Reúnen los cartones racistas del estadunidense John Tinney McCutcheon, uno de los pioneros de la propaganda antimexicana en EU CIUDAD DE MÉXICO.
La caricatura política puede ser un arma a favor de la libertad de expresión, pero también del imperialismo. Más de un siglo antes del discurso racista de Donald Trump, los cartones del estadunidense John Tinney McCutcheon (1870-1949) esparcían las ideas de dominio americanas y clasificaban al mexicano como una amenaza “cruel, salvaje y primitiva” que “sin objetivos políticos ni éticos” protagonizaba la primera revolución social del siglo XX.
Un Tío Sam grandioso y enérgico que intenta hacer tomar la “píldora pacificadora” a un mexicano rebelde y borracho que patalea con un cuchillo sangrante al cinto; la imagen de un próspero matrimonio americano que padece desde su porche la invasión de los mosquitos que cruzan desde el mugriento e infecto lado mexicano, mientras un Carranza armado impide la limpieza o un pistolero enano y sombrerudo que, echando balas al aire, mantiene en crisis nerviosa al mundo junto con otras amenazas como el terrorismo o el bolchevismo. Así dibujó McCutcheon el México de la Revolución Mexicana diseminando la idea de un mexicano salvaje y brutal al que hay que poner en cintura.Cuando el mexicano está protagonizando la Revolución se convierte en un bárbaro armado que atenta contra los intereses norteamericanos, el mexicano se construye como un revolucionario –como lo que hoy sería un terrorista–, un ser idiosincráticamente cruel, salvaje, primitivo, sin proyecto, rencoroso, como una amenaza para la raza blanca. En esta nueva imagen trabaja McCutcheon”, explica el historiador Juan Manuel Aurrecoechea.El investigador, especialista en la relación entre imagen, memoria e historia, ha realizado un estudio inédito hasta ahora: el recuento del “México bárbaro” que McCutcheon dibujó durante la Revolución Mexicana. Con el título Imperio, Revolución y caricaturas (DGP/Secretaría de Cultura/Itaca), el volumen reúne más de 70 viñetas elaboradas por el estadunidense para el Chicago Tribune durante más de una década, y un exhaustivo análisis de la visión que de México y sus habitantes se difundió a través del cartón editorial norteamericano. John T. McCutcheon fue un hombre influyente que dibujó caricaturas políticas para el Chicago Tribune durante más de sesenta años, su influencia alcanzó siempre la primera plana y fue durante mucho tiempo, una de las diez personas que diariamente definían los términos editoriales de la publicación. De la Revolución Mexicana se encargó de principio a fin. Aurrecoechea ha ubicado al menos 250 cartones relativos a la Revolución en los que el dibujante dispersó su tinta flamígera puesta al servicio de la visión expansionista americana y de las ideas conservadoras del Partido Republicano estadunidense. El investigador cuenta que antes de la visión del mexicano que McCutcheon se encargó de afinar, EU había construido la denigrante imagen del indio indolente y flojo, recostado a la sombra de un cactus. “Esa imagen se va creando desde el siglo XIX con dos propósitos: por un lado remarcar la inferioridad de los mexicanos frente a los anglosajones con la intención clara de justificar la anexión de Texas y todos los territorios que fueron ocupados en la guerra con México y por otro lado, lograr la justificación de un trabajador sin derechos. Para los intereses norteamericanos, los mexicanos que van desde entonces a trabajar a EU son seres indolentes, inferiores, sirvientes, que no tiene ambiciones y al que además hay que educar”. Con las ideas perdurables de la Doctrina del destino manifiesto y de la ética protestante, la visión sobre el mexicano cambia al llegar la Revolución pero continúa acoplándose de manera denigrante, según los intereses imperialistas. El Chicago Tribune, entonces uno de los diarios más importantes de EU y vocero de los republicanos, es un crítico declarado del presidente Woodrow Wilson, surgido de las filas demócratas. Los cartones de McCutcheon son un reproche abierto de la postura del Presidente estadunidense hacia la Revolución mexicana, que califica de débil, y una clara promoción de una mayor intervención en México: “una intervención que proponía la ocupación militar en ciertos momentos y que estaba muy preocupada por cómo la Revolución estaba afectando los intereses norteamericanos”. Pero no era que la política de Wilson fuera promexicana ni tampoco que la postura del Chicago Tribune fuera la más extrema, otros periódicos y políticos pedían abiertamente invadir México. Aurrecoechea plantea que la visión antimexicana de McCutcheon formaba parte de su ADN, como sucedía con el resto de los estadunidenses: “es una construcción histórica que tiene que ver con muchos discursos y de la cual McCutcheon participa, él lo hace con una ideología natural. Sí es un conspirador, tiene un plan maquiavélico y está muy consciente de lo que hace, pero además está convencido de que eso es lo lógico”. Aurrecoechea dice que todos los colonialismos han tenido necesidad de confrontarse con una imagen inferior. “Se construyen con esa idea de que África, Asia o América Latina son lugares bárbaros, lugares destinados a la expansión del capital y de los ideales democráticos europeos y de la civilización occidental”. Imperio, Revolución y caricatura se hizo en tiempos de Barack Obama pero el discurso de McCutcheon parece más vivo que nunca. El autor piensa que esa diatriba racista es un “retorno de lo reprimido” en el discurso de Donald Trump. “Es una idea que está completamente instalada. ¿Qué justifica que los norteamericanos exploten a los mexicanos, que los sigan considerando seres sin derechos, trabajadores ilegales a los que quieren expulsar porque sienten que son una amenaza? Es esa visión que ha estado presente siempre en el imaginario del norteamericano, que si no sale hoy de los diarios más importantes, sí de los periódicos locales, del cine, de la historieta, de la música, de la vida cotidiana que nutre está visión WASP (blanco anglo-sajón protestante) de los EU”.