- El inmueble deportivo se ha convertido también en este medio siglo en una referencia estética
CIUDAD DE MÉXICO.
México ganó la candidatura del Mundial de 1970 antes de la construcción del Estadio Azteca, que hoy celebra sus bodas de oro. Si bien las condiciones de la época fueron las propicias para alzar el inmueble de Santa Úrsula, de las opciones del terreno que había, “escogieron la peor”, señala Luis Martínez del Campo, el arquitecto residente de la icónica obra que el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez proyectó con su colega Rafael Mijares. “Tenía tres problemas gravísimos. Del lado de Tlalpan hay un cantil de roca volcánica que invadía una parte enorme de la masa poniente del estadio. Hubo que volar 180 mil toneladas de roca. Problemón. El segundo problema es que el fondo lodoso de lo que fue el lago del Valle de México está a diez metros bajo el nivel de la calzada de Tlalpan, por lo que la cancha no se pudo excavar más de 10 metros: empezaron a aflorar las aguas freáticas”, relata Martínez del Campo. “Eso incidió de manera gravísima en el costo y el tiempo de construcción”, refiere. El estadio estaba previsto a inaugurarse en 1964, año en que la cancha ya estaba lista. Es más: en noviembre de ese año ya estaba anunciada su inauguración, evento que, como se sabe, ocurrió dos años después, el 29 de mayo de 1966. El tercer problema fue que la dueña del terreno no quería vender la “parte del pasillo central, incluso estaba bardeada”; gravísimo, pues por ahí se accede al estadio desde Tlalpan, donde está
El sol rojo, la escultura de Alexander Calder, una impronta del inmueble, una obra dentro de la obra. Se diría que es parte integrante del Azteca. Si la quitaran, “como que le faltaría algo”.
Sin embargo, el plan original de
El sol rojo era que figurara en la explanada de El Palacio de los Deportes, pero Pedro Ramírez Vázquez dio instrucciones para que la ubicaran al frente de su obra de Santa Úrsula. Imposible pensar el Azteca sin esa escultura que da una suerte de bienvenida colectiva y es en sí misma una estampa de la ciudad:
El sol rojo y el Azteca al fondo. Asimismo, Ramírez Vázquez ordenó que la escultura fuera soldada, recuerda el también arquitecto Javier Ramírez Campuzano, hijo del maestro que alzó en la Ciudad de México edificios clásicos que son visita ineludible y forman parte de cualquier postal como el Museo Nacional de Antropología y la nueva Basílica.
Calder hacía sus esculturas desmontables, por lo que cuando estaban soldando
El sol rojo se puso furioso, cuenta Ramírez Campuzano. Así, contra la voluntad de Calder, cuyo plan original para
El sol rojo era que fuera ensamblado con tornillos, y contra los deseos del escultor Mathías Goeritz, colaborador cercano del célebre arquitecto, fue fijada por órdenes de Ramírez Vázquez “para que no se la puedan llevar”.
Impronta arquitectónica
En octubre de 1964, antes de que se inauguraran los Juegos Olímpicos de Tokio, México fue elegido para organizar la IX Copa Mundial de Futbol de 1970. A los problemas de aguas freáticas y piedra volcánica que presentaba el gran terreno de Santa Úrsula, vecino al pueblo del mismo nombre, estaba el desafío inicial: construir el mejor estadio del mundo, cuyas tareas iniciaron en 1962. “De ahí el origen de la colosal estructura para albergar a las 100 mil gentes que pedía el programa de realización”, relata el arquitecto Luis Martínez del Campo. “Digo, cuando en realidad el punto de vista más ‘práctico’ para hacer un estadio es excavar la mitad para hacer la gradería baja y con el producto de la excavación voltearlo, hacer taludes y de ahí conformar la gradería alta, pero no se tenía esa facilidad”.
