En la muestra Conversaciones a través del tiempo, abierta anoche en el Palacio de Bellas Artes, por primera vez se exhibirán obras nunca antes vistas en México del muralista guanajuatense y del genial pintor malagueño
MÉXICO.
La amistad de Diego Rivera y Pablo Picasso fue breve, pero intensa. De 1914 a 1915 se encontraron en París. Eran los inicios de la Primera Guerra Mundial. Improntados uno con el otro, el muralista mexicano obsequió al pintor de Málaga su obra Composición cubista (naturaleza con una botella d´anis y tintero), que éste guardó con recelo en su colección personal. Y en la respuesta de agradecimiento, Picasso envió a Rivera una emotiva carta y una fotografía de su obra Farola y guitarra.
Por primera vez ambas pinturas originales se exhiben en México. Son dos de las 147 piezas que integran la exposición Picasso y Rivera. Conversaciones a través del tiempo. Son 45 óleos de Picasso y 54 de Rivera que establecen un enfrentamiento estético e histórico entre los dos artistas modernos que marcaron el siglo XX. No se busca compararlos, sino evidenciar los puntos de cruce aun en las obras que produjeron después de distanciarse.
La muestra, que se inauguró anoche en el Museo del Palacio de Bellas Artes, exhibe 20 piezas más que en la versión que ocupó en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, Estados Unidos, de diciembre a mayo pasado. El curador Juan Coronel Rivera dijo que se sumaron obras prehispánicas y pinturas de museos internacionales que evocan los puntos de coincidencia, principalmente en su época cubista y sus referentes a raíces mesoamericanas y grecolatinas.
Una conversación plástica que recibe al espectador con dos autorretratos, uno de cada artista que denotan una similitud en formas, técnicas e intereses académicos que después desdoblan en otras piezas como las interpretaciones que hicieron de la escultura Venus de Milo, con siete años de diferencia. Picasso realizó una versión más literal en 1895-96, y Rivera una simbólica en 1903; lo curioso es que ambos tomaron el mismo modelo para sus estudios en dibujos a lápiz sobre papel.
De los óleos expuestos por primera vez en el país destaca La flauta de pan (1923) de Picasso, de su periodo más clásico; también La niña de los abanicos (1913) de Rivera, pieza cubista que no se muestra hace 40 años. “Tenemos otra joya que es una carta que encontramos en el Museo de Frida Kahlo. Es una fotografía dedicada de Picasso a Rivera, es curioso que uno hablaba mexicano y otro español, y se hablaban en francés, pero bueno, en esta carta le dice Picasso a Diego: “estoy de acuerdo contigo en todo”, y la pieza de la foto que acompaña la carta viaja por primera vez a América”, describió Coronel Rivera, quien hizo la curaduría con Diana Magaloni, directora del Programa para el Arte de las Antiguas Américas del LACMA, y Michael Govan, director de LACMA.
En la lista de las obras imperdibles, el curador también mencionó la serie Suite Vollard (1930-1937), integrada por 16 grabados de Picasso que son una suerte de dibujos preparatorios al Guernica, junto con ilustraciones para Las metamorfosis de Ovidio (1931). Y el Hombre del cigarrillo (1913), de las piezas cumbres de la etapa cubista de Rivera.
Es una historia de dos encuentros quizá hasta cuatro: entre Picasso y Rivera, entre Europa y América, entre puntos de vista y entre instituciones. Es también una conversación a través del tiempo, entre la modernidad y la antigüedad”, apuntó Govan de la muestra organizada en siete núcleos temáticos, con un programa de actividades paralelas como un ciclo de cine y pláticas abiertas al público.
La conversación entre Rivera y Picasso, a través de sus óleos, versa en, al menos, dos temas centrales: sus coincidencias cubistas y su interés por culturas antiguas. “Sin afán de hacer comparaciones, puedo decir que a Rivera le interesaba más la factura que a Picasso, a éste le gustaba mucho plantear la idea inmediatamente y Diego ponía atención en la pintura más técnica”, explicó Coronel Rivera.
En el cubismo, Rivera experimentó con las formas y los colores en piezas como Hombre del cigarrillo, Marinero almorzando (1914) y Paisaje zapatista (1915), este último fue la obra por la que se distanciaron. El muralista mexicano acusó a Picasso de plagio al ver en su estudio un cuadro similar. Se trataba de Hombre apoyado sobre una mesa, en la que Picasso retomó la técnica del follaje.
En sala se exhiben dos fotografías: en la primera, el mexicano posando frente a éste su último cuadro cubista, y en la segunda, el español con la obra en discordia. Fue, apuntó el curador, un momento de experimentación para ambos que luego concluiría en su trabajo individual vinculado a su pasado.
Más allá de su separación, los pintores mantuvieron un paralelismo. Coincidencia mucho más notoria cuando regresaron, cada uno en su contexto nacional, a la pintura clásica marcada por una reivindicación de las culturas tradicionales. El regreso a la figuración definida por su pasado. Rivera con la historia prehispánica, y Picasso con la grecolatina.
Este periodo la academia le llama el regreso al orden, porque dejan las vanguardias y los pintores regresan a la figuración. Se ven en obras como En la flauta de pan donde Picasso pasa literalmente al cuadro la figura griega que tenemos al lado y lo hace dentro de una perspectiva moderna”, detalló Coronel Rivera. Enseguida está un retrato de Ruth Rivera que el muralista pintó reflejada en un espejo como una negra, mientras que en primer plano aparece con rasgos indígenas y con un vestido de diosa romana. A un costado está una escultura de una mujer griega.
Hay que resaltar que su abordaje del arte del pasado resultaba todo menos académico. La profunda relación que habían establecido con el arte de la antigüedad les permitió a ambos transgredir la noción de la modernidad como una ruptura tajante con todo lo antiguo. Al contrario, su obra sugiere que el modernismo surge del flujo constante de metáforas que transforman y renuevan al pasado clásico”, apuntó Govan.
De este regreso a la figuración y el nacionalismo, se exhiben obras como Tres mujeres en primavera (1921) de Picasso, y Día de flores (1925) de Rivera donde transforma figuras de los pueblos indígenas en iconos de su pintura.