La crítica de arte y creadora visual estadunidense reflexiona en su primera retrospectiva sobre su propia obra, creada a lo largo de 30 años CIUDAD DE MÉXICO. Las palabras articuladas con detalle de Andrea Fras
Las palabras articuladas con detalle de Andrea Fraser (Montana, 1965) proyectan genialidad. Revelan su pensamiento transgresor. Ése que sacude la estructura del arte. En entrevista, a propósito de su primera retrospectiva en México, la artista habla de autonomía. Confiesa su deseo por la fama, la que su madre, también artista, no obtuvo. Se dice despreocupada por las polémicas en torno a su obra. Se pregunta qué espera del arte y duda de su respuesta.
“Es algo que ha cambiado con los años. Cuando era una artista joven quería una plataforma para hacer algo en el mundo. Hoy es un poco difícil, porque no estoy segura qué quiero del arte. En el arte hay esa promesa de libertad, de autonomía, y esa promesa me atrajo”. Su espíritu libre y crítico se evidencia en la muestra L´1%, c´est moi, que se exhibe en el Museo Universitario Arte Contemporáneo. Una revisión monográfica que interroga el tejido social del arte.En 30 años de hacer crítica, ¿cómo ha evolucionado su percepción? Cuando empecé tenía un acercamiento como una artista que se enfrentaba y tenía que trasgredir activamente; pero conforme aprendí de los artistas de la primera generación de la crítica institucional, me di cuenta que eso también es un mito, y la crítica institucional y el artista como crítico son un mito. El artista desarrolla un rol igual de importante que el museo. Cuando entendí esto, la división entre museo y artista se disolvió. ¿Esta idea tiene que ver con usar su cuerpo. Ser parte de la obra y la crítica? Yo distingo entre un actor y performancer, en que el actor se esfuerza por convencer que está representando a otro personaje, y yo en el performance me esfuerzo por mostrar una versión de mí. La manera en que entiendo la crítica institucional y la función de mi trabajo es tener una reflexión desde mí misma, desde mi propio cuerpo, mi experiencia. Entonces la crítica tiene que pasar por mí. En la muestra está el concepto de museo... Me atraen las ideas del pensador David Amstrong sobre que las instituciones viven en nuestra mente. El museo no es la institución, sino una construcción inerte sobre la que el artista proyecta sus propias versiones. Entonces, la mayoría de las veces lo que está en las paredes es una versión de lo que son los artistas. La institución es un ventrílocuo inerte en el que los artistas proyectan la información que quieren. ¿Esta transgresión en su obra ha tenido efecto? Veo la relación de mi trabajo en tres modos. Primero persona a persona; me interesa que el cuestionamiento que planteo se pueda interiorizar en la gente. Segundo, el impacto a través de la prensa, cuando una obra rebasa el ecosistema del arte y entra a un sistema de representación, pero desconfío porque ahí están las políticas del escándalo. Y la tercera manera es el sentimiento que mi producción pueda tener en otros artistas, un impacto en la estructura institucional. Creo que sí hay una repercusión de mi trabajo. ¿Habla de libertad y autonomía en el arte, usted encontró esta libertad? De los 30 años que llevo estudiando las prácticas del arte, uno de los temas que más he estudiado son las contradicciones de la autonomía del artista. Por un lado, creo en la autonomía de una manera muy específica en la forma social; por otro lado, creo que es un mito. Los artistas son como cualquier profesional, son una construcción cultural, y parte de esta autonomía es una creación de esta infraestructura. De alguna manera, yo como artista soy producto de esto.