individual, en la que mostró su trabajo con el color de la tierra, la artista visual llega a 82 años de vida
CIUDAD DE MÉXICO.
Son escasos los muebles en su casa. El espacio para sillones y mesas está ocupado por grandes cuadros de madera. En sus closets no guarda abrigos, sino pinturas, una encima de otra; cada una foliada y fechada. Su patio trasero hace de taller. Un laboratorio de experimentación creativa con la materia prima de la oscuridad total. El vacío contenido en el todo: el negro. Ese que nace del carbón o el polvo negro de humo. Y en medio de los rayos de luz natural, la oscuridad del color envuelve a la pintora Beatriz Zamora (Ciudad de México, 1935)
Mirarla frente a más de centenas de pinturas en diferentes formatos, escucharla hablar sobre la materia oscura del universo, repasar con ella la exploración del color para llegar al punto cero del conocimiento es una suerte de viaje en busca del infinito. El poder total contenido en la oscuridad. Esa búsqueda del todo en la nada. Una tarea que la artista ha realizado durante 40 años, desde su primera exploración con el color tierra que expuso en el Palacio de Bellas Artes en 1977.
Búsqueda que la ha mantenido alejada de la escena pública y ahora le preocupa el futuro de su acervo. Obra que debería conservarse en una bodega bajo condiciones mínimas de medio ambiente, y, en el mejor de los casos, exhibirse con frecuencia. Pero, en entrevista, Zamora dice que no ha logrado ningún apoyo institucional para el manejo de sus pinturas. Le preocupa el futuro de sus cerca de dos mil cuadros.
Tuve que sacar mis cuadros de unas bodegas en Iztapalapa, porque estaban en medio de basura y charcos de agua. La verdad es muy difícil exponer. No sé qué va a pasar con mi obra”, refiere la artista, la única en América en investigar las posibilidades expresivas del negro; en Europa, su homólogo es el francés Pierre Soulages.
No estoy pidiendo gran cosa, sólo un espacio digno para conservar mis pinturas, que son mi vida”, insiste quien ahora expone una docena de cuadros en gran formato y 48 menores en el Centro Vlady de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, hasta el 26 de mayo.
Quien fue homenajeada con la Legión de Honor de la Académie des Beaux-Arts en Francia, y el Premio Nacional de Pintura en 1978 atribuye el rechazo a su obra al desconocimiento del color. Incluso, el miedo al negro por las creencias culturales y asociaciones a la muerte. Pero para ella es la expresión más pura del amor, del conocimiento, del universo. El lenguaje plástico en su forma natural para referir a emociones humanas.
Yo nací para hacer el negro. Cuando era niña, tenía siete años, lo único que yo buscaba era la verdad; y, entonces, quería saber la verdad de la muerte, quería sentirla y le pedía a mi nana y a mi padre que me vistieran de negro, pero todos se espantaban. Yo nací preparada para esto, pero la gente no”.
Zamora, quien fue esposa del muralista José Hernández Delgadillo, llegó a la plástica en un giro de suerte. Ya casada y con dos hijos, le fue imposible estudiar música en el Conservatorio Nacional. Su esposo, hombre de tradiciones, no le dio permiso: “Entré en una depresión tremenda. Hacía mis deberes en la casa, pero lloraba y lloraba. Hasta que un día pasé por una librería y me encontré con un libro de dibujos de Leonardo da Vinci. Me fascinó, lo compré, y en una libreta empecé a hacer dibujos”, recuerda.
Después, un día tomó un resto de tela que Hernández Delgadillo dejó y comenzó a pintar las naranjas y manzanas de su cocina. Entonces quedó encantada con el óleo: “No podía dejar de pintar, me hacía cuatro cuadros diarios”.
Y cuando nació su tercer hijo decidió darle una vuelta de tuerca a su trabajo. Abandonar la figuración y experimentar con la abstracción. Pintar el amor. El amor de las flores contenido en su perfume, en el canto de las cigarras, en el aullido de los animales. Y fue la serie que formó su primera exposición en 1962, en la galería de Antonio Souza.
Es cuando mi carrera comienza. Pero vino entonces mi divorcio, perdí a mis hijos, a mi esposo y a mi padre que, molesto por mi separación, no me dirigió la palabra. Lo perdí todo. Fue cuando decidí ir más allá e investigar qué quería con la pintura. Cómo hacerme propietaria de algo para poder dar”, relata quien estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes de París en 1972. Fue cuando se planteó investigar los colores verde, azul, rojo, negro y el tierra. Con estas obras presentó en el Museo de Bellas Artes la exposición La tierra, en 1977.
Muestra que, evoca, fue una catapulta para su creación y a la vez un suicidio. Fue el salto que la llevó a centrarse en el negro como objeto de estudio, pero también fue un proyecto muy criticado. Raquel Tibol le advirtió que sería el fin de su trayectoria. “Cuando salí de Bellas Artes y me despedí de esa obra, me di cuenta que el negro era mío y lo podía compartir. Entendí que la materia oscura está en nosotros, todos tenemos una partícula en la cabeza. El negro es la verdadera esencia de la vida; el espacio poderoso donde está todo”, añade.
Fue una exploración interna. Si bien tenía los materiales naturales para trabajar, confiesa que desconocía qué expresar en un sentido estricto. “Para ser verdaderamente lo que somos, primero tenemos que dejar lo que no somos”.
Estudió literatura universal con Juan José Arreola, después filosofía, biología; sin resultados favorables. Hasta que decidió buscar en sí misma. En su propia comprensión del mundo.
Aunque pareciera que 40 años son suficientes para completar esta búsqueda, Zamora asegura que aún experimenta, aún se pregunta por el significado de las formas, por el sentido de las cosas. Y el manejo del carbón vegetal o mineral, el negro del humo, los óxidos metálicos y otros materiales negros sirven de reflejo de esas inquietudes. Entre otras, su interés por entender el amor, ese que buscaba también en la figuración.
Para mí, la esencia del amor ahora y desde siempre es el negro. Es lo que más me gusta en la vida, y perderlo sería peor que perder a mi esposo e hijos”, concluye.