y de la Defensa Nacional a sus costados, haciendo chistes, hasta que en su discurso retomó el caso de Silvestre de la Toba Camacho, para quien pidió un minuto de silencio.
Más allá de ese minuto y del discurso, mientras se congratulaban, nadie más parecía recordar que hacía 3 días había sido asesinado Silvestre por la guerra contra el narcotráfico.
-Son tiempos políticos, cálmate-, dijeron voces que me irritaron, al grado que preferí retirarme del “corral” de los medios, pensando en mi mal carácter, en mi poca tolerancia y en mi falta de tacto para despedirme de los marinos que solo obedecían órdenes y no tienen la culpa de lo que ocurrió en su día festivo.
Posteriormente, de voz de la esposa de un marino, me enteré que los elementos habían estado preparando la visita del presidente encuartelados por 3 días, para que, después de haberse ido en su avión presidencial, les ordenaran limpiar lo que quedó de un banquete más de Enrique Peña Nieto.
Así recuerdo el día en que Enrique Peña Nieto convirtió un hangar de la Marina en un salón de eventos, pero blindado hasta los dientes.
“Lo bueno no se cuenta, pero cuenta mucho”.