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Hoy es domingo, 24 de noviembre de 2024

Harry Kessler y Friedrich Ratzel; herederos de Von Humboldt

Traducen al español Desde México. Apuntes de viaje de los años 1874-1875 y Apuntes sobre México, libros que mostraron a Europa el México del siglo XIX

Harry Kessler y Friedrich Ratzel; herederos de Von Humboldt

CIUDAD DE MÉXICO.

El conde Harry Kessler (1868-1937) y el geógrafo Friedrich Ratzel (1844-1904) fueron dos de los herederos más importantes de Alexander von Humboldt, dos viajeros, investigadores, intelectuales y pensadores que volvieron a México para contar su propia visión distinta del rompecabezas mexicano, a partir de la publicación de los libros Desde México. Apuntes de viaje de los años 1874-1875 y Apuntes sobre México, publicados por primera vez en español, bajo el sello Herder.

En el primero, Kessler elabora una crítica descarnada, punzante y provocadora sobre la pereza del mexicano, sus calles, el poder desmesurado de la Iglesia y los defectos del arte prehispánico; y el segundo destaca la posición geográfica del país, su clima tropical y su rica naturaleza, despertando una sensación similar a los cuadros de José María Velasco, con lo que se completa el mosaico pintado por Alexander von Humboldt en el imaginario de la cultura alemana y europea del siglo XIX, detalla a Excélsior Jan-Cornelius Schulz Sawade, editor del sello Herder.

El tema México-Alemania nació con el descubrimiento de América y fue sumamente impactante para los alemanes. Digamos que es una relación que existe desde hace 500 años y que de ninguna manera ha disminuido”, abunda Schulz Sawade.

Desde entonces los alemanes han quedado fascinados por el arte, la comida y su cultura en general, apunta. “Porque América ha sido un imán para el mundo alemán y, nosotros, como editorial de raíces alemanas aprovechamos para publicar estos textos que intentan aportar una reflexión sobre México y su pasado”.

Pero no todos quedaron encantados con México, como se aprecia en el libro del conde Kessler, quien afirma sobre México: “Al principio el ojo percibe de la ciudad sólo la violencia de los colores y de la luz tropical en la claridad de las alturas. A su lado desaparece la monotonía del mapa urbano, regulado todavía por los funcionarios del virrey español en el soso estilo de las cuadrículas, y también la fealdad norteamericana de los postes de telégrafo en las aceras y en los carriles del tranvía”.

Pero también describe las mujeres: “Hoy por la tarde, en el Paseo (de la Reforma), durante el desfile, he estado observando a las mujeres de sociedad. El tipo no es bello, carece de figura y de tez, pero usa mucho maquillaje y ropa colorida… Se percibe que aquí los que intentan hacerse valer intentan llamar la atención; parecen temer que no se les tome en cuenta. Resulta increíble lo que la gente gasta en brillantes, y no menos asombra la forma de adquirirlos: un gran joyero en la calle San Francisco se ha hecho rico con los pagos a plazos que le hacen las mujeres de sociedad”.

Prosigue con la población indígena, a la que dibuja como indios puros con grandes pómulos salientes que se asemejan a mongoles de piel oscura. “La gente aquí es fuerte, pero no saludable. Un mozo recadero puede pasar tres cuartos de hora corriendo detrás de una carreta… pero aun así son desproporcionadamente grandes las cifras de personas anémicas o con afecciones pulmonares”.

Y le salta la pereza del mexicano: “… una especie de pereza o de inercia fisiológica que es a la vez heredada y desarrollada de un modo nuevo en cada individuo, la cual se incrementa con el influjo del clima…”

Eso tiene sus consecuencias, insiste Kessler. Y, “desde el punto de vista sicológico, ese estado físico se corresponde con un debilitamiento de la voluntad y de la sensibilidad nerviosa… Creo que esta pereza del sistema nervioso es uno de los hechos que más influyen en la sicología del mexicano”. Además, “los sentidos del mexicano vibran más débilmente ante las impresiones y al mismo tiempo reproducen las sensaciones de un modo más apagado que los europeos”.

El conde también escribe sobre arte prehispánico: “las razas aborígenes de México, a pesar de su tecnología no consiguieron nunca dar forma a un cuerpo humano proporcionado y orgánico –al parecer carecían del concepto de organismo–, y de las razas posteriores no he visto yo aún un paisaje que resuma las características del país”, donde la apatía y la pasión alternan de un modo abrupto.

Ambos libros, dice Jan-Cornelius Schulz, completan el mosaico de los viajeros que pasaron por México para descubrir su innegable riqueza, y aunque Kessler aporta una visión ideologizada, su libro “fue importante en Alemania porque revolucionó la tipografía de los libros, por lo cual intentamos una edición facsimilar con una tipografía muy similar y con los elementos gráficos del original”.

El punto de vista de Harry Kessler es el de un señor adinerado, noble, de una familia de alta nobleza, mimado y culto, un señor con mucho estilo, así que observa el desorden en las calles, la pobreza y mucha gente que aparentemente no tiene dinero para vestirse bien; pienso que para él fue un choque cultural… pero en el fondo es la típica arrogancia europea que, por cierto, existe hasta la fecha, donde los mexicanos admiramos la cultura europea y nos sentimos inferiores, lo cual tampoco es correcto”.

¿Cuál fue el papel del viajero durante el siglo XIX?, se le inquiere al editor. “El viajero quería reportar y describir el mundo desconocido de una cultura, empezando por el idioma y todo lo distinto del carácter alemán y de la vida en Europa Central; el viajero quiere transmitir esa fascinación que ha vivido y observado, tal como lo hace Friedrich Ratzel cuando describe los paisajes, muy al estilo del artista José María Velasco; la idea era relatar lo que ofrecía ese país para aventureros con tantas cosas desconocidas y deseadas por la fantasía europea, la libertad, las distancia, esa transmisión de un mundo fantástico y real”.

Lo más relevante en el caso de Kessler y Ratzel es que fueron dos viajeros que sabía escribir. “Eso fue importantísimo, porque normalmente los viajeros no eran gente tan culta o preparada, y en este caso yo creo que la capacidad de saber escribir es equiparable a la pintura y la fotografía, porque al leer esas descripciones se producían imágenes que eran la única fuente durante el siglo XIX, que puede ser considerada como la edad de oro de la literatura viajera”, concluye.