Los arquitectos Luis Martínez del Campo y Javier Ramírez Campuzano reciben a
Excélsior en el despacho de Ramírez Vázquez y Asociados, en una sala rodeada de fotografías y pósters de los Juegos Olímpicos de 1968, cuyo programa cultural estaba a cargo de Pedro Ramírez Vázquez, precisamente. Sobre una mesa de la sala referida están los planos del Azteca y fotos del proceso de construcción, así como planos de los proyectos que en su día concursaron a invitación de Futbol del Distrito Federal, asociación de los equipos América, Necaxa y Atlante. Los arquitectos Félix Candela, autor del Palacio de los Deportes, y Enrique de la Mora, quien hizo la iglesia de La Purísima, en Monterrey, presentaron sus propuestas. Los ganadores resultaron Ramírez Vázquez y Mijares.
Martínez del Campo rememora y expone, con las evidencias en la mano, por las que pasó durante la construcción del Azteca, como lo hace un maestro universitario, es decir, con esa pasión propia de los que transmiten conocimiento. En un momento de la charla, por ejemplo, muestra varias fotos en las que se aprecia cómo afloraban las aguas freáticas sobre el rectángulo de la cancha de futbol. A simple vista parece como si el terreno de juego del estadio fuera una alberca o un ojo de agua.
“Todo eso provocó la colosal superestructura de 60 metros de alto. Entonces esto y el cantil de roca incidieron de forma gravísima en el costo, el tiempo y los sistemas constructivos del estadio, que estaba previsto a inaugurarse en 1964, pero cayó en un problema financiero que se resolvió a mediados del 65, más o menos. Ahora, el regente del Departamento del Distrito Federal de entonces, (Ernesto P.) Uruchurtu, no era muy amigo del estadio, pero desconozco las razones por las cuales se oponía a su construcción”, señala Martínez del Campo.
“Estéticamente es un muy bonito proyecto. Es un proyecto muy padre, pero básicamente toda su geometría, su fachada y estética es el resultado de la función misma del estadio.”
Una escala en casasola
A don Gustavo Casasola le extraña un poco que lo consulten por fotografías del Azteca o de deportes. “Material de futbol casi nadie solicita, de boxeo es más común”, comenta en las oficinas donde resguarda parte de su archivo personal, el de la Fundación Casasola por la Cultura A.C., acervo fotográfico distinto al que su padre, Agustín Víctor Casasola, vendiera al gobierno mexicano en 1976 y que resguarda el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Pachuca, Hidalgo.
Del material encontrado por don Gustavo existen fotografías del Mundial de México 70, del presidente Gustavo Díaz Ordaz en su palco con Stanley Rous, en ese entonces presidente de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), del legendario defensa Carlos Alberto al momento de recibir la Copa del Mundo que acreditaba a Brasil como campeón, de las selecciones de México y la Unión Soviética, cuyas siglas C.C.C.P. en el pecho de su camiseta, decía el periodista deportivo Ángel Fernández, significaban “CuCurruCuCú, Paloma”, a excepción de cuando enfrentaban al poderoso equipo brasileño, en cuyo caso eran la siglas de “Camaradas, Cuidado Con Pelé”, según la lírica de Fernández.
“Fue muy importante el Azteca, porque en ese entonces sólo se veía futbol en el estadio de Ciudad Universitaria”, cuenta Gustavo Casasola, seguidor del Necaxa desde niño, por lo que está contento de que su equipo haya regresado esta semana a la Primera División del futbol mexicano.
Con su mirada de fotógrafo, o de estudioso de la fotografía, don Gustavo analiza asimismo el valor agregado que representó el Azteca, pues “desde cualquier punto se ve lo que pasa en la cancha sin dificultades. Fue un estadio muy moderno con sus accesos y sus palcos, muy cómodo. Recuerdo que se andaban vendiendo los palcos, era una novedad”.
Gustavo Casasola guarda múltiples imágenes de historias de este país, muchas de las cuales están por contarse.
