CIUDAD DE MÉXICO.
Su vida estuvo marcada por la tragedia y las adversidades pero el pintor mexicano José Clemente Orozco no solo supo plasmar en sus frescos, murales, pinturas, grabados y litografías, el dinamismo y contenido social de su época sino que se convirtió en uno de los fundadores del muralismo mexicano.
El artista que ayudó a dirigir el renacimiento de la pintura mural mexicana en la década de 1920, es recordado a 133 años de su nacimiento, ocurrido el 23 de noviembre de 1883.
José Clemente Orozco nació en Zapotlán el Grande, un pueblo de Jalisco cercano a las faldas del volcán de Fuego, ubicado en Colima.
A los tres años de edad, Orozco y su familia se trasladaron a Guadalajara, y tiempo después viajaron a la Ciudad de México.
De acuerdo con el sitio sanildefonso.org.mx, en 1903 el presidente Porfirio Díaz (1830-1915), premió sus estudios de tercer año de preparatoria con una medalla de oro y un diploma.
Ese mismo año, su padre falleció víctima de tifo, y casi de inmediato comenzó a tomar clases de arte en la Academia de San Carlos para completar su formación académica.
EL DOLOR EN LA VIDA DE OROZCO
En 1904 José Clemente Orozco sufrió un accidente con pólvora que terminó con la amputación de su mano izquierda. Una vez recuperado, se empleó en la Casa Amplificadora de retratos de Gerardo Vizcaíno, en la que permaneció dos años.
Por esa época asistía de manera irregular a la Academia de Bellas Artes o de San Carlos. Su interés por la pintura lo hizo abandonar la Escuela Nacional Preparatoria para dedicarse por completo a la pintura. Entonces regresó a la academia para recibir clases formales, estuvo ahí de 1907 a 1914.
Entre 1911 a 1916, Orozco colaboró como caricaturista en algunas publicaciones, entre ellas El Hijo del Ahuizote y La Vanguardia;además, realizó una serie de acuarelas ambientadas en los barrios bajos de la capital mexicana, según el portal biografiasyvidas.com.
Su primer cuadro de grandes dimensiones titulado Las últimas fuerzas españolas evacuando con honor el castillo de San Juan de Ulúa apareció en 1915, y un año después, realizó su primera exposición pública, La casa de las Lágrimas.
El muralista, que conoció la obra del grabador José Guadalupe Posada (1852-1913), se unió en 1922 a Diego Rivera (1886-1957) y a David Alfaro Siqueiros (1896-1974) en el sindicato de pintores y escultores para intentar recuperar el arte de la pintura mural.
De esa época destacan la serie de murales que realizó para la Escuela Nacional Preparatoria, cuyos temas centrales eran la conquista, la colonización y la Revolución Mexicana.
AL EXTERIOR
Su perfil biográfico en el portal biography.com indica que en 1927 Orozco se mudó a Estados Unidos, país en el que radicó por siete años y donde realizó uno de sus murales más famosos: La Epopeya de la civilización americana, ubicado en el Dartmouth College, en New Hampshire.
A su regreso a México, en 1934, realizó murales en el Palacio de Bellas Artes; además, fue invitado a pintar los muros del Palacio de Gobierno de Guadalajara, cuyo fresco principal titulado El pueblo y sus líderes se encuentra en los techos abovedados.
Para la Suprema Corte de Justicia pintó entre 1940 y 1941, dos murales que contienen las obsesiones de su vida: La justicia y Luchas proletarias.
Orozco, que también practicó el grabado y la litografía, recibió en 1946 el Premio Nacional de Artes Plásticas, y dos años después, en el Castillo de Chapultec, pintó el mural desmontable Retrato de don Benito Juárez, alegoría histórica de la Reforma.
En agosto de 1949 concluyó el mural La gran legislación revolucionaria mexicana, ubicado en la media cúpula de la Cámara de Diputados de Guadalajara.
Entre sus cuadros más significativos destacan La hora del chulo (1913), Combate (1920), Cristo destruye su cruz (1943) y Resurrección de Lázaro (1947).
José Clemente Orozco, quien llegó a ser aclamado como un maestro de la condición humana, falleció el 7 de septiembre de 1949 debido a una insuficiencia cardiaca, fue velado con honores en el Palacio Nacional y enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres.