Sigue viva en la memoria de miles de familias, lo que fue una larga noche de incertidumbre.
La Paz, Baja California Sur (BCS).- A 41 años de distancia de la mayor tragedia que haya vivido o que recuerden los pobladores de la ciudad de La Paz, la fragilidad de los seres humanos ante los embates de la naturaleza, son cada vez más significativos y de manera especial en nuestro país, donde los pobladores estamos expuestos a ciclones y huracanes en los litorales de los océanos Pacífico y Atlántico, además de terremotos como los recientemente ocurridos en el centro y sureste del país, con saldo final de un importante número de personas fallecidas.
Volviendo al suceso que históricamente ha causado el mayor dolor a los sudcalifornianos y a muchos, de los que en aquellos años llegamos de otros estados del país, debo reconocer que poco o nada sabíamos qué era un huracán, cómo le ocurría a familias de la ciudad y de algunos años de vivir en La Paz, para muchos de nosotros era todo un misterio.
En aquellos años Baja California Sur, no disponía de sistema de información para alertar a la población sobre la formación de una tormenta tropical y cuándo podría convertirse en huracán, como tampoco su desplazamiento y en consecuencia la hora aproximada en que podría tocar tierra y en qué punto de Baja California Sur.
LA INQUIETUD SURGIÓ DESPUÉS DEL MEDIO DIA
Al mediodía del 29 de septiembre de 1976, en el cielo empezaron a aparecer nubes que no presagiaban lluvia, pero que al desplazarse rápidamente dieron paso a las opiniones de que se aproximaba un “chubasco”, término genérico para una tormenta, huracán o simple lluvia, opinión que se extendió rápidamente y centenares de personas en pocas horas, prácticamente agotaran los víveres en las tiendas departamentales y muchos otros productos, para hacer frente a un problema que nadie podía explicar cómo podría ocurrir, ni siquiera la hora.
Cerca de las 4 de la tarde, después de la comida, salí para estar en El Sudcaliforniano a la hora de entrada a mi trabajo, que coincidió con el aumento en la intensidad de la lluvia, la fuerza de los vientos que hacía presagiar daños, pero no de la magnitud que finalmente alcanzaron.
Me encontraba solo en El Sudcaliforniano, la corriente del agua aumentó en la calle Constitución y comenzó a inundar las oficinas, me fue imposible salvar el archivo documental del matutino y mi temor aumentó con el derrumbe de la barda de la cárcel municipal, ubicada donde actualmente está el Centro de Cultura y Museo.
Salí del diario cerca de las 5 de la tarde, cuando el viento seguía arreciendo y en el trayecto a mi domicilio, por la avenida 5 de Mayo Bravo, el caudal de agua seguía creciendo por lo que al llegar al estadio Arturo C. Nahl, debí desviarme hacia la calle 16 de Septiembre, para evitar las láminas de asbesto del techado del estadio, que salían disparadas como si fueran aspas de rehilete.
Siguieron largas horas de vigilia, de esperar que los vientos y la lluvia cesaran, para retirar el agua que entraban a nuestra vivienda, extraordinario para nosotros que no sabíamos lo que es la fuerza de un huracán y saberse protegidos porque vivíamos en un segundo piso
El frente del ciclón “Liza”, creo que debió haber llegado a La Paz, entre las 8 y 9 de la noche, porque a las 22 horas estábamos en el ojo del huracán, el cielo se despejó y durante casi una hora aparecieron las estrellas, fueron momentos de tranquilidad para algunos, pero de tragedia para quienes más tarde habrían de lamentar la pérdida de un ser querido.
EMPEZABA EL RECUENTO NO HABÍA TERMINADO DE LA TRAGEDIA
Cerca de la media noche y como no había comunicación telefónica, decidimos en familia, saber cómo se encontraba una familia muy querida para nosotros y fuimos en su busca, pero en el cruce de la calle 5 de Febrero y carretera al sur, el conductor de un pick up nos advirtió de que no podríamos llegar a nuestro destino, por las corrientes de agua que habían ya ocasionado diversas muertes, de ellos los que llevaba en su camioneta.
