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Hoy es lunes, 25 de noviembre de 2024

La antártida, cálido hogar; pueblo con 80 habitantes

Desde 1984, familias con niños se trasladan a Villa de las Estrellas para vivir en el clima más extremo del planeta

La antártida, cálido hogar; pueblo con 80 habitantes

VILLA DE LAS ESTRELLAS (Antártida).

En medio del helado desierto antártico titilan las tibias luces de dos decenas de módulos que conforman Villa Las Estrellas, pueblo chileno situado a 62 grados de latitud sur, en pleno continente blanco.

Los más de 80 habitantes de esta localidad, ubicada en la isla Rey Jorge, deben soportar casi tres meses de oscuridad total, temperaturas de menos 30 grados y vientos de hasta 200 kilómetros por hora.

“Cuando llegué me daba miedo salir de casa. El viento me parecía tan fuerte que creía que iba a salir volando”, dice Bruno Palavecino, uno de los diez niños que habitan en esta planicie desolada.

Bruno tiene seis años. Llegó a la Antártida  con su familia el pasado noviembre, después de que su padre, oficial de la Fuerza Aérea de Chile (FACH), fuera destinado a la base antártica Presidente Eduardo Frei Montalva. Al pequeño y su familia les espera una experiencia única y desafiante: vivir dos años de aislamiento en un perpetuo invierno.

Además de un gimnasio climatizado, una oficina bancaria, un hospital, una escuela y un inmueble de correos, este terreno yermo está colonizado por extensas colonias de pingüinos, focas y lobos marinos, los únicos seres que habitan esas soledades.

El pueblo fue fundado en 1984, en plena dictadura militar, cuando Augusto Pinochet quería consolidar su presencia en lo que denominó la Antártida Chilena. Desde entonces, familias con niños se trasladan a estas latitudes para vivir en la zona con el clima más extremo del planeta.

Chile y Argentina son los dos únicos países que han apostado por asentar grupos familiares en la Antártida. El resto de los 24 estados con bases en el continente blanco se limitan a alojar investigadores y militares.

“La vida en familia en la Antártida es muy agradable porque pasamos mucho más tiempo juntos que antes”, dice la periodista Macarena Villarreal, madre de dos niños.

Ella y su esposo, oficial de la FACH, decidieron emprender este desafío el año pasado motivados por el incentivo económico de este trabajo.

Desde el cálido comedor de la casa, instalada en un robusto módulo de color pastel de 70 metros cuadrados, Villarreal asegura que esta etapa de ‘vida antártica’ ayudará a los niños a tener un contacto “más intenso con la naturaleza”, algo difícil de conseguir en el frenético Santiago.

Antes de salir de casa, Villarreal y su marido consultan la previsión meteorológica en un grupo de WhatsApp que han creado los habitantes del pueblo, además de llevarse el walkie-talkie que conecta con la centralita de comunicaciones de la base.

“La prioridad es la seguridad de los habitantes. Si hay ventisca se prohíben los desplazamientos, porque se reduce mucho la visibilidad y uno se podría perder”, señala a el comandante de la base, Sergio Cubillos.

Quienes se trasladan al continente deben pasar exhaustivos exámenes médicos, que incluyen la extracción del apéndice en mayores de seis años y pruebas sicológicas.

El objetivo es minimizar las posibilidades de tener que evacuar a alguien, pues aunque el enclave cuente con una pista de aterrizaje, en muchos casos las extremas condiciones climáticas pueden imposibilitar el despegue.

“Debemos estar preparados para mantener a una persona con vida dos o tres días, el tiempo que tarda un avión en salir de aquí”, precisó el comandante.

Durante los meses de invierno el pueblo queda cubierto por un manto blanco de tres metros y las horas de luz se reducen hasta convertirse en unos minutos de crepúsculo.

Hay vecinos que esperan con ansia que lleguen esos meses en que la oscuridad se posa sobre esa inmensidad blanca. También los más pequeños, como Sofía Castro, anhelan los primeros copos de nieve para “hacer muñecos”.

Los diez niños se corretean por la instalación como si se tratara del patio de una escuela cualquiera, ajenos a su posición en los mapas e indiferentes al milagro que constituye llevar la cotidianeidad familiar hasta la inhóspita Antártida.