“Hoy la poesía es una actividad menos pública y más íntima”, asegura el escritor colombiano Darío Jaramillo Agudelo, que mañana llega a las siete décadas de vida
CIUDAD DE MÉXICO.
Darío Jaramillo Agudelo (Antioquia, 1947) afirma que el poeta nunca tiene prisa, que la poesía es un ejercicio contra la premura y que él mismo está diseñado contra esa velocidad rampante de nuestro tiempo. Vía telefónica desde Colombia, habla con Excélsior sobre poesía reguetónica, la canción popular, su biblioteca personal, la celebración por sus 70 años, Bob Dylan, y adelanta que en noviembre próximo volverá a la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO).
Considerado uno de los poetas latinoamericanos más relevantes de nuestro tiempo y autor de poemarios como Del ojo a la lengua, Cantar por cantar y Sólo el azar, reconoce que las celebraciones no son de su agrado.
Hoy la poesía es una actividad menos pública y más íntima”, asegura el escritor colombiano Darío Jaramillo Agudelo, que mañana llega a las siete décadas de vida
“Yo nunca celebro mi cumpleaños, no hago fiestas ni dejo que me hagan celebraciones. Y cuando me amenazan con alguna… me escondo. El hecho es que este 28 de julio cumplo 70 años y lo único que puedo decirte es que no me siento viejo. He envejecido, pero todavía me puedo valer por mí mismo; suelo estar contento, eufórico y no tengo ninguna prisa”.
¿Es un poeta contra la prisa? “Creo que la poesía es un ejercicio contra la prisa. Digamos que el apresuramiento o la prisa y la poesía, casi son términos contradictorios”.
¿Es la poesía un antídoto contra la prisa? “El tiempo es oro... dicen los gringos que adoran el oro y el tiempo. Quizá para quien esté en ese remolino, la poesía es un paréntesis muy consolador, para darse cuenta de que la religión del dinero y del oro, de la prisa, del tiempo y del llegar primero… es una solemne tontería de nuestra cultura.
“Definitivamente una de las características de lo que llamamos modernidad o mundo moderno, tecnología, es que cambió la velocidad. En mi caso, hasta físicamente estoy diseñado contra la prisa, porque tengo una pierna de palo (la derecha)”, explica el poeta que en enero de 1989 pisó una mina ‘quiebra patas’, afuera de la casa de Fernando Martínez Sanabria.
Darío Jaramillo reconoce dos formas de poesía: una creada para ser leída, en silencio, y otra para ser escuchada. “En el origen la poesía era para ser escuchada. Pero hace unos diez siglos llegó el acto de leerla en privado y no oírla.
Y aunque el poeta reconoce que algunos de sus poemas han sido musicalizados por compositores argentinos, advierte que él nunca se atrevería a cantar sus versos. “Si alguna vez hubiera aprendido a cantar, lo haría; la cosa es que nunca aprendí y tampoco he tocado algún instrumento. Entonces podrían poner como castigo escuchar cantar a Darío Jaramillo, pero el castigo sería para mí y no es justo”, bromea.
¿La música ha perdido su cariz poético? Es verdad. La pregunta sería: ¿hay poesía reguetónica o no hay poesía reguetónica? Creo que las canciones que cantan al amor y al amanecer serán eternas y siempre habrá una forma de hacerlo, aunque no esté de moda. La moda será otra cosa que, en algún momento, puede tener componentes poéticos… o no. No olvides que hace nada un cantante (Dylan) recibió el Nobel de Literatura, lo que apunta en esa dirección de reconocer como poeta al que canta.
¿Qué dice a los detractores? Con estos premios siempre hay desacuerdo. Sin duda. Mucha gente quiere reservar este galardón para lo que se publica en forma de libro; a mí no me parece tanto eso, pero respeto lo que otros digan… y me encantan los poemas de este señor”.
