Con autorización de Ediciones B, publicamos un fragmento de la más reciente novela del escritor mazatleco Juan José Rodríguez
CIUDAD DE MÉXICO.
Crecí sin mis padres. Soy de esas mujeres que de repente dicen en la conversación palabras de otro tiempo, y cuando le explico a la gente, les digo con una sonrisa: “Ésa es una palabra que usamos todos los que fuimos criados por su abuela”.
Cuando una ha perdido a su familia, puede darse el lujo de formarla y escoger a quienes serán sus parientes. No, no hablo de elegir la familia del esposo: hablo de poder decidir quién de tus amigas va ser tu hermana, qué señora que conoces y te cae bien podrá ser tu madre postiza, cuál ancianita solitaria y amable podrá ser tu abuelita de mentiras.
He observado que algunas personas que se han formado lejos de sus familias reales terminan queriendo más a la familia que se crean para huir de la soledad. Quizás porque la familia inventada da menos problemas que la familia real. Puedes pelearte con una amiga y ya no va hacer nunca más el papel de la tía de tus hijos. Simplemente dejan de frecuentarse y ya.
Ahora a la gente no le pesa dejar una amistad de varios años por un comentario tonto de Facebook. Bye, next!, como dicen esas que quieren aparentar que nacieron en una cuna de color rosa y sus nanas les hablaban en inglés.
Yo siempre fui una niña fea. Flaca, dientona y pobre. Supe que era fea por las burlas de mis compañeritos en la primaria. No sabía entonces que “los que pelean, se quieren”, porque nunca tuve una amiga cómplice que me revelara esos detalles. Fue después de los quince años cuando, de repente, me volví bonita. Guau, qué grato comprobar que los hombres me miraban de reojo o directamente, y que los amigos que antes se burlaban de mí cambiaban de tono cuando me hablaban; hasta los señores que antes conocí me decían “cómo has crecido, Carolina”. Pero lo mejor de eso es que comprobé no sólo que era guapa, sino que también estaba buenota. Y eso aquí es como sacarse la lotería. Jamás imaginé que yo iba a tener cara, cuerpo y vida de buchona.
Una buchona es una mujer que vive o al menos aparenta pertenecer al mundo del narcotráfico. Es de rigor guapa, cuerpazo natural o esculpido por varias cirugías; cabello muy largo y lacio con un tono oscuro para resaltar la blancura y belleza de la cara. No siempre andan estas mujeres con botas o mezclilla ajustada; algunas no perdonan los accesorios dorados y con brillitos multicolores, en especial en las uñas de gel. Botas con reflejos, funda de celular jaspeada, brazaletes con diamantes de verdad en el brazo haciendo juego con un tatuaje fino. Teléfono de última generación en funda de terciopelo con incrustaciones o detalles fosforescentes.
¿Por qué aquí en Culiacán llaman “buchones” a los señores que se dedican a cultivar o transportar droga? Quién sabe, será porque algunos hablan en tono alto y hueco o porque las gentes de la sierra tienen la garganta saltada. No pocas de las buchonas tienen un patrocinador o marido bien colocado que las provee de una camioneta Lobo con rines cromados y faros led, además de todos los accesorios de su oficio.
Una gran cantidad de buchonas no lo son en realidad, simplemente usan el outfitde las narcas, pero con el tiempo he descubierto que más que un estilo de vida es un modo de pensar y toda una filosofía no escrita. Buscar un esposo como tarjeta de crédito de flujo permanente y a cambio tolerarle sus arranques, infidelidades o temporadas en la cárcel. A él le sirve ante sus amistades tener una mujer cuero. Un intercambio de intereses. Todo da vueltas. Es el juego que todos jugamos. La que se mueve no sale en la foto. Pero la que no se mueve, tampoco vende y desaparece. Sí, desaparece.
He conocido buchonas de muchos tipos. Todas poseen una misma característica que no falla: siempre tienen una amiga que es mucho más buchona que ellas, y es que suelen creer que ellas no lo son, aunque cumplan con éxito todos los requisitos del género. Es divertido.
Todas se critican y se tragan en privado las peripecias y ocurrencias de su amiga buchona y no se dan cuenta de que son iguales o que a veces se superan. Así es este mundo de la competencia femenina. Así fue mi mundo. El de la puerta estrecha.
Nací para ser buchona.
TÍTULO:
Lady Metralla
AUTOR:
Juan José Rodríguez
Sello:
Ediciones B,
Colección La Trama,
México, 326 pp.