CIUDAD DE MÉXICO. La rúbrica temblorosa de Manuel Tolsá en documentos posteriores a 1810 se ha convertido en una pista para conocer más sobre la muerte del escultor y arquitecto, sucedida hace exactamente 200 años.
La rúbrica temblorosa de Manuel Tolsá en documentos posteriores a 1810 se ha convertido en una pista para conocer más sobre la muerte del escultor y arquitecto, sucedida hace exactamente 200 años.
A partir de 1803, cuando recibe el encargo para elaborar la escultura de El caballito, “Tolsá pierde el pulso y eso es algo que se da por la exposición a gases; el mejor dibujante de la Nueva España empieza a perder el pulso, aun cuando todavía es joven”, dice el investigador Iván Alcántar. Tolsá tenía entonces sólo 46 años y, en los años siguientes, la exposición a los vapores que producen los metales al fundirse se incrementó cuando el virrey de la Nueva España le encargó la fundición de los cañones con que pretendía defender la colonia de un posible ataque francés. Alcántar y la historiadora Cristina Soriano Valdez se han dedicado a desentrañar la historia de Tolsá “un hombre multifacético” que hasta hace algunos años sólo había sido apreciado y estudiado desde el punto de vista estético. Sobre la biografía de Tolsá, dice el investigador, “sigue habiendo algunas carencias notables, sobre todo hay trabajos que tienen una matriz estética, se ha trabajado sobre el arte de Manuel Tolsá, sobre la trancisión del barroco al clasicismo, pero la otra parte había quedado un tanto descuidada, aunque es el artista más significativo de ese momento, de la última parte de la Colonia”. Directamente con documentos del Acervo Histórico del Archivo General de Notarias de la Ciudad de México, la vida de Tolsá comienza a desentrañarse. Soriano Valdez, por ejemplo, afirma que también el estrés a que estaba sometido Tolsá en sus últimos años debió contribuir a su muerte, sucedida en 1816. “A partir de 1808 cuando se le encarga la fundición de los cañones, vivió un periodo muy difícil de su vida”. La lista de compromisos que tenía era inmensa: por entonces estaba concluyendo la construcción del Colegio de Minas, hoy Palacio de Minería, las obras de la Catedral Metropolitana y se le habían encargado obras militares como la reparación de cuarteles, pero también seguía dando clases en la Academia de San Carlos y estaba construyendo su casa en un terreno aledaño a la Iglesia de San Diego, donde hoy se ubica el Centro Cultural José Martí.La fundición de los cañones (49 en total junto con algunos obuses) le implicó mucho trabajo, porque era una actividad poco conocida y muy dificil, se requerían conocimientos de física, de matemática, de infinidad de cosas que debió adquirir en los libros, contactar con artesanos. Tuvo problemas con los militares, porque era una actividad que no le pertenecía, algunos militares nunca los asesoraron y las primeras piezas tuvieron que ser destruidas; además, él tenía que ver la parte económica, las maderas, los trabajadores”, cuenta la especialista.A esta condición se sumaron las decenas de deudas que tenía el artista y los múltiples retrasos de sus pagos. “Tenía muchos hijos (en total tuvo nueve: siete hombres y dos mujeres), una familia muy grande; en los últimos años de la fundición se enfermó muchas veces y él lo cuenta en las cartas que le enviaba, por ejemplo, a quien le vendía la madera para los cañones. Esta parte del estrés fue fundamental, pues se dice que murió de una úlcera gástrica, aunque no se dice en el acta de defunción, pero las presiones debieron agravar su situación”.