Y lo peor de los sueños es que no hay un letrero que te recuerde que todo es producto de tu imaginación… o a veces sí ONÍRICAMENTE, EN NUEVA YORK.
Una vez mi hermano dijo:
— Soñé que estaba en un lugar oscuro, donde no había nada. Y yo sabía que estaba soñando, y me dije: «si sabes que esto es un sueño, y que en los sueños se puede hacer lo que uno quiera, pues… ¡quiero volar»! Y me ponía a volar, y luego me decía que «quiero nadar», y me ponía a nadar. Y se sentía bien chido porque hacía lo que yo quería. Era como estar consciente en el sueño. Como vivir dos vidas, porque estás dormido, pero te vas a la cama, te duermes y despiertas en el sueño. Abres los ojos y no hay nada, y no me refiero a una nada como en la galaxia, donde al menos ves estrellas, sabes que están alejadísimas, pero tienes la certeza de que algo te acompaña. A lo que me refiero es que, en cuanto entras a una fase de descanso total, otro espacio se abre y entras automáticamente en una habitación aparte: tu mente. Y cualquiera pensaría que la mente debe estar vomitando ideas recogidas en el día a día, elementos que forman los recuerdos de toda tu vida, y no. Estás detenido sobre un punto cualquiera, porque no ves que haya suelo: llevas la mano a la altura de tus pies para tocar el piso, y tus dedos traspasan en límite sobre el que tú estás parado, pero no te caes. Estás flotando. Y esa es la mente, al menos en el estado onírico. Y es un lienzo, no en blanco, como ya dije, es un lienzo en negro, listo para que hagas los desfiguros que desees. La cuestión es reconocer que estás soñando, en especial cuando experimentas una pesadilla. Porque cuando nos vemos en aprietos allá en el mundo de los sueños, cuando las sensaciones como el miedo, el odio, el llanto, el dolor, la taquicardia y todo lo demás se convierte en una mala pasada, no podemos decir: «A ver, aguanta. ¡Estoy Soñando»! Eso es lo peor, no saber que todo es una ilusión que puede ser modificada por ti. He ahí el problema de soñar: desconocer que todo lo que te agobia en una pesadilla es producto de tus achaques psicológicos. Pero yo ya lo he hecho. Me lo propuse desde que mi hermano lo dijo. «Si él ya pudo controlar su sueño, ¿por qué yo no»? Tampoco te diré que lo hago en todos los sueños que tengo desde que me lo comentó. Para nada. Te mentiría. Incluso tuve que pasar varios sueños, no necesariamente pesadillas, para activar mi consciencia, o como le quieras decir. Alguien me correteaba en la nada. No sabía quién o qué era, mas tenía la sensación de que si me daba alcance, matanga. Y mientras corría, sudando, con el corazón a todo galope, con las piernas fatigadas, pidiéndome que me rindiera, que me llevaría la chingada de todos modos, me dije, tal cual así como te lo voy a contar, ¿eh?, con la sensación de que una sonrisa en mi rostro nacía y que el estrés cesaba… «Güey, ¡estás soñando! ¡No mames, no mames! ¡A huevo! Estoy soñando». Te juro que me puse a brincar. Estiraba los brazos hacia enfrente y los flexionaba sobre mi pecho con los puños cerrados, con coraje, como si me hubiera cogido al pinche sueño. «¡A huevo! ¡A huevo! Ya lo hice». Estaba feliz, como cuando te conté que me dieron el trabajo. Neta que no te lo puedo explicar. Estar… ¿consciente?, en un sueño, se siente bien cabrón. Miré alrededor, y me di cuenta de que nadie me seguía, ni de cercas ni de lejos. Ya no estaba estresado. Una tranquilidad se apoderó de mí. Y no te imaginas: me quedé todo pendejo, me pregunté que qué podía hacer. ¿A dónde crees que fui? Piensa. ¿Qué ciudad quiero conocer? Te lo digo siempre… Sí… Nueva York. — ¡Quiero ir a Nueva York!— Grité, con los ojos y los puños cerrados, con las venas de mis brazos todas saltadas, con las plantas de los pies bien firmes en el piso, aunque no hubiera piso… sí, ¡qué mamadas! Y que abro los ojos. Me cagaba de risa. La sonrisa me sabía en el rostro. Miré los rascacielos… sabía que estaba en Nueva York. Pero este sueño era bien extraño, cabrón, porque de sueño no tenía nada. ¿A qué me refiero? No sé si te ha pasado que cuando entras en esta onda de imaginar mientras duermes, las cosas son borrosas, les hace falta un leve toque de realidad a los objetos que te rodean, y cuando despiertas, sabes que soñabas, pero lo recuerdas a medias, o de plano no recuerdas nada y te quedas con la única certeza de que algo estabas soñando. No. Esto era bien distinto. Los edificios eran clarísimos, y hasta podía sentir la textura del material con que estaban hechos. Las bocinas de los coches sonaban, escuchaba el murmullo de la gente que pasaba, hasta un negro chocó por error conmigo y se disculpó con un movimiento de mano porque hablaba por celular. Miré a mi izquierda y me vi en el reflejo de los cristales polarizados de otro inmueble gigantesco, y chequé y traía mi cámara colgada en el hombro derecho. Todo era tan cagado. Un madrazo de personas sobre la banqueta. Muy real el asunto. Muy muy real. No te voy a decir la dirección en la que aparecí, porque nunca he ido a Nueva York y, obviamente, el escenario era producto de mi imaginación. Y aunque no había un letrero o algo que me dijera que, en efecto, era la Gran Manzana, lo supe por los taxis, de color amarillo pollo. Comencé a fotografiar todo. A estas alturas ya se me había olvidado por la emoción mi supuesta consciencia en el sueño. Seguía caminando, con mi sonrisa bobalicona que se negaba a desaparecer. De repente, estaba en un tipo parque. Me gusta pensar que era Central Park, y a la lejanía vi que un rascacielos se caía, que era derribado, al estilo del once de septiembre pero esto no era un atentado. La gente lo veía con indiferencia y no se les notaba preocupados por el suceso. Que me echo a correr. Atravesé el parque en un dos por tres y ya estaba en la calle donde según yo sucedía el derrumbe de la construcción. Una gigantesca nube de polvo se desplazaba rápidamente e iba cubriendo toda la cuadra. El corazón me empezó a palpitar con todo, pero seguí hacia el frente, mientras los demás corrían en dirección opuesta a la mía. Algo me dijo que debía verme el cuerpo, ¡y traía un micrófono en la mano derecha!, la cámara había desaparecido; regreso la mirada y un hombre me grababa: ¡estaba dando las noticias! Me quedé en seis, y empecé a decir no sé qué cosas… Al final me hice tan experto de manejar todo lo que sucede en mis sueños, y me dieron ganas de seguir soñando en Nueva York, y me dieron ganas de que leyeras esto, me dieron ganas de meterte en mi sueño, me dieron ganas de que estuvieras aquí, conmigo, en la ciudad que nunca duerme… y me dieron ganas… Así de cabrón soy, en lo sueños. ¿Cómo la beisbol? Porque yo sigo soñando, ¿eh? CON INFORMACION DE EXCELSIOR