Regresamos al departamento y fuimos testigos del enorme caudal de agua, que corría por la calle 16 de septiembre rumbo al malecón, posteriormente se supo que la causa había sido la rotura del bordo “El Pajoncito”, construido para contener las corrientes del arroyo “El Piojillo” y fue hasta el amanecer del 30 de septiembre cuando los habitantes de la ciudad, pudimos conocer la magnitud de la tragedia, ya que desde nuestro domicilio vimos pasar durante todo el día carros de volteo llevando cuerpos a las instalaciones deportivas ubicadas en Morelos y Lic. Verdad, habilitado como depósito de cadáveres al que fueron llevados, para la identificación por sus familiares y el trámite legal correspondiente.
Después de las 17 horas, fue oficiada una misa para pedir por el eterno descanso de quienes habían perdido la vida y ante la urgencia de proceder a sepultar a los fallecidos, por el intenso calor que estaba acelerando su descomposición, el enorme cortejo fúnebre inició la marcha hasta el Panteón de Los Sanjuanes, donde ya se habían abierto las fosas comunes.
A la caravana fúnebre de sumaron personas que vivían en las calles que conducen al cementerio, para sepultar como desconocidos en tres fosas comunes, los cuerpos de quienes habían resultado víctimas de la tragedia que enlutó a La Paz y a los Sudcalifornianos en general.
Se habló de decenas de modestas viviendas construidas en el lecho del arroyo “El Piojillo”, que habían sido arrastradas junto con sus moradores y fueron muchos los cuerpos recogidos por las autoridades, de entre los cercos de alambre de puas, o semienterrados a lo largo del trayecto hasta el malecón.
El impacto más fuerte del agua, lo vivieron los vecinos de la primera sección de la colonia Infonavit, donde las casas por carecer de cimientos fueron removidas y los vehículos semienterrados por los escombros y la gran cantidad de arena que arrastró la corriente.
La calle Jalisco, fue la principal salida para el agua proveniente del arroyo, pavimentada entonces de carretera al sur a la calle México y de allí hasta Alvaro Obregón se formó una enorme zanja donde quedaron apilados todo tipo de vehículos arrastrados por las fuertes corrientes, muchos quedaron semienterrados en lo que es el arroyo, algunos con sus ocupantes fallecidos.
Por la noche pude hablar con don Alfonso Neri Castaneira, director regional de El Sol de Puebla, el Sol de Tlaxcala y La Voz de Puebla, para darle a conocer a graves rasgos la magnitud de la tragedia vivida en La Paz, información que se dio a conocer al día siguiente en todos los periódicos de la entonces Cadena García Valseca y que continuó en los siguientes días con información y gráficas, que hice llegar a la Editora de Puebla.
El 30 de septiembre el cielo amaneció como si nada hubiera ocurrido la noche del día anterior, el Sol en todo su esplendor y el recorrido de funcionarios por la ciudad, permitió conocer la magnitud de los daños, especialmente en lo que se refiere a personas que perdieron la vida.
Sobre este particular mucho se habló, posiblemente se exageró en el número de personas fallecidas, al señalarse que fueron más de cinco mil las víctimas del ciclón “Liza”, pero nadie podrá precisar cuántas personas decidieron abandonar el estado y muchas más que no fueron localizadas, porque al vivir en zona de riesgo, posiblemente quedaron sepultadas en el arroyo El Piojillo.
La tarea de búsqueda de cuerpos en el lecho del arroyo El Cajoncito y en la bahía de La Paz, se prolongó por varios días, así como los trabajos de reconstrucción, que por fortuna no fueron graves, comparados con el número de personas fallecidas, aunque muchos de los que se creyeron muertos, temerosos por la tragedia vivida, optaron por regresar a sus lugares de origen quedando en la ciudad en calidad de desaparecidos.
Posterior a la tragedia, vino a La Paz, el presidente Luis Echeverría, quien dio a conocer que se destinarían 200 millones de pesos para la rehabilitación del malecón y posteriormente llegó la Sra, María Esther Zuno de Echeverría, para sumarse a las actividades de limpieza del malecón, hecho que no tuvo mayor relevancia para la ciudadanía.
A raíz de esta tragedia nacieron las colonias 8 de Octubre, en las que muchos de sus integrantes no fueron víctimas de la tragedia, se aprovecharon de lo ocurrido para vivir en calidad de damnificados, recibir alimentos gratis, alguna carpa para dormir y terminar como propietario de un predio donde fincaron su actual patrimonio.