Se inauguró sin techo
Cuenta Luis Martínez del Campo que el techo del Azteca, elemento clave para la adjudicación de obra, estaba previsto desde el principio para que pudiera ser una obra posterior. En las fotos de la inauguración, 29 de mayo de 1966, se aprecia un estadio abarrotado a la espera del partido inaugural entre el América y el Torino, de Italia.
“El techo se planeó para que fuera una estructura preelaborada y se pudiera instalar luego. Fue uno de los puntos para ganar la licitación del proyecto de Ramírez Vázquez y Mijares. Entonces el techo previsto de 50 metros de volado, o sea, sin ningún estorbo en los laterales; en las cabeceras tenía también 50 metros en lo que son las bandas, o sea en los costados del estadio, y se reducía, por el paso del sol que es oriente-poniente, en las cabeceras norte-sur a 20 metros, y quedó perfecto. Se hizo dos años después de terminado el estadio”, relata.
“El esqueleto estructural de todo el Estadio Azteca son 66 marcos rígidos. Son esas figuras dentadas que incluso evocan un poco la magia del México prehispánico, del Kukulkán. ”, dice Martínez del Campo.
“Ramírez Vázquez ya era un arquitecto muy prestigioso en ese momento y posteriormente lo fue más. Este despacho fue mi cuna profesional. Yo, con el título en la mano, aquí conseguí chamba por primera vez. Cuando entré al despacho tenía 26 años. Cuando se inauguró el estadio tenía 32. O sea que vi la película completa”, señala.
Sería un estadio rectangular
Nada de nervios ni preocupaciones, dice, seguro, Martínez del Campo. “Era mucha responsabilidad, pero no daba tiempo de ponerse nervioso. Era una locura. Desde el mismo proyecto. En enero del 61, cuando yo entré, inauguraron las instalaciones de estas oficinas. De ahí teníamos 18 meses para desarrollar el proyecto ejecutivo, y a mediados del 62, más o menos, iniciar la obra. El proyecto ejecutivo lo empezamos a elaborar sobre bases de un estadio rectangular tradicional. Sin embargo, era tal la emoción de hacer lo mejor de ese momento que comenzamos a cuestionarnos la validez de un estadio rectangular. La condición
sine qua non para un estadio de esta naturaleza es la visibilidad, que tiene que ser perfecta, sin ningún obstáculo enfrente desde ningún punto a la cancha. Ya había estadios que tenían curvas. El Maracaná era redondo y malo, porque la distancia de los laterales a la cancha era enorme. Aquí, no. Partiendo de esa base, dejamos atrás los dos o tres meses del formato rectangular y nos aventamos a las curvas. Ahí el arquitecto Luis Alvarado Escalante, experto en isópticas, determinó toda la visibilidad del estadio. Las isópticas son lo que le da la visibilidad perfecta a cualquier escenario, un cine, un teatro, un estadio. En este caso, la dificultad era grande por tratarse de 100 mil personas, 80 filas de graderías, más pasillos, etcétera”, apunta.
Resuelto lo grueso, quedaba lo fino, cosa que desde un inicio se planeó. “Los vestidores están en una estructura casi independiente debajo de la gradería baja. Originalmente eran cuatro vestidores. Tres para los equipos dueños: América, Necaxa y Atlante, y uno más para los visitantes. Había capillas y todos los servicios de masaje, duchas, etcétera. El acceso a los servicios de los jugadores está a 300 metros de distancia del estadio, totalmente independiente y privado. Se entra por un túnel. O sea que nunca había la posibilidad de agresiones o tumultos alrededor de los vehículos que transportan a los jugadores”.
