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Hoy es domingo, 24 de noviembre de 2024

Un siglo sin Jack London

Hoy se cumplen cien años del fallecimiento de Jack London, autor de novelas como La llamada de lo salvaje y Colmillo blanco. Se especula que se suicidó en su rancho de California, el 22 de noviembre de 1916 CIUD

Un siglo sin Jack London

  • Hoy se cumplen cien años del fallecimiento de Jack London, autor de novelas como La llamada de lo salvaje y Colmillo blanco. Se especula que se suicidó en su rancho de California, el 22 de noviembre de 1916
CIUDAD DE MÉXICO.

Paradigma del escritor que sale al mundo en busca de aventuras y es diestro en recolectar peripecias para luego ponerse a contarlas, Jack London se arrojó al tráfago de la vida desde muy joven y, con un  aplomo incontenible, forjó la suerte de una existencia que tuvo muchas vueltas de hoja, pero logró dejar a su paso inolvidables páginas calibradas con un osado estilo narrativo de trazos fulgurantes.

Hijo de un astrólogo que lo repudió antes de nacer, y de una espiritista que intentó suicidarse al verse abandonada, John Griffith Chaney nació en una barriada de San Francisco, California, el 12 de enero de 1876. Al poco tiempo, su madre se casó con un veterano de la guerra civil, y el niño a quien habían empezado a llamar Jack recibió el apellido de su padrasto, y así quedó acuñado uno de los nombres más populares de la literatura de todos los tiempos. Durante su infancia, fue criado por una mujer afro-estadunidense que antes había sido esclava, y a los trece años, debido a la condición económica de su familia, tuvo que empezar a trabajar en una fábrica de conservas. Después, también fue repartidor de periódicos, marinero, pescador furtivo de ostras, y estuvo empleado en una fábrica de yute, en una central eléctrica y en una lavandería. En 1894 estuvo encarcelado durante un mes en la ciudad de Buffalo, Nueva York, acusado de vagancia, y conoció las degradantes condiciones en que se encontraban los presos. Socialista desde los veinte años, London hizo estudios en la Universidad de Berkeley pero los abandonó, en 1897, con la idea de hacer fortuna al estallar la fiebre del oro del Yukón –una experiencia de la que se valdría para facturar potentes relatos como Encender una hoguera (1908)–, pero enfermó de escorbuto a causa de las duras condiciones climáticas, y regresó a California con la convicción de ganarse la vida como escritor. A partir de 1900 empezó a publicar en revistas de circulación masiva, y obtuvo su primer éxito con la novela corta La llamada de lo salvaje (1903), que de inmediato se convirtió en una historia tremendamente popular y ha sido llevada al cine en varias ocasiones. De su prolífica obra, formada por más de medio centenar de libros, sobresalen las novelas El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906), Antes de Adán (1907), El talón de hierro (1908) –una advertencia literaria sobre el ascenso del fascismo en los Estados Unidos, considerada como una influencia esencial de 1984 de George Orwell–, y El vagabundo de las estrellas (1915) –que narra en clave fantástica las memorias de un condenado a muerte, quien recuerda sus vidas pasadas mientras espera que llegue el momento de su ejecución–; además de los relatos reunidos en los volúmenes Cuentos de la patrulla pesquera (1905), y Cuentos de los mares del Sur (1911). Acusado de fomentar prejuicios raciales por la publicación de un ensayo que tituló El peligro amarillo (1904), y del relato La invasión sin precedentes (1910), en la que Estados Unidos lanza un ataque bacteriológico sobre China, antes de invadirla y dominarla, London también tuvo que lidiar con algunas denuncias por supuesto plagio, porque en ocasiones utilizaba artículos periodísticos como material para concebir sus historias. Implacable bebedor de whisky, al final de su vida tenía los riñones y el hígado hechos trizas por el alcohol, y se habituó a consumir morfina para aplacar los dolores que lo aquejaban. Y si bien se especula que se suicidó en su rancho de California, el 22 de noviembre de 1916, también se ha dicho que su muerte en realidad fue consecuencia de una uremia recrudecida por una sobredosis accidental de morfina. En la introducción a una colección de historias de 1956, el albacea literario del autor de libros autobiográficos y de memorias como The Road (1907), Martin Eden(1909), y John Barleycorn (1913), citó unas palabras que han sido conocidas como el “Credo de Jack London”, aunque no pocas veces se ha dudado de su autenticidad: “Prefiero ser cenizas y no polvo. Prefiero que mi llama desaparezca en forma de brillantes chispas antes de que sea sofocada secamente. Prefiero ser un soberbio meteoro, cada uno de mis átomos brillando con espléndido fulgor, que un dormilón y permanente planeta”.