El ensayista y traductor Jorge Fondebrider entrega la mayor historia documentada sobre estos seres temidos y legendarios que han poblado la literatura universal
CIUDAD DE MÉXICO.
Los licántropos han acompañado la historia del ser humano para escapar de sus miedos reales y, desde siempre, han sido representados como creaturas atractivas e inquietantes que han vivido un proceso de transformación a lo largo de las leyendas eslavas, islandesas, y han pervivido entre los bosques bálticos y en la literatura francesa y alemana.
Sin embargo, este personaje hoy vive un momento de banalización, porque el cine hollywoodense le ha conferido propiedades lunares y debilidades ante las balas de plata, que no pertenecen a ninguna tradición o folclor. Así lo dice a Excélsior el ensayista y traductor Jorge Fondebrider, quien presenta en México su libro Historia de los hombres lobo.
El volumen es considerado la mayor historia documentada sobre hombres y mujeres lobo, tan temidos como legendarios, que ha ocupado un rol en la literatura universal. Fondebrider aclara que en los bestiarios no hay hombres lobo, sino animales propiamente dichos, pero en las leyendas y en las historias sí aparecen éstos.
Supongo que el miedo atávico a los lobos, potenciado por una idea de los híbridos que reúne o califica cualidades y defectos de ambas especies, así como su demonización, tuvo que ver con esa idea del hombre lobo”, explica. Lo cierto es que el lobo fue el azote de las primitivas comunidades rurales y, con la llegada del cristianismo, se convirtió en una bestia emblemática de Satán.
Paralelamente, “se creía que una de las propiedades que tenían los brujos era la de transformar a la gente en animales y transformarse a sí mismos en animales, por ejemplo, en hombres lobo”.
Lo cierto es que este tipo de metamorfosis no eran nuevas, pues desde siglos antes las leyendas hablaban de las mujeres zorro en China, los hombres leopardo en África occidental, sin dejar fuera a los nahuales de México.
Pero, de alguna forma, esos licántropos fueron considerados brujos que debían ser castigados por la Inquisición”, apunta el ensayista. “Poco a poco el castigo se va profundizando y, en algunas áreas de Europa, llegará a un nivel de paroxismo increíble; particularmente en Francia, donde en pleno siglo XVI hubo al menos 30 mil juicios por licantropía, que terminaron con gente en la hoguera”.
Ese fue uno de los peores momentos para el tema, reconoce Fondebrider, que coincidió con un periodo de gran inestabilidad social y política en Francia. “Pensemos que fue la época en que sucedió la guerra entre católicos y hugonotes, cuando los ejércitos se transformaron en bandoleros y asolaron los campos que entonces tuvieron malas cosechas; es un punto en el que hubo muchas muertes y crímenes seriales”.
En ese justo momento floreció, en el folclor europeo, la Caperucita Roja, una historia de incesto y canibalismo que fue muy trasegada y adornada por la pluma de Charles Perrault, quien la hizo más suave para que pudiera ser leída.
Poco después, un grupo de personas escapó a Alemania por motivos religiosos y llevó consigo esta historia que le contarían a sus vecinos alemanes, y llegaría a los oídos de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, quienes la transformaron en una historia para niños. “Fíjate bien cómo una historia de incesto, canibalismo y crimen… se transformó en un cuento infantil”.
Uno de los mitos que tomó por sorpresa al autor de Historia de los hombres lobo, que publica la editorial Sexto Piso, fueron las fuentes escandinavas en torno al tema, donde aparece la imagen de los berseker, un grupo de guerreros sanguinarios que formaban parte de la comitiva del dios Odín, quienes iban cubiertos con pieles de osos y lobos, las cuales les conferían la fiereza de esas bestias.
También me impresionó que, hasta el Romanticismo, el lobo no daba miedo porque simplemente no existía, pues no hubo historias de hombres lobo en Inglaterra hasta el siglo XV. Además de que, mientras en Escocia los lobos sobrevivieron, en Inglaterra fueron exterminados”.
En su libro, Fondebrider también se remite a los primeros contactos entre hombres y lobos, el cual quedó registrado en las pinturas rupestres que datan del periodo paleolítico.
Y aunque no existe un punto exacto en que los lobos adoptaron propiedades malignas, se sabe que hacia el año 10 mil antes de nuestra era –cuando se extinguió la megafauna en Europa–, osos, linces y lobos asumieron el rol de máximos depredadores.
Entonces los lobos mantuvieron una relación más estrecha con los seres humanos por dos vías: cuando se convirtieron en el flagelo de los rebaños de ovejas criadas por los hombres, y cuando intentaron domesticar algunos lobos para dar origen a lo que hoy son nuestros perros, comenta.
A partir de ese momento, la relación entre lobos y humanos fue más íntima y luego llegaría una tendencia por describir a esos animales con cualidades, defectos y sentimientos propios de los seres humanos”, añade.
Pero volviendo a la banalización de los licántropos, el autor señala que esta idea nació del guión realizado por Curt Siodmak, autor de la trama de El hombre lobo(1941), dirigida por George Waggner y protagonizada por Lon Chaney Jr., donde se vio por primera vez la transformación del hombre en lobo, en plena Segunda Guerra Mundial.
Llegarían otras expresiones, como la cinta The Company of Wolves (1984), de Neil Jordan, quien hizo la adaptación de algunos relatos de La cámara sangrienta, de la escritora británica Angela Carter, en los que sí se retomaba la tradición legendaria del licántropo.
Y repetirían la vieja fórmula en Lobo (1994), de Mike Nichols, protagonizada por Jack Nicholson, donde incluso se le adhirió un elemento sexual hasta entonces inédito.
Al final, la figura del licántropo que se experimenta en la pantalla grande o en la literatura de Stephen King, Angela Carter o Edgar Allan Poe, ha tenido un papel importante en la historia del ser humano, concluye Jorge Fondebrider, “porque nos permiten escapar de otros miedos más reales y tangibles de los que no podemos huir, como Donald Trump y la guerra, un monstruo más clarito y real frente al que un hombre es un perro chihuahua”, concluye el ensayista.