Eusebio, con un español medio masticado, arribó a La Paz para ponerle un poco de grosor a su cartera
La historia de un mixteco que vino buscando una mejor vida en BCS pero no la encontró
La Paz, Baja California Sur.- En la búsqueda de una mejor vida, Eusebio López López se aventuró a viajar desde su pueblo natal en Tlaxiaco, Oaxaca, hasta la capital de Baja California Sur (BCS), sin una promesa fija y sin saber cuánto ganaría por trabajar en un campo agrícola, entre el calor y la sinrazón que produce el mezcal, el oaxaqueño se apresuró a aceptar la propuesta, sin saber lo que la vida le tenía preparado.
Eusebio, con un español medio masticado, arribó a La Paz para ponerle un poco de grosor a su cartera, para que el hambre no se le juntara con las ganas de comer a media semana, para simplemente luchar contra la pobreza.
Sin embargo, su historia en BCS no tuvo un final feliz: a tan sólo unos meses de su llegada, acusa haber sido detenido y torturado por la Policía Ministerial, luego de que sin muchas pruebas en su contra se le imputara el homicidio de su pareja.
Entre el mixteco y un español apoyado por representantes de la comunidad indígena, Eusebio contó su historia para Diario El Independiente: entre el camión que los llevaría desde Oaxaca hasta Mazatlán, Sinaloa, haciendo gala de sus dotes de conquista sentimental, Eusebio conoció a Seferina Santiago López, de 50 años de edad, con quien compartiría su aventura hacia la media península.
Eusebio y Seferina llegaron a un rancho atrás del Aeropuerto Internacional de La Paz, donde les dieron una casa, una estufa, un tanque de gas y 2 camas de madera sin colchón y sin cobijas. Cada mañana le ganaban al sol y se levantaban antes de que sus primeros rayos calaran en la tierra. De las 7 a las 16 horas trabajaban en la pizca para conseguir sus 748 pesos semanales, sin derecho a un descanso, según la víctima.
Entre el tiempo libre que había tras terminar con la jornada laboral, Eusebio comenta que el único distractor que tenían era el de combinar el mezcal con el sinsabor de las tardes en el rancho donde vivían. En una de esas tardes, su pareja, Seferina y él, acompañados de un amigo decidieron caminar por 2 horas para ir a conseguir un poco más de licor.
Fue en ese trayecto cuándo todo cambio: Seferina fue asesinada, según dictámenes de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) la causa de muerte fue un traumatismo craneoencefálico. El primero en la lista de presuntos responsables fue Eusebio, quien no recuerda nada de lo que pasó ese día.
Mientras dormía en su cama, elementos de la Policía Ministerial lo arrestaron y lo encerraron, “Me ponían cinta en la boca y me ponían cuchillos en la garganta para que dijeran que yo fui, pero yo no fui”, comentaba Eusebio. La víctima asegura que el poco dinero que tenía le fue arrebatado por los elementos que lo detuvieron, mientras lo golpeaban.
Encerrado rápidamente: sólo había un testimonio que lo acusaba como responsable de ese homicidio: Jaime Benítez, quien los acompañó en su misión de conseguir mezcal el día del asesinato de Seferina. Sin embargo, Jaime Benítez desapareció casi en cuanto Eusebio fue encerrado. Pasaron 11 meses para que la víctima fuese liberada al no encontrar pruebas en su contra, aplicando el clásico “disculpe usted”, Eusebio entiende que su mayo delito es ser indígena en una tierra donde los sectores vulnerables se pisotean fácilmente.
Torturado, encerrado casi un año en prisión, traído con engaños y explotado legalmente bajo el amparo de autoridades, Eusebio hoy sólo sueña con regresar a su tierra; no sabe de demandas, ni siquiera lo que es una compensación, mucho menos lo que es un sindicato. Asesorado por representantes de comunidades oaxaqueñas, Eusebio López podría demandar a las autoridades correspondientes, por tortura y por haber sido encarcelado injustamente.
Esta es sólo una de las tantas historias que viven los indígenas que son vistos como carne laboral, os que son fáciles de persuadir cuando se le ofrece un poco de pan cuando se tiene un hueco en el estómago, esas historias que siguen presentándose sin que hasta el momento haya un asociación o autoridad que ponga el grito en el cielo y dé por fin un ultimátum a los atropellos que viven los integrantes de estas comunidades, que llegan a BCS buscando un mejor futuro y sólo se enfrentan a lo que no conocían en sus comunidades: la discriminación.