Hoy se conmemora el 15 aniversario luctuoso de uno de los iconos de la fotografía mexicana, quien registró la cultura e identidad nacional desde la cosmogonía de la vida urbana, los pueblos y la religión
CIUDAD DE MÉXICO.
Manuel Álvarez Bravo tenía un siglo de vida cuando falleció, justo un día como hoy de hace 15 años. Una vida entera que le valió para fundar en México la fotografía moderna. Una imagen que exploró el paisaje natural y cultural de un país desde su nacimiento como nación hasta su entrada a la modernidad. Cien años que hicieron del artista, nacido en la capital, un referente de la lente.
Pues la cámara de quien estudió pintura en la Academia de San Carlos se centró en su entorno cercano. Así la arqueología, la historia y la etnología desempeñaron un detonante de sus piezas en blanco y negro que llevó a más de 150 exposiciones. Aún hoy es icono de la foto mexicana, y se incluye en curadurías como la que actualmente se presenta en la galería Throckmorton de Nueva York: Surrealismo, Ojos de México, con piezas de Tina Modotti, Manuel Álvarez Bravo, Lola Álvarez Bravo, Kati Horna, Héctor García, Graciela Iturbide y Flor Garduño.
Su primera influencia fue Hugo Brehme, a quien conoció en 1923, y quien lo incitó a comprar su primera cámara. Para 1925 obtuvo su primer premio en un concurso local en Oaxaca. El mismo año se casó con Dolores Martínez de Anda, quien tomó el nombre de Lola Álvarez Bravo.
En esos años convulsos política y artísticamente, Álvarez Bravo se hizo de amigos como Tina Modotti, Diego Rivera y Pablo O’Higgins, quienes lo empujaron a dirigir su obra a lo social. Entonces se dedicó a plasmar la cultura e identidad mexicana no como una simple documentación, sino desde la cosmogonía de la vida urbana, los pueblos, los campos, la religión, el paisaje y las tradiciones.
En 1932 realizó su primera muestra individual en la Galería Posada. Y poco después compartió exposiciones con el francés Henri Cartier-Bresson en el Palacio de Bellas Artes, donde lo conoció André Bretón. En 1935, el padre del surrealismo llevó al joven fotógrafo mexicano a una exposición en París que sería trascendental en su trayectoria.
De 1943 a 1959, Álvarez Bravo trabajó en el cine realizando fotografías fijas. Inició con ¡Qué Viva México! de Eisenstein, y participó en rodajes con John Ford y Luis Buñuel. En 1944 realizó el largometraje Tehuantepec, y los cortometrajes Los tigres de Coyoacán, La vida cotidiana de los perros, ¿Cuánta será la oscuridad? y El obrero, este último era texto de Juan de la Cabada.