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Hoy es sábado, 23 de noviembre de 2024

Explorador de lo desconocido

CIUDAD DE MÉXICO. Fabulador de insólitas pesadillas cósmicas y monstruosidades míticas, H. P. Lovecraft murió el 15 de marzo de 1937, cuando su obra ocupaba apenas una posición marginal y e

Explorador de lo desconocido

CIUDAD DE MÉXICO.

Fabulador de insólitas pesadillas cósmicas y monstruosidades míticas, H. P. Lovecraft murió el 15 de marzo de 1937, cuando su obra ocupaba apenas una posición marginal y era casi desconocida más allá del círculo de los lectores asiduos a las revistas pulp, dedicadas a los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, en las que apareció la totalidad de los relatos que logró publicar en vida.

Sin embargo, en los ochenta años que han transcurrido desde entonces, el aura literaria de ese legendario misántropo, autor de las novelas El caso de Charles Dexter Ward, En las montañas de la locura, y del ensayo El horror sobrenatural en la literatura, quien escribiera: “Aunque los hombres la llamen realidad y tilden de irreal la opinión de que existe un universo original multidimensional, a decir verdad es todo lo contrario. Lo que llamamos sustancia y realidad es sombra e ilusión, y lo que llamamos sombra e ilusión es sustancia y realidad”, no ha dejado de cautivar lectores, y obtuvo su consagración definitiva al ser incluido en la canónica Library of America en 2005. Como señala el escritor y traductor Juan Antonio Molina Foix en Obstinado soñador –el prólogo del primer tomo de la edición en español de la Narrativa Completa de Lovecraft, publicada por Valdemar–, la “aventura aparente del hipersensible y exangüe héroe lovecraftiano”, en realidad “consiste en un auténtico periplo interior que le conducirá a enfrentarse con su propia imagen y, rompiendo todos los tabúes, a hacer resurgir los monstruos del pasado”.
EXTRAÑO EN EL MUNDO
Nacido el 20 de agosto de 1890, en Providence, Rhode Island, Howard Phillips Lovecraft creció,  sobreprotegido y enfermizo, al lado de su madre y dos tías –tras la prematura muerte de su padre, en 1891–, nutriendo su imaginación con los volúmenes de la biblioteca de su abuelo materno, quien tenía la costumbre de contarle las historias de terror que él mismo inventaba. Anglófilo, y convencido de pertenecer a la aristocracia de Nueva Inglaterra, trató de ceñir su conducta a los arcaicos códigos de un caballero del siglo XVIII. En 1908 abandonó la escuela y, preso de un neurótico malestar que lo hacía sentirse extraño e incómodo en todas partes, se enclaustró en su casa durante los siguientes seis años. Lector reverencial de Poe –de quien es considerado un legítimo sucesor–, a los 15 años escribió La bestia de la cueva, su primer relato, y en 1919 publicó la revista amateur The Conservative, en la que ya mostraba una enfermiza preocupación por la inmigración y el mestizaje, reflejo del clima ideológico de su entorno, por la que ha sido acusado de xenófobo y racista. Víctima desde la infancia de sueños terribles y angustiantes, de los que iba recuperando sugestivas ideas literarias  –como el Necronomicón, un libro mágico que provoca la locura y la muerte–, y en los que aparecían personajes perturbadores, como los llamados “noctívagos demacrados”, con los que fue poblando su mundo narrativo –y que plantaron el germen de la mitología de horrores fantásticos, influenciada por Lord Dunsany, que emergería de la oscuridad de su atormentada imaginación para fundar el ciclo de Los Mitos de Cthulu–, y a los que en sus cartas describía como “criaturas negras, flacas, viscosas, con cuernos, rabos de púas, alas de murciélago y sin ningún tipo de rostro (...) No tenían voz  y su única forma de tortura real era su costumbre de hacerme cosquillas en el estómago (que el mismo Lovecraft atribuía a la mala digestión), antes de agarrarme y huir conmigo a toda prisa”.
UN UNIVERSO INDIFERENTE
En 1927, luego de un periodo de residencia en Nueva York –en donde vivió con Sonia Greene, una viuda judía a quien había conocido tras la muerte de su madre, y con quien se casó en 1924–, regresó a Providence y dio inicio a una prolífica etapa creativa en la que, con relatos como La llamada de Cthulhu, El color del espacio exterior, El que susurra en la oscuridad y La sombra de otro tiempo, Lovecraft “escribe literatura del futuro” –en opinión del escritor catalán Javier Calvo–, porque es a partir de entonces “cuando nace su lado visionario. Cuando se puebla de figuras, visiones y monstruos que no pertenecen a la tradición del terror sobrenatural. De hecho, no pertenecen a ninguna tradición. Los ecos de Wells, Poe o Freud están ahí, pero en el marco de alguno mucho más grande e indefinible, de algo que ya funciona con un motor propio y avanza por regiones sin explorar. Sus relatos son visiones no mediadas por la tradición y ni siquiera por la mente consciente. Material de sueños. Intuiciones de lo numinoso y lo sagrado”. Y para Molina Foix –así lo anota en Pesimista cósmico, el texto con el que presenta el segundo tomo de la Narrativa Completa–, los relatos de Lovecraft “expresan la soledad y la pequeñez de la condición humana en un universo infinito y amoral, azaroso y hostil, carente de significado y angustiosamente ajeno a nuestras preocupaciones y cavilaciones. Pero el miedo ya no lo provoca el morboso encuentro con cadáveres y espíritus, sino la conciencia de nuestra precaria condición en el mundo. La vastedad y extrañeza del universo contrasta con la importancia cada vez menor de los seres humanos dentro del esquema general. Sus relatos implican casi siempre una huida, pero no de ningún monstruo, sino de la vida real”.