“Las palabras son caballos que se desbordan”, afirma el poeta veracruzano que el próximo sábado recibirá un homenaje por sus 70 años de vida. El autor de El corazón y su avispero charló con Excélsior acerca de su m
“Las palabras son como el agua y cuando el poeta las escribe su significado se escurre entre sus dedos”, afirma Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946), quien publica Odioso caballo, un poemario que recupera sus preocupaciones, donde habla del amor y la muerte, de la burocracia y la epilepsia, de la pintura, los caballos y la violencia.
Las palabras son pedazos de azar que uno encuentra y luego clava en una página para dejarlas inmóviles. Las palabras son caballos que se desbordan”, dice el poeta que el próximo sábado recibirá un homenaje por sus 70 años, acompañado por Vicente Quirarte y Eduardo Lizalde.
Para mí las palabras son agua que se va de las manos y que quisiera fijar. Afortunadamente, en mi caso, puedo escribirlas y tengo la fortuna de que alguien las publique para que se queden sobre la hoja en blanco, donde yacen muchas de mis preocupaciones actuales, pero también de las imágenes con que crecí, como el caballo”, dice en entrevista.Esa imagen del caballo viene de su infancia, de su pueblo natal, donde se escuchaba el sonido de los cascos contra las piedras. “Eso era algo familiar que ya no sucede, porque en ese pueblo, donde hoy viven 200 mil personas, ya no hay caballos… sólo taxis. Eso abunda ahora; antes la leche se repartía a caballo, ahora hay centros comerciales… por eso la escritura mucho tiene que ver con los recuerdos”. A partir de esos recuerdos Hernández publica Odioso caballo, un poemario con cinco islotes en los que el bardo recrea la razón de su tiempo y el cariz de sus recuerdos, un archipiélago de palabras que intenta explicar los días de su tiempo y demostrar que todo el mundo puede caber en una metáfora. A simple vista, las metáforas de Hernández son insaciables y alucinantes. Un instante habla de un caballo mítico que no le teme al infierno, mientras sus cascos atraviesan un terreno hecho de muerte. Después convierte a ese caballo en un pegaso, cuyos ojos han sido pintados por Delacroix y Théodore Géricault. Páginas adelante el equino se convierte en un verdugo que describe una ciudad llamada Paterson, la metrópoli de la seda y el ceviche, donde el autor sueña con un jardín con proporciones de presentimiento. En ese sueño, Hernández hace que Baudelaire monte a caballo y cruce por la esquina de su casa. El poeta ríe y acepta que este libro es como un establo donde las palabras corren, trotan, relinchan, corral con caballos que son montados por Paul Verlaine y William Carlos Williams, por el pintor Alberto Durero, el políglota Athanasius Kircher y el holandés Thomas Bernhard. ¿Acaso el poeta también tiene propiedades equinas?, se le inquiere a Hernández. “Casi todo podría tener alguna propiedad equina. Recuerdo que estaba leyendo una entrevista con el poeta chileno Gonzalo Rojas, donde él decía que de niño tuvo un caballito con el que soñaba muchas veces, al punto de que los papeles se invertían… Ahí es donde el poeta se vuelve caballo y compañero de sueños”. ¿En su poema Día púrpura bordea su visión sobre la cotidianeidad o alude a un padecimiento personal? “Este poema se refiere a la epilepsia, pues el día púrpura es el día mundial de la epilepsia. Así se le conoce. Es un padecimiento en el que el epiléptico se desconecta por un minuto y medio de la realidad, en el que te quedas petrificado de la realidad, sin poder hablar. En mi caso me he quedado en una lectura en Bellas Artes, antes del tratamiento, cuando no sabía qué era. Eso es lo que sucede en las células del cerebro”. COLGADO DE UN PUENTE En Odioso caballo, Hernández se refiere a la violencia, al punto de interpolar un cuadro de Durero con los colgados en Atizapán de Zaragoza. Así lo escribe: “Dos ahorcados cuelgan de una ‘u’ invertida./ A pesar de tener las manos atadas a la espalda/ y del sólido mediodía, no proyectan sombras./ A otro hombre, ya arrodillado, están a punto de decapitarlo con una espada…” ¿Por qué la ciudad es una preocupación en su poesía? “Esto tenía que aparecer porque ya es inevitable. Creo que es la primera vez que le dedico tanto. A final de cuentas se escribe sobre uno mismo y yo vivo aquí desde hace 42 años”. ¿Se ha enamorado de esta mujer barbuda, como la define Juan Villoro? “De alguna manera es así. Me gusta estar en este extraño lugar, aunque no puedo entender cómo podemos insistir en vivir en este maremágnum. Aunque ya casi no voy a Coyoacán ni a la Sala Nezahualcóyotl ni a Bellas Artes, incluso dejé de ir al cine desde que apareció Netflix. ¿Qué es Paterson en el mundo real? “Es una ciudad que existe a hora y media de Nueva York, la metrópoli donde viven más peruanos, cerca de 45 mil, donde por cierto nació William Carlos Williams, autor de un libro magnífico que también se llama Paterson. Por eso al principio de mi libro hay un epígrafe de este poeta que dice: ‘Ríndete. Renuncia. Deja de escribir’, como si fuera un llamado que el poeta me hace para que ya deje de escribir”. ¿Puede el poeta dejar de escribir? “Después de 25 libros hay algo encumbrado, cuando te preguntas qué sigue. Ahora tengo cuatro textos sobre pintores y esto me produce muchas imágenes y deseos de escribir, porque la galería abrió un sendero para mí. No necesito la inspiración o el amor. Además, cumplo 70 años y ya me cansé”. ¿Cómo descubre el poeta el detalle que enciende el poema? “Pienso que todo es producto del azar; el azar suele ser generoso conmigo”. ¿Se considera un poeta nómada o sedentario? “Como decía José Lezama Lima: ‘Yo no viajo, por eso resucito’. Decía que los viajes más fascinantes eran de la cama a la cocina y del cuarto del baño a su jardín. Él sólo salió dos veces de Cuba, una a la Ciudad de México y otra a Jamaica. Yo he viajado poco, pero últimamente ya no”. ¿Cómo recibe el homenaje que recibirá el sábado? “Eso es algo muy escabroso. Como decía una amiga: homenaje es una palabra cursi y con alitas… porque todo homenaje es infundado e innecesario y no hay por qué hablar de eso. Iremos a una lectura, habrá unos tragos y el poeta leerá un poco y cada quien que se vaya a su casa a ver la telenovela que está viendo. Los homenajes no me gustan”.