El museo universitario inaugurará una retrospectiva, con 75 obras, que articula las tres líneas de trabajo del artista parisino: la monocromía, la materialidad de la carne y el arte como campo inmaterial
CIUDAD DE MÉXICO.
En 1959, Yves Klein (Francia, 1928-1962) escribió: “No alcanza con decir o escribir: Yo superé la problemática del arte. Hay que haberlo hecho. Y yo lo hice”. El artista integró, en ocho años de producción, arte y vida en una aventura unificada, la propia. Una aventura que sentó las bases del arte conceptual, entendido como la experiencia estética más allá de la materialidad. “Para mí la pintura ya no está en función del ojo. Está en función de la única cosa en nosotros que no nos pertenece: nuestra Vida”, reclama en el libro La superación de la problemática del arte el artista que falleció a los 34 años de edad con mil 200 obras producidas.
La aventura a la que Klein refería era la de hacer comprender la tensión entre la materialidad y la inmaterialidad del arte. Hacer saber que “el arte nuevo” ocurre en el campo de la sensibilidad, y éste se proyecta en una experiencia, no en un objeto. Y será la experiencia que el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) ofrecerá en la primera retrospectiva en México del pintor parisino. A través de 75 piezas y documentos como cartas, dibujos, fotografías y películas, la exhibición recorrerá de manera cronológica las facetas de producción, de 1954 a 1962.
Con la curaduría de Daniel Moquay, responsable de Yves Klein Archives en París, la exposición –que se inaugura el 26 de agosto– articula tres de las principales problemáticas en el trabajo de Klein: la monocromía, la materialidad de la carne y el arte como campo inmaterial. En entrevista con Excélsior, Moquay afirma sin titubear que en el siglo XX el artista, también cinturón negro en yudo, fue una de las dos personas que dominaron el arte. “He trabajado la obra de Klein desde hace 50 años, he hecho 50 exposiciones retrospectivas en todo el mundo y también se han publicado como 50 libros y creo que para mí en el siglo pasado sólo hay dos personas que dominaron el arte: Duchamp y Klein”.
Entonces la obra de Klein, que ahora se cotiza hasta en 50 millones de dólares, no requiere explicaciones. Él buscó que la cualidad esencial de sus piezas –pintura, objetos como esponjas o acciones– radicara en la sensibilidad de la misma. La esencia invisible se presenta sin intermediarios. Como ocurrió en las proposiciones de pinturas monocromáticas que presentó en la galería Colette Allendy y en Iris Clert Gallery en París en 1957, y que representa el inicio del periodo azul. Éstas sirven ahora de punto de partida de la retrospectiva.
En la búsqueda por la libertad del arte, Klein concebía a la pintura figurativa y abstracta como “ventana de una prisión”. Para él las líneas, las formas o los contornos eran “barrotes” de una vida emocional. Mientras que el color era el infinito, la materia en estado puro: “A través del color experimento la total identificación en el espacio: soy verdaderamente libre”, afirma en el texto Mi posición en la batalla entre la línea y el color (1958) Y léanse esta breve declaración como argumento de su pintura monocromática; la expresión plástica reducida a un solo color.
Y si bien el monocromo no nace con Klein, pues se puede señalar como tal el Cuadro negro sobre fondo blanco de Malévich o las tres pinturas de Rodchenko en 1921, el concepto sí aparece como género por primera vez cuando el parisino envía en 1955 al Salón de Realidades Nuevas una serie de lienzos color naranja con el título Expresión del universo de color naranja minio, mismos que fueron rechazados.
Su trabajo en monocromo tiene como máximo exponente el International Blue Klein, color azul ultramarino que patentó el 19 de mayo de 1960. Con este produjo series de lienzos sin marcos, sin límites. Y así toma distancia del arte de los 50 y 60, que debatía entre la abstracción y la figuración. El azul, dice Moquay, era para el artista la totalidad de la materia. Un contenedor del cuerpo primigenio: “Trabajó con varios colores, pero se dio cuenta que tenía que elegir uno, y eligió el azul, y la suerte de que en aquel tiempo encontró una técnica distinta del color que no afectaba la intensidad con los barnices”.
La experimentación del azul llevó a Klein a la experiencia del cuerpo humano como principal conductor de la expresión emocional, y que coloca al autor-artista fuera de la carga subjetiva de la pieza. Así nace su serie de antropometrías, serie de lienzos con manchas azules hechas por cuerpos de mujeres desnudas. Un acto en sí mismo carnal.
Un primer ejercicio fue en marzo de 1960 en la Galería Internacional de Arte Contemporáneo en París. Invitó a tres modelos, tres violinistas, tres coristas y tres violonchelistas. Él, como director de escena, dirigió a las mujeres a embarrarse el cuerpo desnudo de pintura azul y de inmediato plasmar su silueta en el papel; mientras los músicos interpretaban la Sinfonía monótona silente de 40 minutos, creada por el propio Klein. Al terminar el acto, salen las modelos y quedan las pinturas hechas por el artista sin haber intervenido en el acto.
“Usar modelos desnudos se hace evidente: era la manera de evitar el peligro de recluirme en esferas desmedidamente espirituales de la creación. La forma del cuerpo, sus líneas, sus extraños colores que oscilan entre la vida y la muerte no me interesan para nada. Sólo es válido el clima esencial y puramente afectivo de la carne”, decía Klein en el Manifiesto del Hotel Chelsea, Nueva York (1961)
El 28 de abril de 1958 Klein presenta Exposición del vacío en la galería Iris Clert, París. Es, literal, la nada. Retiró todo objeto del espacio de apenas 20 metros cuadrados, pintó las paredes de blanco, cubrió la ventana con azul ultramar y a la entrada de un largo pasillo colocó una cortina a manera de teatro del mismo color. Se repartieron tres mil 500 invitaciones de papel blanco y tinta azul que incitaban al espectador al reino de lo sensible. Klein tenía 30 años de edad.
Al entrar a la sala, los invitados quedaron absortos de no encontrar algo, pero de sentir todo. Esta vez el color estaba fuera de la galería, pero la esencia del artista y el arte adentro.
El Azul tangible y visible estará afuera, en el exterior, en la calle, y en el interior, estará la inmaterialización del Azul. El espacio colorea lo que no se ve, pero de lo que nos impregnamos”, avisaba el artista. Era la sensibilidad pictórica. Y para introducir dicha emotividad al mercado del arte, Klein consiguió vender literalmente tres “zonas de sensibilidad pictórica inmaterial” en 1962.
Klein estableció que las zonas estaban agrupadas en siete series cuyo valor se escalona de 20 a mil 280 gramos de oro por zona. Quien adquiriera una serie tendría que deshacerse del recibo de pago-propiedad y el artista depositaría la mitad del oro ganado al río sin recuperarlo jamás. Los tres compradores fueron Claude Pascal, Dino Buzzati y Micael Blankfort, propietarios del arte en su estado figurado.
La acción simbólica, los monocromos y las antropometrías son en realidad un manifiesto de que el arte no se sustenta en la realidad visible, sino en la genuina experiencia sensitiva.
La retrospectiva Yves Klein se presentará del 26 de agosto del 2017 al 14 de enero de 2018 en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (Insurgentes Sur 3000).