El futuro alcanzó al estadio Azteca
Algunos arquitectos señalan que su oficio no termina cuando se hace la entrega formal de una construcción, sino que ésta continúa
ad infinitum. A lo largo de medio siglo, el Azteca ha tenido un par de modificaciones, en 1984 y 1999, y una más iniciada en febrero de este año con motivo de un partido de la NFL (la liga de futbol americano profesional de Estados Unidos) de noviembre próximo. Sin embargo, apunta Javier Ramírez Campuzano, que “hay cosas para las que no se previó. En esa época las porras no eran como son hoy. No brincaban. En el concierto de Elton John, en 1992, estaba en el palco de un amigo y se movía
refeotoda la parte volada. Me acuerdo que le dije a mi papá: ‘Oye, ahora que venga Michael Jackson, este sí que va a estar que qué bárbaro’. Imagínate, miles de gentes bailando y brincando al mismo ritmo todo el tiempo. Afortunadamente, esa parte la protegieron con una lona que le pusieron anuncios, etcétera”.
Fue así que el futuro alcanzó al Estadio Azteca, que de todas maneras no tardó en recibir otras pruebas para las que no fue concebido. En 1967, por ejemplo, se celebró una pelea de boxeo del ídolo Vicente Saldívar, campeón mundial de peso pluma, en la que derrotó al galés Howard
Winstone, en una trilogía histórica. Años después, en 1993, Julio César Chávez celebraría, por acuerdo del promotor Don King con Emilio Azcárraga Milmo, una función de boxeo que también fue todo un éxito: 132 mil 274 personas para un evento deportivo, según cifras oficiales.
Sin embargo, han sido infinidad de pruebas las que ha superado el Coloso de Santa Úrsula, recuerda Ramírez Campuzano. “Los Panamericanos del 75, el Mundial Sub 17. Son pruebas casi cada año y el estadio sigue cumpliendo”, subraya.
El silencio y el sol rojo
“En el caso del Azteca te identificas con la cultura, con el deporte. Particularmente con las emociones”, reflexiona Ramírez Campuzano.
El Azteca tuvo otra prueba interesante, acaso la más difícil cuando se habla de un estadio de futbol: la del silencio. Sucede que de 1969 a 1987 se efectuó ahí el examen de admisión de la UNAM. “Eso le impactó mucho a mi papá. Miles de jóvenes callados. Un estadio lleno, en silencio”. Si un estadio de futbol vacío es un esqueleto de multitud, como notaba el escritor uruguayo Mario Benedetti, un estadio con miles de muchachos callados es una contradicción.
Por otra parte,
El sol rojo, la escultura de Alexander Calder, originalmente estaba planeada para el Palacio de los Deportes. “A mi papá siempre le gustó incorporar la plástica y en la explanada del Azteca y el Calder resultaba muy lucidor, además de que es el Calder más grande del mundo. Una característica de las esculturas de este hombre es que se pueden desmontar o desarmar. Esta, no. Está soldada. Contra la voluntad de Calder, contra los deseos de Goeritz, por órdenes de Ramírez Vázquez esta me la soldan para que no puedan llevársela. Esa es su característica.”
… Y Ramírez Vázquez no llegó a la inauguración
El 29 de mayo de hace 50 años, al América-Torino, “mi papá no llegó. Fui en su representación. Él estaba en Madrid y el avión se despistó. Por fortuna no fue tragedia”
Martínez del Campo ofrece su versión de los hechos. “Díaz Ordaz llegó a la una y cuarto, con una inauguración programada para las 12 del día. Estaba prohibida la venta de cerveza, con un sol fuertísimo, entonces la rechifla fue notable. Después, el Presidente dio la patada inicial y ahí se encendieron las cien mil personas, oír las 100 mil gargantas simultáneamente fue una maravilla. Ahí nació el alma del Estadio Azteca. Le contamos después a Ramírez Vázquez: ‘
¡Chin, de la que me perdí!’, nos dijo.
Ninguno de los arquitectos entrevistados ha recibido invitación para celebrar los 50 años del Azteca ni por el Centenario del América, en octubre. “Nada. Si sabes algo, nos dices”.