¿La canción popular orientó su poesía? Escribí Poesía en la canción popular latinoamericana y lo que planteaba, en términos de teoría, también lo pondría en primera persona: mi educación sentimental se formó con canciones, mientras yo crecía, en los años 50 y 60. Ahí aprendí el lenguaje del amor o lo que llamaríamos, un poco rimbombantemente, el lenguaje poético, escuchando a Eydie Gormé, Los Panchos, Lucho Gatica, Agustín Lara o Pedro Vargas, Toña La Negra y Carlos Gardel, ejemplos máximos del lenguaje del amor, del olvido y de una manera de sentir.
¿Se identifica con los aedos griegos? Nuestra cultura ya no está para eso. Además, ese tipo de poeta (que canta y declama) ya está maravillosamente ridiculizado por la historieta de Ásterix el Galo. ¿Se acuerda de que hay un poeta que cuando va a empezar a declamar, todo mundo sale corriendo? Hoy la reacción hoy sería la misma. Yo creo que hoy la poesía es una actividad menos pública y más íntima, más de dioses lares que de dioses públicos.
¿Desconfía de la poesía culta? Todo tiene momentos y, aunque alguien arrastra ciertos vicios y los trae hasta hoy, la poesía debe ser hecha por todos y para todos. Como no todos la hacen, algunos terminamos haciendo esa cosa inútil. Creo que en el mundo de la poesía en castellano hay una división de siglos que pone en un lado a Lope de Vega y en otro a Góngora. Eso se repite hasta nuestros días. Yo respeto mucho la otra orilla que, para mí es en la que está Lezama Lima, pero prefiero quedarme con Lope de Vega, sin dudarlo.
TERQUEDAD POÉTICA
Pero más allá de la música y la poesía, apunta el también narrador y ensayista, el poeta se nutre de todo lo que lo circunda. “Porque la poesía está en todas partes: en una sopa rica, un postre delicioso, un amanecer o un atardecer, en un niño que juega y corre”.
Y abunda: “Quizá la poesía se alimenta de la observación, de la curiosidad, del hecho de entregarle un nuevo valor a las palabras y así juntar esas cosas poéticas, y no poéticas, para obtener un nuevo sentido”.
¿Coincide con Cocteau en que el poeta está a las órdenes de la noche? Creo en la inspiración, totalmente. No creo que una vez que uno se inspira logre hacer el poema, pero sin la inspiración no se puede hacer un poema. Es condición necesaria, pero no suficiente.
¿El poeta nace o se construye? No lo sé. Mi testimonio es que primero me sedujeron las palabras, los poemas que me leían cuando era niño o siendo un adolescente cuando leía por mí mismo. Entonces me interesó darle un vuelco a las palabras. Luego fui “poeta joven” junto con muchos más, pero a la vuelta de los años sólo quedamos tres o cuatro que persistimos en escribir, no sé si por terquedad o por lo que sea.
A mí me ayuda la poesía. No hablo de la poesía como arte, sino de la necesidad de manifestarme por escrito para entenderme, para responderme las preguntas o para plantearme las dudas que tengo. Después, cuando trabajo esos textos y los reelaboro quedo con la convicción, no sé si optimista, de que puedo publicar ese poema. Y es una incertidumbre, pues uno no sabe qué pasa con los poemas, si le sirven a alguien sería maravilloso.
¿Es cierto que conoció a una pareja que se enamoró con sus poemas de amor?Esa historia me encanta. Bueno, uno cuando está enamorado no es capaz de hablar ni de articular, y si hay alguien que hable por uno mediante un poema de amor y produce esos resultados… ¡bienaventurado el poema!
¿El poeta domina a los versos o viceversa? Cuando uno se encuentra en la carpintería del poema, cada palabra tiene que ser pesada por su significado y también por su cercanía con las demás palabras. Es algo en lo que no hay que tener prisa alguna. Horacio, el poeta romano, nos dice que uno tendría que demorarse nueve años puliendo cada poema y entonces ver si se puede publicar o no. Estoy deformando la idea de Horacio, pero lo básico es que el taller tiene que ser lento, deliberado, difícil y despiadado, para ver si lo que uno escribió ayer o hace un mes era lo adecuado.
Para cerrar la entrevista, el poeta adelanta que recién concluyó el prólogo de la obra reunida del cuentista argentino Ángel Bonomini —contemporáneo de Adolfo Bioy Casares—, rescatado por la editorial Pretextos.